“Yo no fui”: el victimismo paranoide de Rita Guevara

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

En la jornada de ayer asumieron los nuevos concejales en Cafayate, a quienes deseamos sinceramente que tengan el mejor desempeño, dejando abierta nuestra mano a la colaboración como lo hemos hecho hasta ahora. La nota discordante -o más bien preocupante-, la dio como corresponde, la intendente, Rita Guevara, que denuncia en sus palabras que habita en el metaverso, no sólo cuántico, sino también en el “meta verso”. (Sólo para iniciados).

Durante su discurso, la Guevara, expuso el conjunto de fenómenos relacionados con cuestiones psicológicas, anche magari, psiquiátricas, que podrían alcanzarla, a saber:

Mecanismo de defensa de la proyección. En psicología, la proyección es atribuir a otros lo que uno mismo hace o piensa. Un clásico: «No soy yo la que destruye, es la oposición destructiva”.

Tal vez, habría también un Sesgo autoindulgente (self-serving bias), muy documentado en psicología social: Me atribuyo los éxitos y culpo a terceros de mis fracasos.

Podría listar quizás también un rasgo de narcisismo político (concepto politológico, NO clínico), muy propio de gobernantes que carecen de liderazgo, se saben a menos y por eso no buscan rodearse de equipos de gente competente sino siempre menos capacitados que ellos. Estas personas tienen necesidad de construir un relato heroico-victimizante, y se caracterizan por una notoria irritabilidad e intolerancia hacia la crítica.

Una vasta literatura trata el “Síndrome de la Paranoia política, como por ejemplo, Richard Hofstadter, que habla del “estilo paranoico” en política; dejando nuevamente bien claro que es un concepto académico y NO psiquiátrico. Este síndrome lleva al afectado a sentirse permanentemente atacado, construir enemigos imaginarios e interpretar toda crítica como conspiración o difamación. Estas personas tienden a convertir errores propios en agresiones ajenas.

Muy propio de los populistas es la “Atribución externa permanente”. En psicología se llama así a culpar siempre a otros por los propios actos. Es la base de todo populismo defensivo.

Sin afirmar que podríamos estar frente a “un caso de chaleco”, sí podemos decir que se trata de un fenómeno tan fascinante como perturbador y muy difundido en la política argentina: la capacidad de algunos funcionarios para presentarse como víctimas mientras sostienen en la espalda el inventario completo de sus propios desastres.

En estos dos años, toda la comunidad provincial ha podido comprobar que la intendente de Cafayate, Rita Guevara, ha perfeccionado este arte hasta el extremo. Denunciada por el Concejo Deliberante, cuestionada por su gestión, y señalada por irregularidades que harían sonrojar a un contador de dudosa ética, aun así, se planta en el atril con la serenidad de quien ha sido injustamente perseguida. Jamás reconoce nada. Ni un error. Ni un exceso. Y mucho menos aquello que la Justicia deberá determinar, pero que el sentido común y popular ya intuye.

Esta estrategia no es nueva: se llama victimismo político, una forma de construcción narrativa que permite transformar las responsabilidades propias en ataques ajenos.

Repasemos entonces: La psicología conoce bien estos mecanismos: la proyección, por ejemplo, es ese movimiento por el cual un sujeto deposita en otros las culpas que no quiere ver en sí mismo; el pensamiento persecutorio aparece cuando toda crítica se interpreta como complot; y la negación defensiva evita cualquier asomo de autocrítica. No estamos diciendo que haya una patología clínica —eso compete a especialistas, no a columnistas— pero sí puede afirmarse que los comportamientos públicos imitan con inquietante precisión esos patrones.

Lo grave no es sólo la actitud individual. Lo grave es el clima institucional que la hace posible. En un país donde concejales imputados juran igual, donde intendentes con condenas ocupan cargos, donde funcionarios denunciados hablan de persecuciones imaginarias mientras sostienen el poder real, no sorprende que la responsabilidad política haya sido reemplazada por la épica del “YO NO FUI”. Es un mecanismo que busca blindar la impunidad con el relato de la incomprensión.

La paradoja es brutal: quienes manejan el presupuesto público, los recursos, el aparato municipal, los decretos y la lapicera, se presentan como desvalidos ante un enemigo omnipresente que jamás terminan de identificar “Oposición destructiva”, dice la Guevara, cuando el Concejo Deliberante no ha hecho otra cosa que cumplir a rajatabla el mandato popular que les encargaron las urnas: controlar, verificar y en su caso denunciar.

El hecho de que la Justicia haya aceptado la denuncia penal y ya esté hasta caratulada, nos invita a pensar que podría haber una semiplena prueba quizás, de algunos procedimientos non santos.

Así, el victimismo es, entonces, una coartada perfecta: convierte la incompetencia en gesta, la denuncia en martirologio y el abuso en resistencia.

Pero una República sana no se construye sobre excusas. Se construye sobre responsabilidad política, rendición de cuentas y la humildad de admitir errores.

Y cuando una autoridad elige la narrativa del perseguido para no enfrentar la verdad de su propia gestión, lo que está en crisis no es su psiquismo: es la democracia que debe soportarla. –