Un Cacho de Cultura: Mozart y la música masónica, cuando la armonía quiso ser revolución

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Los genios de arte mundial, particularmente desde el Renacimiento, en sus distintas disciplinas, eran lo que desde los estudios esotéricos se consideran “Maestros ascendidos”. es decir, no creaban sus obras, ellas ya estaban dentro de su espíritu. Si se quiere un término más actual, las “bajaban” y las materializaban.

Cada uno, ya en la pintura o ya en la música, dejaron plasmados elementos en clave que tardaron siglos en advertirse. Desde Leonardo, Dante, pasando por tantos otros, hasta Mozart, esos elementos estaban relacionados con su pertenencia a una Orden esotérica, o bien, explícitamente, como fue el caso de Mozart, a la Masonería.

Pocos recuerdan que Mozart, además de genio precoz y dandy vienés, fue un masón convencido. Y eso se oye —con discreción casi conspirativa— en varias de sus obras. La Masonería del siglo XVIII no era ese club de símbolos herméticos que hoy fascina a los conspirólogos: era, más bien, una cofradía ilustrada que buscaba iluminar la razón, ennoblecer la virtud y celebrar la fraternidad humana.

Mozart tradujo ese espíritu en música. En sus piezas masónicas —la Música fúnebre masónica, la Pequeña cantata masónica o incluso pasajes de La flauta mágica— aparece un lenguaje nuevo: acordes graves que evocan el templo, coros que suenan como invocaciones rituales y un uso casi pedagógico de la armonía, donde cada progresión parece explicar un principio filosófico. Allí, la música deja de ser entretenimiento cortesano y se convierte en un manual sonoro de la Ilustración.

Para Mozart, componer para la Masonería fue una forma de decir, sin decir: que el arte también puede conspirar por la libertad, que la fraternidad puede tener banda sonora, y que a veces los mayores secretos se revelan a plena luz, si uno sabe escuchar.