POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
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El 24 de septiembre de 1812 no fue un día más en la Guerra por la Independencia. Fue una jornada cargada de signos y de símbolos. Aquel día, Belgrano, decidió desobedecer una orden superior como la que Buenos Aires le había hecho llegar de retroceder hasta Córdoba, siempre pensando en sus internas políticas y en sus intereses a desprecio del resto del país.
En ese momento, Belgrano, pensó: “Si nos retiramos se pierden las provincias del norte”. y plantó cara en Tucumán, en una apuesta que parecía suicida porque se jugaba allí el destino mismo del Movimiento de Mayo.
Retirarse hasta Córdoba era la condena a una muerte lenta, pero la batalla, aunque arriesgada, podía entrañar una esperanza. Apenas pocos días atrás, el 3 de Setiembre, en La Piedras, la retarguadia patriota había dado cuenta de la avanzada española. Belgrano eligió la esperanza.
La desobediencia que salvó la revolución
Lo que en la letra y en el código militar era insubordinación, en la práctica resultó un acto de clarividencia estratégica. La victoria en Tucumán selló la primera gran derrota de las tropas realistas y consolidó la idea de que el Movimiento de Mayo no era un capricho porteño, sino un destino compartido que el interior estaba dispuesto a defender. Sin Tucumán, la independencia se habría apagado en su cuna.
Sin Tucumán, no se hubiera dado la Batalla de Salta, del 20 de Febrero de 1813, sello definitivo a las aspiraciones realistas de llegar a Buenos Aires.
El combate y lo sobrenatural
La historia registra, además, un aura mística alrededor de aquel enfrentamiento. Se habló de una bandera luminosa que guió a los combatientes, de apariciones de la Virgen de la Merced en medio del fragor y de un pueblo que, con su fe y sus manos, se unió al ejército. Belgrano, hombre culto y sensible a los signos, comprendió que esa dimensión espiritual era parte de la batalla. No era solo un combate de fusiles y lanzas, era una lucha de fuerzas invisibles.
El General José María Paz, en sus Memorias, dice: “De pronto, Belgrano, se hallaba con el rostro lívido, como en un trance, elevado, fuera de esta dimensión”.
Belgrano, el visionario
Años más tarde, Belgrano mandaría editar en Londres la obra del jesuita Manuel Lacunza, “La segunda venida del Mesías en Gloria y Majestad”, una obra prohibida por la Iglesia Católica. Ese gesto revela a un hombre que veía la historia con ojos proféticos, convencido de que la revolución americana estaba inscripta en un plan mayor: el de la redención universal.
Más que un triunfo militar
Tucumán fue, entonces, la conjunción de lo humano y lo trascendente. La estrategia, la fe y la visión profética se encontraron en una jornada decisiva que cambió el curso de la historia. Allí Belgrano mostró que el verdadero jefe no siempre obedece órdenes, sino que obedece a la patria, a la intuición profunda y a un destino que, a veces, se anuncia en señales que otros no saben ver.
Vicente Fidel López, la llamaría luego “La más criolla de todas las batallas”. –