POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Haré -con el permiso de los amables lectores-, memoria de dos de mis Maestros, a quienes varios recordarán: Raquel González de Peñalba y José Mario Carrer; presidente y vicepresidente del Mozarteum Argentino, Filial Salta. Los recuerdo con especial cariño porque cuando yo contaba 17 años, me nombraron presidente de la Juventud del Mozarteum. Con aquella comisión de adolescentes que éramos reuníamos a unos 500 jóvenes que asociados participaban de los conciertos. Los tiempos han cambiado, evidentemente.
En ese hacer, entre las tantas obras que pudimos apreciar, una de ellas fue el ballet “Carmen”, con la música de Bizet-Shcherin, interpretado nada menos que por Julio Bocca y Eleonora Casano, en el otrora Cine Victoria, hoy Teatro Provincial.
El argumento de Carmen, narra una historia que no precisa explicarse porque simplemente se siente. La ambientación en la Sevilla del siglo XIX, relata la tragedia de una mujer libre, una gitana que vendía cigarros, quien seduce al soldado Don José, arrastrándolo a la perdición para morir finalmente a manos de su amante.
En la obra subyacen fuertes valores humanos subrayados por la pasión, donde el deseo es más fuerte que la moral y demuestra cómo el vivir en libertad puede costar la vida.
Aquella versión que interpretó Julio Bocca, mostraba en la coreografía de Alberto Alonso, una danza de fuego, donde no hay palabras sino sólo cuerpos que se buscan, se hieren, se despiden. Bocca, interpretaba a un Don José atormentado, “atrapado entre la obediencia militar y la atracción animal que Carmen le despierta”.
El propio Bocca solía decir que “la danza no se baila, se siente”, y en Carmen esa idea alcanza su forma más pura. Cada movimiento es un pulso vital, una forma de hablar con el cuerpo cuando el alma no puede callar. En sus interpretaciones, Bocca no actuaba: vivía el conflicto. Decía también que el bailarín debía “romper la perfección” para llegar a la verdad; y en Carmen rompió todas las simetrías, dejando que el drama se adueñara del escenario.
Más que un ballet, Carmen fue para Bocca un espejo de la condición humana: la lucha entre el deber y la pasión, entre el amor y la libertad. Y en ese espejo —entre la música, el sudor y el silencio— el arte se vuelve vida.
