POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Pertenecemos a la generación que pudo ver bailar a grandes como Julio Boca, Maximiliano Guerra (Una curiosidad, una vez, Guerra bailó en Salta, en un show al aire libre en la playa de estacionamiento del Hiper Libertad), y por supuesto, al enorme Rudolf Nureyev. Desde aquellos, que personalmente no me impresionaba tanto la destreza de un bailarín interpretando los clásicos del ballet.
Me refiero a Kimin Kin, nacido en Seúl, quien con apenas 15 años se desliza por el escenario como violara las leyes de la gravedad que parece hacerle una reverencia cuando salta. Alguien escribió que “Cuando Kimin, gira, el tiempo, por pudor, se detiene.
Discípulo de la Universidad Nacional de las Artes de Corea, Kim irrumpió joven en la compañía rusa para debutar como Ali en El Corsario, papel que exige virtuosismo y descaro técnico. No sólo cumplió: redefinió. Se convirtió pronto en solista, y desde 2015 es bailarín principal del Mariinsky, algo así como llegar al Olimpo por méritos propios, sin padrinos ni indulgencias.
El Corsario, es famoso por su complejidad y exigencia física, pero además, Kim, ha interpretado a los grandes clásicos, como: Giselle, La Bella Durmiente, El Lago de los Cisnes, La Bayadera, Don Quijote, Romeo y Julieta. En todos, despliega la misma combinación peligrosa: limpieza técnica, musicalidad casi espiritual y un dominio del aire que lo vuelve reconocible incluso para el espectador que no conoce de fouettés ni de cabrioles. Kim vuela, pero no para impresionar: vuela porque es su manera natural de moverse.
Kimin Kim es, de algún modo, la prueba de que el virtuosismo todavía puede ser un valor en sí mismo: un recordatorio de que la cultura no siempre necesita escándalos; a veces alcanza con un salto perfecto.
A continuación presentamos una selección de su arte en distintos ballets:
