POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar .-
El 10 de febrero de 1912, el presidente, Roque Sáenz Peña promulgó la Ley 8871 que consagraba el Sufragio universal, secreto y obligatorio. Esta ley que transformó profundamente el sistema electoral argentino, estableció por primera vez un régimen más transparente y democrático, aunque no tuvo nada de universal porque el voto estaba limitado sólo a varones nativos y naturalizados, dejando afuera a mujeres, analfabetos y extranjeros. En su discurso de presentación de esta ley, Sáenz Peña, afirmó ¡Quiera el pueblo votar!
A más de un siglo de esa conquista parcial pero fundacional y que costó sangre de argentinos (Revolución del Parque en 1890), el desinterés popular por votar parece devolvernos a un tiempo aún más oscuro: el de la resignación.
La democracia no sólo es una forma de gobierno, sino también, un sistema de valores: Vida, Libertad, Propiedad y todos los que conforman ese plexo de derechos y garantías de los cuales goza un ciudadano. De modo que todos deberíamos estar atentos y alegres de poder votar en cada ocasión porque se consagra en ello el valor de la participación ciudadana.
Sin embargo, observamos de un tiempo a esta parte que al Pueblo le interesa cada vez menos votar. Y así se obtienen victorias pírricas, donde los oficialismos gastan fortunas en sostener a candidatos que a la gente cada vez le interesan menos. Entonces, se conforma una ecuación preocupante: más decadentes son los candidatos, más decadente se vuelve el sistema democrático.
No se comprende muy bien porqué razón los gobiernos no leen este dato de la retracción de votantes, porque ganan elecciones con porcentajes cada vez más pequeños. En los recientes comicios de CABA, el ganador obtuvo un 30%, en el marco de un total de 55% promedio de votantes. Aquí en Salta, hace unos días ha ocurrido otro tanto. A la gente ya no le interesa votar. Es cuando surge la pregunta: por este camino ¿Hacia dónde vamos?
La raíz del problema está en la extinción de los partidos políticos que ya no le dan a la democracia dirigentes validados por la militancia, las ideas y los proyectos políticos. Sin partidos vivos, no hay democracia viva.
De esa forma, los gobiernos se han llenado de personajes cada vez más limitados en todo sentido, algunos que atreven a autopercibirse como dirigentes cuando no dirigen a nadie. La savia de la democracia son las ideas y la discusión sobre ellas. Tenemos así, concejales, legisladores y funcionarios que han demostrado tener dificultades hasta para leer de corrido.
Todo se puede hacer menos alterar la naturaleza de las cosas; el “Ethos” que dirían los griegos. Cuando se desfalca la ética se sigue inmediatamente la corrupción de las cosas, en este caso, el sistema democrático.
Por este camino, es de esperar que en las próximas elecciones de octubre continúe bajando el nivel de votantes porque no se avizora en el horizonte político que vayan surgiendo nombres de valía. Se habla de los mismos que hace décadas medran en los cargos, algunos ya devaluados y otros que deberían estar paseando por los Tribunales, pero no se observa que la oferta política vaya a mejorar.
No revitalizar el sistema político reformulando a los partidos políticos, devolviéndole vida cívica, es una trampa para los propios oficialismos que van cayendo en el caso de la rana en el agua caliente. En algún momento van a terminar cocinados.
Aún estamos a tiempo, pero hace falta coraje y voluntad para que el Pueblo vuelva a querer votar. –