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RESUMEN: Mientras la Argentina se hunde en la crisis, el presidente transforma la gestión en un show personal. Con el país paralizado, hospitales sin recursos y su espacio político salpicado por denuncias, Milei canta. Y el pueblo, en silencio, paga la entrada.
Hay gestos que definen épocas. Y hay otros que las condenan. El recital del presidente Javier Milei, en medio de un país quebrado, parece pertenecer a la segunda categoría. Mientras la Argentina se incendia en lo social, lo económico y lo institucional, el jefe de Estado se sube a un escenario, guitarra en mano, como si gobernar fuera una performance de egocentrismo y luces de neón.
La pregunta es sencilla: ¿entiende Milei que gobierna un país?
Mientras miles de familias no llegan a fin de mes, mientras los hospitales no tienen insumos y los docentes sostienen aulas con sueldos indignos, el presidente organiza un show musical con estética de rockstar y pretensión mesiánica.
El contraste duele. Y aterra.
Porque mientras el presidente canta, el país calla: la industria se paraliza, el comercio se hunde, la pobreza avanza como una mancha de aceite sobre cada barrio. No hay obras públicas, no hay inversión en universidades ni hospitales, y la administración nacional parece reducida a viajes, entrevistas y declaraciones altisonantes.
A la par de ese show, su principal candidato en la provincia de Buenos Aires se baja envuelto en denuncias de financiamiento narco. El escándalo sacude los cimientos del oficialismo y desnuda el doble estándar de una fuerza política que decía venir a “moralizar la política”. Mientras tanto, circulan versiones que señalan a laboratorios implicados en el caso de coimas de Karina Milei como posibles financistas del recital presidencial. Nadie desmiente nada con claridad.
Todo esto, en conjunto, pinta un cuadro preocupante: un gobierno sin gestión, sin sensibilidad, y sin límites éticos. El presidente parece más interesado en alimentar su culto personal que en enfrentar la tragedia cotidiana de millones de argentinos.
Lo único que Milei ha demostrado es desprecio por su propia ciudadanía, por los que sufren las consecuencias de sus políticas de ajuste, por los que perdieron el trabajo o la esperanza.
Y entonces surge la pregunta más lacerante, la que flota en cada sobremesa, en cada cola de supermercado, en cada hospital público sin médicos suficientes: ¿Qué destino tenemos con un gobierno así?
