POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
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RESUMEN: La historia del mundo cambió una noche de octubre de 1307, cuando el rey de Francia y el Papa Clemente V sellaron una alianza oscura contra los guardianes del conocimiento más poderoso de la Edad Media: los Caballeros Templarios. Aquella traición no sólo extinguió una orden militar y espiritual, sino que encendió una leyenda que aún hoy palpita entre las sombras del tiempo. Desde entonces, cada viernes 13 recuerda —como un eco— la maldición de un fuego que nunca se apagó.
La noche del viernes 13 de octubre de 1307, quedó en la historia como el día en que se cometió la traición más grande de la historia. Esa jornada fueron detenidos, sólo en París, 140 miembros de la Orden del Temple, por disposición del rey de Francia, “Felipe el Hermoso” y la felonía (una más) de un Papa, Clemente V, a quien los Templarios respondían en forma directa. En la tradición popular quedó marcada aquella fecha del viernes 13 como una cábala relacionada a la mala suerte.

Quiénes fueron los Caballeros Templarios
Hacia el año 1118, más o menos, un grupo de Caballeros que hicieron los votos propios de los religiosos, se estableció en las ruinas del Templo de Jerusalén con el propósito de asistir y proteger a los peregrinos que iban a visitar los llamados “Santos Lugares”. El nombre original de estos fue “Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón”, cuyo jefe y formador fue Hugues de Payens.
Contaron inicialmente con el apoyo del rey Balduino II de Jerusalén y con la aprobación papal expedida por Inocencio II en 1139. Con el tiempo, la Orden experimentó un crecimiento vertiginoso en materia política, militar y sobre todo económica, llegando a convertirse propiamente en un Estado dentro de los Estados cristianos.
Fueron en los hechos los primeros banqueros de Europa. En torno suyo se conformó una red bancaria internacional que gestionaba tierras, flotas, armas y fortalezas, llegando a prestarle dinero a los monarcas para financiar sus guerras. Uno de los más favorecidos por estas operaciones fue Felipe de Francia -El Hermoso-, que era el más endeudado con la Orden.
En un contubernio bochornoso, el rey de Francia, convenció al Papa Clemente V, un pontífice débil, lascivo y débil de carácter (algunos dicen que también mentalmente) y así urdió una falsa denuncia contra los Templarios acusándolos de corrupción y de realizas prácticas heréticas e idolátricas, algunas innombrables aquí, ordenando el arresto masivo de los miembros el día 13 de octubre de 1307.
Obviamente, es imposible en este espacio relatar la historia de los Templarios y los alcances incluso de su conocimiento esotérico, pero digamos que aquella noche se inició la caída y destrucción de una Orden, que hoy, en el siglo XXI, de alguna manera continúa vigente.

La noche en que ardió la luz del conocimiento
Lo que ardió en las hogueras del “Santo” Oficio posteriormente, no fueron sólo cuerpos, sino la posibilidad de un conocimiento distinto: una ciencia espiritual que unía fe, razón y poder económico. Pero -como dijimos- parte de esa llama sobrevivió y, según la leyenda, viajó por el mar hacia occidente. Una muestra más de cómo la Iglesia Católica ha sido responsable del retraso de por lo menos 500 años en la elevación de la conciencia, censurando y asesinando a las mentes más célebres y adelantadas de la humanidad. Aristóteles se salvó porque los Papas no existían en su tiempo, pero padeció la censura durante más de un milenio hasta que los árabes, vía Averroes, lo introdujeron nuevamente en Europa cuando invadieron España. Paradójicamente, Santo Tomás de Aquino, lo exhumaría y construiría sobre las ideas del Estagirita su monumental obra: la “Summa Teológica”.
En realidad, además de borrar el endeudamiento que tenía el rey francés con los Templarios, tanto el soberano como el Papa buscaban hacerse con la enorme fortuna que habían amasado los Caballeros. Sin embargo, al tomar por asalto la fortaleza principal de París no se encontró ni el tesoro ni los documentos sagrados.
La leyenda de las cuatro caravanas
Según la tradición templaria y algunos estudios esotéricos, la noche anterior al asalto, partieron del Templo de Parías cuatro columnas o caravanas llevando cofres, reliquias, mapas y manuscritos.Una de ellas habría transportado entre otras el Santo Sudario, que en su tránsito habría sufrido las consecuencias de un incendio, tal como se ve hoy cuando se exhibe una vez año en la Catedral de Turín y que pudiéramos contemplar.

Pero lo interesante es el destino de una de las caravanas que se habría dirigido hacia el Puerto de La Rochelle, en el Canal de la Mancha, desde donde habría partido hacia el Atlántico. ¿Su destino? Nadie lo sabe con certeza. Las versiones más difundidas indican que un punto de arribo habría sido Escocia donde fueron acogidos por clanes aliados (Se hallaría allí el de la futura Masonería). Otra especulación los sitúa en Portugal, donde se reorganizaron como la Orden de Cristo.
Por fin, otra versión dice que habrían alcanzado las Tierras del Nuevo Mundo, hipótesis fascinante que vincula su flota con las rutas que siglos después seguirían Colón y otros navegantes.
El Santo Grial y la memoria del conocimiento
Pero lo más fascinante es la leyenda que especula que la flota templaria que habría alcanzado las playas de Centroamérica, habría traído consigo el Santo Grial. En la tradición templaria, el Grial no es sólo la copa donde José de Arimatea habría recogido la sangre de Cristo. En la sabiduría templaria, decimos, representa el símbolo de la sabiduría espiritual, la unión del conocimiento divino y humano. La hipótesis sostiene que los Templarios custodiaban ese saber y lo salvaron del fuego trasladándolo a occidente.
Así, el Grial no sería un objeto, sino un legado, la herencia de una ciencia sagrada perdida que viajó con ellos.
El mito que nunca se apagó
La caída del Templo marcó el fin visible de la Orden, pero también el inicio de su mito.
De Escocia a América, de las catedrales góticas a los mapas secretos, de las velas de Colón a los símbolos masónicos, la sombra templaria siguió viva, custodiando la idea de que existe un conocimiento anterior al dogma y más allá del poder.
En definitiva, tal vez, los Templarios no desaparecieron aquella noche: sólo cambiaron de mundo.
Tal vez el fuego del 13 de octubre no fue una hoguera, sino una antorcha que cruzó el océano y en las
Paradojas que tiene la historia, hoy, en tiempos en que las iglesias -sobre todo la católica- se baten en retirada y cuando los reinos (según las profecías bíblicas) están llegando a su final, ese conocimiento metafísico y espiritual que alcanzaron los Templarios, todavía viven entre nosotros y se proyectan como la Luz que iluminará el nuevo renacer espiritual de la humanidad. –
