¿Un signo de los Tiempos? El silencioso cisma de la Iglesia Católica

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Una lectura atenta de documentos, declaraciones de la Curia y análisis de medios especializados permite advertir un fenómeno peculiar: la Iglesia Católica parece vivir un cisma silencioso, no declarado, menos visible que una ruptura formal, pero perceptible en las grietas que se ensanchan entre tradición y renovación.

Otra lectura —más prudente— sugiere que no se trata de un cisma, sino de un reajuste profundo y conflictivo, inevitable cuando sectores conservadores, logias parasitarias como el Opus Dei y beneficiarios del privilegio eclesiástico perciben que sus viejos mecanismos de control y de renta espiritual se desmoronan.

En este escenario, el camino elegido por León XIV remite inevitablemente a la escena evangélica del Cristo expulsando a los mercaderes del Templo: «Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones» (Mt 21, 12-13).

No hace falta mucha hermenéutica para leer la metáfora.

León XIV o la autoridad doctrinal sólida

La elección del nombre —León XIV— ya indica un gesto histórico. Desde su asunción habló de unidad, fraternidad y “sinodalidad”. Pero detrás de esa suavidad pastoral hay una agenda que inquieta a muchos: transparentar las finanzas del IOR, el Banco del Vaticano, manchado por décadas de sospechas de lavado, corrupción y tráfico financiero.

El intento recuerda el destino de Juan Pablo I, cuyo brevísimo pontificado quedó envuelto en sombras justo cuando intentó tocar el mismo avispero.

A esto se suma su intención de revisar nombramientos episcopales, remover obispos corruptos, reorientar la doctrina social hacia el diálogo, la justicia y las tensiones del mundo contemporáneo. Como era de esperar, la conmoción está servida.

Una dinamita institucional

Tamizar la Iglesia con reformas profundas equivale a dinamitar el Empire State con King Kong en la cúspide. La palabra “cambio” provoca temblores telúricos en el sector más retrógrado, que interpreta cualquier actualización como traición al orden tradicional.

Pero conviene recordar que el verdadero orden traicionado fue el del Evangelio, sepultado por capas de poder, dinero y teología de letra muerta. Ya San Pablo lo dijo con claridad profética: «La letra mata, pero el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). Que vayan a reclamarle a él.

Dos Iglesias en tensión

Hoy la tensión es evidente. De un lado, la Iglesia de lo inmutable: dogmas pétreos, jerarquías corporativas, liturgias como escenografías, y un poder que históricamente —al menos en Argentina— no favoreció el desarrollo sino que lo condicionó. Vale recordar que los mayores avances de este país ocurrieron en épocas de gobiernos liberales del siglo XIX; luego, la alianza entre episcopado, militares y oligarquías convirtió a la patria en colonia.

Enfrente, la Iglesia de lo mutable: la del pensamiento, la cultura, la justicia social, la que continúa la línea abierta por Rerum Novarum (León XIII), Quadragesimo Anno (Pío XI) y Laborem Exercens (Juan Pablo II).

Esta corriente subraya la dignidad del trabajo, su primacía moral sobre el capital y el carácter ético de toda actividad económica. Ese corpus doctrinal, lejos de ser “progresismo”, es la parte más profundamente cristiana del Magisterio moderno.

Privilegios heridos, fracturas inevitables

Anunciar que se limpiarán las finanzas, que se abrirá el diálogo con iglesias orientales, minorías y periferias sociales, implica tocar intereses enquistados. Hay comunión en lo formal, pero heridas en lo real. Cada gesto de León XIV hacia un catolicismo multicultural y polisémico es leído por unos como renovación y por otros como herejía.

Aquí se asienta el germen del cisma silencioso: la división entre quienes buscan preservar el statu quo y quienes comprenden que el mundo contemporáneo exige repensar métodos, lenguaje y estructuras.

¿Es un cisma? No todavía

Aún no hay ruptura declarada. Las reformas están en fase inicial: transparencia financiera, redefinición de nombramientos, impulso sinodal. Pero los signos ya están: cardenales que publican críticas veladas, dicasterios que murmuran, obispos y sacerdotes que en redes sociales descalifican abiertamente las orientaciones romanas.

León XIV abrió ventanas peligrosas: transparencia, diálogo, inclusión, revisión institucional. Pero las ventanas no destruyen la casa: permiten ver el polvo acumulado.

La Iglesia de hoy ya no puede ser la de hace cincuenta años. La naturaleza enseña que algunas especies mudan de piel para seguir siendo ellas mismas. Y quizá ese sea el signo de los tiempos: que la Iglesia, pese a las resistencias, ha comenzado una metamorfosis, silenciosa pero inexorable.

No estamos ante una Iglesia que se parte, sino ante una Iglesia que muda de piel…, ahora claro, la Naturaleza nos enseña que hay especies que mudan de piel, pero siguen conservando su esencia. –