El rebuzno público y la estupidez frente a la opinión calificada

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

La sociedad argentina se ha convertido en una masa ululante, informe, que como un tarro con bolillas se corre haciendo ruido para el lado que se lo inclina. Ha pasado de votar apasionadamente a un tropel de delincuentes liderado por una Cruela de Vil que les robó hasta las manchas de la piel, a votar masivamente a un sujeto que no superaría un psicotécnico (Al que he votado, por supuesto).

Para los “K”, quien no pensaba como ellos era facho, represor, de derecha por definición. Para los libertarios, quien no piensa como ellos es “zurdo hdp”, peruca, kuka. Ninguno de estas dos jaurías comprende que existe una franja -pequeña quizás- de argentinos que pensamos libremente y con criterio.

Este fenómeno sucede debido a que la nuestra se ha convertido en una sociedad donde la lectura se reduce a titulares y la opinión se confunde con conocimiento, la estupidez pública deja de ser un accidente y se convierte en un sistema. Frente a ese paisaje de estridencias vacías, el periodismo, fatigado pero necesario intenta sostener el último hilo de lucidez cívica.

Y si…, el periodismo -o lo que llaman así-, tiene gran parte de la culpa de que suceda esto. Ya no hay periodismo sino formadores de opinión que es otra cosa. El periodista, cuando lo es, parte de una mirada, pero trabaja para verificarla; el formador de opinión parte de un interés y trabaja para imponerlo. El formador de opinión es un sicario a precio de intereses. No busca la verdad sino destruir el criterio público. Es un vendedor de opinión publicada. Luego, el lector o televidente no piensa, repite.

La estupidez pública no brota por generación espontánea

Y no, es el resultado de décadas sin educación rigurosa, sin hábitos de lectura, sin pensamiento crítico. Es la voz altisonante del que no sabe y, peor aún, no quiere saber.

Es el resultado de un país fallido culturalmente que ha propiciado la aparición del “opinólogo” o “todólogo” (sabe de todo y de nada a la vez). Un estereotipo de sujeto argentino que pontifica desde la ignorancia con la soberbia de un iluminado.

Allí el periodista, ese individuo que todavía investiga, contrasta y piensa, debe abrirse paso entre rebuznos que se replican como si fuesen argumentos. No es fácil, ni cómodo, ni inocuo. Pero alguien tiene que sostener la palabra en medio del ruido.

En este país, el hombre que piensa y dice sin monedas partidarias en el bolsillo, termina al final como el del Mito de la Caverna de Platón; que por decirle a los hombres encadenados mirando las sombras en la pared que les proyectan que todo es mentira y que la verdad está afuera, la masa que quiere seguir viendo figuritas, “lo más probable es que terminen matándolo”, dice el griego. –