POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

No hay que engañarse, hay que admitirlo. El gobierno nacional nos ha puesto a un tiro de piedra de ser Puerto Rico. Con orgulloso énfasis el presidente, Javier Milei, grita “¡Somos aliados estratégicos de Estados Unidos!” Pero una cosa es ser aliado estratégico y otra muy distinta vasallo incondicional.
Hagamos memoria, hubo un tiempo en que Estados Unidos proclamó la “Doctrina Monroe” con aquella frase que quedó en el bronce: “America for the Americans”, que pretendía gesto emancipador: una suerte de paraguas protector para estas repúblicas recién nacidas, todavía temblorosas en sus primeras instituciones.
Spoiler histórico: el paraguas terminó siendo garrote
El tiempo convirtió aquella advertencia a los europeos en una política clara que permitía a EE.UU. justificar intervenciones, presiones, tutelajes y un repertorio entero de diplomacias musculares. Roosevelt le agregó su corolario, las marinas hicieron el resto, y el siglo XX fue, en la práctica, una larga interpretación libre de la consigna original.
Y ahora —como el fantasma que vuelve a penar cuando la casa cruje— la Doctrina Monroe reaparece con ropa nueva, peinado moderno y una musculatura más explícita: la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, firmada por Donald Trump.
El regreso del sheriff: la nueva narrativa de Washington
La reciente National Security Strategy of the United States 2025 reactiva la antigua Doctrina Monroe bajo una nueva retórica de “preeminencia hemisférica”. América Latina vuelve a situarse como prioridad estratégica para Washington. ¿Qué significa eso hoy para países como Argentina?
El documento publicado el 5 de diciembre próximo pasado, no ahorra sinceridades. Declara que Estados Unidos debe ser “preeminente en el Hemisferio Occidental” para asegurar su prosperidad (la suya, por supuesto). La nuestra entraría en la categoría de daño colateral aceptable.
En las claves del dicho documento, dice lo siguiente y sin ningún pudor diplomático:
Que reclutará “campeones regionales” —países obedientes— para garantizar estabilidad “tolerable”.
Que las alianzas ya no serán cooperaciones, sino contratos de proveedor único para empresas estadounidenses.
Que hará “todo lo posible” para expulsar a empresas extranjeras de la infraestructura estratégica latinoamericana.
Que puertos, rutas, energía, telecomunicaciones, recursos críticos y fronteras deben quedar bajo “acceso asegurado” para Washington.
En criollo: la región es nuestra y la queremos sin intrusos. Ni chinos, ni europeos, ni aventureros globales que sueñen con puertos en Patagonia o litio en Puna.
Esta vez, el mapa geopolítico norteamericano le marca la cancha a los gobiernos sudamericanos y a los intereses extranjeros a la América.
Latinoamérica: otra vez la mesa, no el comensal
Nuestra región vuelve a estar en el menú estratégico, porque para Trump y compañía es menos costoso asegurar los víveres de los vecinos que salir a competir en un mercado que cada día habla más el chino mandarín.
Hay que comprender que el giro no es ideológico sino estructural: volvemos a tener valor estratégico por lo que tenemos y no por lo que somos, algo que Milei parece no comprender. A EE.UU. no le interesa un gobierno como el nuestro, nos “ayudan” porque el precio incluye los recursos críticos, corredores logísticos, espacio estratégico y vacíos de poder fáciles de copar.
Y cuando la gran potencia decide “ordenar la casa”, los países se dividen entre los que se alinean dócilmente y los que creen que autonomía y soberanía son algo más que palabras bonitas para actos escolares.
¿Y Argentina? El nombre que aparece aunque no lo escriban
Nuestro país atraviesa su momento de mayor debilidad económica en la historia, carece de fortaleza política porque desaparecieron los partidos, todo es improvisación, prueba y error, de modo que se ha convertido en el candidato ideal para entrar en la categoría de “campeón regional reclutable”.
El documento presentado lo dice sin rubor: formalizar acuerdos con países “dependientes”, que consoliden la influencia estadounidense y excluyan a competidores. O sea, su prosperidad -la de ellos- como variable rectora de nuestras decisiones estratégicas.
Las consecuencias inmediatas y que sólo los fanáticos o los dispersos no ven, son y serán estas:
Condiciones restrictivas,
Pérdida de soberanía de facto,
Infraestructura entregada en bandeja,
Dependencia diplomática,
Y un corsé geopolítico que reduce el margen de acción futura.
Y, sobre todo, nos expone a un dilema antiguo: ¿ser país con política exterior o país con dueño?
Conclusión: la historia no vuelve, insiste
La pregunta más significativa es ahora: ¿Estamos ante una alianza inevitable o ante la antesala de una cesión irreversible?
Argentina ya no está frente al viejo dilema entre alinearse o resistir: está frente a algo peor. Está frente a la tentación de confundir sumisión con modernidad, obediencia con inserción global y vasallaje con astucia diplomática.
Hoy, la Argentina firma capitulaciones, entrega recursos, infraestructura y hasta el manejo de su economía. Ha dejado de ser actor para pasar a ser administrada.
Ya no tiene sentido celebrar el Día de la Soberanía Nacional. La Vuelta de Obligado ha sido vencida con cláusulas de exclusividad, condiciones leoninas y la sonrisa contractual de quien te ofrece un salvavidas mientras te ata al barco.
Porque un país deja de ser soberano mucho antes de perder territorio. Empieza a ser colonia el día en que renuncia a pensar por sí mismo. –
Foto de Portada: Crédito Perfil
