¿Y si la solución para Salta fuera reemplazar el gabinete y los intendentes por la IA? Sáenz, sería eterno

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Deseo aclarar que aún conservo -creo- el dominio sobre mis facultades mentales que me conservan como “hábil de mi conocimiento”, según la fórmula registral; en la tierra de la maceta de mis helechos no pueden aterrizar avionetas clandestinas y los únicos “porros” que conozco fueron mis alumnos que no estudiaban. Ergo, no estoy delirando, sino mirando más allá, a partir de algo que ya está ocurriendo como es el reemplazo de puestos laborales por la Inteligencia Artificial.

Dicho esto, digamos, que los líderes no alcanzan tal nivel por sí mismos, sino por el equipo que los acompaña. Esto, desde Alejandro Magno hasta la actualidad, observaremos que el problema de los gobiernos no está siempre en quién lo conduce sino en quienes lo acompañan.

La Salta medieval en el mundo de la tecnología

Lamentablemente, Salta -y diríamos que todas las provincias-, se han quedado en el tiempo. La Inteligencia Artificial está reemplazando cajeros en los supermercados, empleados en los bancos, los remiseros y taxistas y hasta los repartidores de delibery, como ya ocurre en países avanzados. Los ingenieros y arquitectos ya están cayendo, lo mismo que los abogados y hasta los jueces. ¡Ni qué decir de docentes y periodistas!

Vamos a un mundo ya anunciado donde los robots harán todo y la población se quedará en su casa recibiendo un “cuantum” del Estado -o de la organización que lo reemplace-, calculado hoy en unos U$S 13 mil mensuales. ¡Ríanse de las ayudas alimentarias y por hijo del kirchnerismo! Claro, a cambio, no seremos ya ciudadanos sino un montón de carne consumidora de lo que nos propongan.

Insisto, esto, ya está en los “paper” del Pentágono, de la Casa Blanca, del Kremlin y de la China; por supuesto, en la línea de producción de corporaciones como la de Elon Musk y otros similares. No es ciencia ficción sino una lacerante realidad que ya está operando.

La IA en la política

Este pensamiento también ya está planteado en los trabajos de los destacados pensadores mundiales como Harari, Peter Thiel o la italiana, Francesca Bría, entre otros. A esta altura, seguir leyendo sólo la prensa local es como pretender entender el Nuevo Orden Mundial desde un boletín parroquial.

El caso es que la Inteligencia Artificial, con la impasibilidad de un oráculo sin humores ni cafés de por medio, recibe los decretos, los analiza, los firma. No pide cargos, no ubica primos ni queridas o queridos, no negocia con intendentes que amenazan con retirarle el saludo al gobernador. No hay rosca, no hay zamarreo institucional, no hay esa coreografía milenaria de ambiciones que convierte cada reunión de gabinete en una celebración del teatro político.

La IA tampoco se inmiscuye en internas ni conspiraciones; no distingue entre “leales”, “funcionales” u “opositores”, simplemente porque no le interesan las facciones. Menos todavía promete lo que sabe que no va a cumplir. No tiene periodistas preferidos para filtrarles información sensible, ni tampoco necesita pagarle pautas monstruosas a ninguno para que opere. No teme a la palabra presupuesto. Desde un punto de vista onda Julio Verne, la IA, es a la vez que consejero personal del gobernador, operador de medios, te arma la campaña con cero mangos y te asocia con las empresas más afines al proyecto local. Por supuesto, el gobernador tendría a todo el gabinete en su Iphone o un moderno Tesla Phone. ¿Para qué más?

La impotencia de la IA con la salteñidad

Claro, las máquinas y la IA, están diseñados para operar en ámbitos de mentes abiertas, desarrolladas, libres de dogmas y principios peronistas. Y he aquí el problema, la IA, tropezaría con una impotencia metafísica: No sabría qué hacer con la salteñidad y su pensamiento medieval.

A las pruebas nos remitimos. La IA, por ejemplo, no comprendería la diferencia entre ganar una licitación o que te la adjudiquen; o porqué demoraría medio años más porque alguien no se sintió “arreglado”. Menos todavía comprendería cómo un problema municipal de unos taxistas se convierte en un problema provincial y en una épica federal, cuando Google ya tiene remises sin chofer en las principales capitales del mundo.

¿Cómo entendería la IA, que haya directores de organismos que llevan a su trabajo los ingredientes para cocinarle al perro, o cocinar en horas de trabajo para salir a las 14 horas con el almuerzo hecho a la casa? ¿Cómo comprendería la IA que una funcionaria se encuentre desparramada en el sillón del despacho de un ministro en lugar de su escritorio? O, ¿Cómo entendería la IA, que un ministro este inhibido de firmar una licitación porque tiene casi un centenar de cheques rechazados? ¡Menos comprendería que tiene que dejar de trabajar tres días porque todos parten a rezar a un Dios que la IA no tiene o no comprende?

Y algo más…, ¿Cómo manejaría la IA ese rito sagrado del funcionario salteño de entender la política sacándose fotos “Acompañando a…” o “Inaugurando un grifo de agua en la comunidad wichi…” o la más preciada de todas “Aquí, con el señor gobernador…” La IA, seguramente, se preguntaría “Bueno, pero ¿vos… qué hiciste?

La IA, que gobierna el mundo, en Salta, se convertiría en una pobre criatura que precisaría de un psicólogo porque nada de todo esto que ocurre aquí figura en los manuales de aprendizaje automático. No hay algoritmo que entienda la salteñidad.

La paradoja final sería que no es que la IA no podría ayudar a gobernar en Salta, sino que simplemente, no podría sobrevivir a Salta.

El problema metafísico de la IA en Salta

Si, pues, la IA, fracasaría en Salta porque no comprendería los códigos del poder; expresiones como “Te mando ahora” y llega dos meses después. O, un guiño a un intendente que significa “No le des bola a la Auditoría y metele con la próxima Serenata”… los algoritmos saltarían por los aires en este ecosistema que funciona por densidad afectiva y cálculo tribal, no por métricas. Es que Salta es una república sentimental donde el estado de ánimo pesa más que el estado contable.

Un gabinete, unos intendentes, todos electrónicos

¡Qué fácil sería la tarea de gobernar con la IA! Incluso, para que no nos acusen de animosidades que no tenemos, propongamos un escenario intermedio. No postulemos a la IA como ministro o intendente, sino como un ejemplo de comparación. Es decir, el gobernador, dice “Hagan tal cosa” a sus ministros y a la vez a la IA para que tome decisiones simuladas, y luego comparamos cuánto tiempo demora la máquina y los funcionarios en hacerla. El que demora más pierde el puesto. Sería como el juego de la silla en los bailes, el que se sienta último se queda sin asiento.

En los hechos, representaría ver quién llega primero: el ministro con su agenda saturada de reuniones irrelevantes, o la máquina que hace en dos minutos lo que a veces se demora dos gestiones.

Caerían los eslogans; por ejemplo. Un tipo dice: “Hagamos realidad la esperanza”. La IA tendría todo listo en minutos y los salteños no esperarían la llegada del Anticristo sin tener nada. Con la ventaja que la IA no tendría que responder por algunos millones de dólares que no se sabe qué se hicieron, por ejemplo.

Como se ve, las ventajas serían múltiples, los cargos se reducirían y la felicidad del pueblo aumentaría exponencialmente consolidando al gobernador como un líder que resuelve y hace por su Pueblo.

El Quijote también estaba loco cuando atacaba molinos de viento pensando que eran gigantes. Pero a su muerte, lo reconocieron cuerdo, por haber visto antes que ninguno que el mundo había cambiado y que realmente los molinos eran gigantes. ¿Se entiende?

Quizá el verdadero drama de Salta no es que no esté lista para la IA, sino que la IA —pobrecita— jamás estará lista para Salta.

Quizá allí, frente a ese espejo digital, aparezca la revelación más incómoda: que la tecnología no viene a reemplazar a los políticos, sino a dejarlos sin coartadas.

Mejor me voy a comprar un Laborum o un Piatelli etiqueta negra para esta tarde lluviosa en el negocio de la esquina que los tiene bastantes más baratos que en Cafayate. –