POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Todavía recuerdo aquella mañana; habían terminado las clases y era nuestro último año del secundario. Los menos lúcidos como yo, teníamos que rendir alguna materia. Los delantales blancos y de pronto, uno de los compañeros, un fanático acérrimo de Los Beatles, que se negó a rendir porque no había estudiado, no había dormido y según expresó estaba de duelo: “Porque ayer asesinaron a John Lennon.
La anécdota sirve de marco para significar lo que representaban esas figuras para nuestra generación. Por eso, cada 8 de diciembre, la figura de Lennon retorna con su hallo de mártir involuntario de un fanatismo desquiciado. Con los años y la distancia, uno comprende la complejidad de un espíritu que estaba más allá de las cosas. Un profeta, quizás, de la conciencia como herramienta para convertir a la música en un instrumento para pensar la vida, no sólo para cantar.
Lennon no fue el más virtuoso de los Beatles, ni el más diplomático, ni el más estable. Fue, quizá, el más consciente de que la fama no lo absolvía de nada. Un artista con cicatrices tempranas —la ausencia del padre, la pérdida de la madre, el desarraigo emocional— que transformó esas heridas en una mirada lúcida y casi feroz sobre el mundo.
Mientras otros veían la cultura pop como entretenimiento, él la percibía como un campo de batalla simbólico. De ahí su capacidad para cuestionarlo todo: la guerra, las iglesias, los gobiernos, los ídolos y hasta la propia industria que lo consagraba. Su rebeldía no era una pose: era un método.
Imagine, “La” canción
Su tema “Imagine”, asumió con el tiempo el carácter de un manifiesto, de grito de protesta envuelto en la suavidad de una melodía cristalina. Una mezcla de ensueño místico y alegoría humanista. Un tema sencillo, pero con una pesada carga revolucionaria, porque la PAZ no es un estado político sino un ESTADO DE CONCIENCIA.
Destacamos entre tantos a este tema porque es una invitación a imaginar, aunque sea por un instante, un mundo sin las estructuras que nos dividen: banderas, dogmas, codicias, fronteras mentales y reales.
Ese idealismo —que hoy parece un lujo o una extravagancia— era para Lennon una especie de deber moral. Por eso sus años con Yoko Ono, lejos de ser un capricho artístico, fueron un laboratorio donde exploró la paz como acto militante: desde las bed-ins hasta sus declaraciones incómodas. Mientras el mundo lo señalaba como un excéntrico, él insistía en que la revolución más difícil era la interior.
Su asesinato en 1980 no sólo robó una vida; interrumpió una conversación. Lennon estaba entrando en un período de madurez creativa y emocional que imaginamos pero no alcanzamos a ver. Se extinguió una voz que recordaba —a veces a gritos, a veces con ternura— que el arte no debe conformarse con reflejar al mundo: debe desafiarlo.
Hoy, en medio de un planeta saturado de polarizaciones, gritos y trincheras ideológicas, su mensaje suena paradójicamente más actual:
“You may say I’m a dreamer… but I’m not the only one.”
Tal vez el sueño no era una utopía: era una advertencia. Y también una invitación. Por eso, recordar a Lennon es, en alguna medida, recordar que todavía podemos imaginar algo mejor. –
