POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Hubo un tiempo —no tan remoto, aunque hoy suene a arqueología doméstica— en que la Argentina sabía reunirse para reír los domingos a la noche, todavía con la televisión en blanco y negro: “Teatro como en el Teatro”, era el ciclo que tenía como protagonista a Darío Víttori, ese señor de acento ítalo-porteño, bigote firme (en un tiempo) y talento inapelable que sostenía el país mejor que muchos ministros de la época.
Años más tarde, lo veríamos -a Vittori- en la calle Corrientes -no recuerdo el teatro-, y la última vez que tuve oportunidad de presenciar una puesta suya fue en el desaparecido cine-teatro Alberdi, de esta ciudad de Salta. Un crimen cultural haberlo derruido.
Era el teatro argentino de humor, ese territorio fértil donde se cruzaban la memoria emotiva, la crítica sociocultural y esa fina ironía que ahora guarda ese perfume a nostalgia.
Era el vodevil a la argentina, la comedia ligera de enredos amorosos y familiares, con situaciones absurdas, donde el malentendido era la columna vertebral de la pieza. Eran puestas sabrosas, con una afinada coreografía del disparate.
No era solo el Vittori del chiste fácil: era la Argentina que se miraba al espejo mientras se reía de sí misma. Un teatro que entró a las casas por TV, democratizando la carcajada, mezclando a Aristófanes con la picaresca de barrio. Ese Vittori que era casi un fósil lúcido de un país que se tomaba menos en serio, y quizá —paradoja histórica— vivía un poco mejor.
Era el tiempo de la Argentina del sketch: cuando el país se explicaba mejor con un gag que con un editorial y Vittori, encarnaba la síntesis de la inmigración, el cocoliche, el café concert, con resabios de circo criollo y televisión “al uso nostro”.
Hoy, exhumamos ese pedazo de historia del arte popular argentino, propiamente ya una cultura de catacumba que nos hace preguntarnos: ¿qué quedó de ese humor que sobrevivía a todos los gobiernos?
Con Ustedes…, la comedia.