.POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
¡Oh tiempos, oh costumbres!, clamaba Cicerón ante la decadencia de Roma. Qué diría hoy, rodeado de vínculos descartables, saludos enlatados y afectos de cotillón. Sin embargo, en este mundo de utilería, hallar a un amigo y conservarlo es un milagro de la existencia, un favor de los Cielos y también un espejo y una sombra.
Porque el espejo te refleja y la sombra nunca te abandona.
Los verdaderos amigos, en estos tiempos de codicia disfrazada de éxito, de envidia solapada bajo likes y de amores líquidos que se evaporan con el viento, son una bendita rareza. Son como la Lucerna que animaba el camino de los primeros cristianos en la oscuridad de las profundidades cuando eran perseguidos y esa luz los guiaba en las penumbras y a la vez, era esperanza de salida, de vida.
El amigo es espejo porque no pregunta, no reclama nada a cambio y no compite. Simplemente, está. No negocia –lo mismo que la propia imagen- su amistad. Y nos honra como lo hacemos con nosotros mismos.
Porque hoy, estar al lado de un amigo, es el mayor acto de resistencia al sistema.
El amigo también es sombra, porque aunque la luz sea tenue, uno sabe que ahí está. Porque camina junto a nosotros aún en la penumbra de nuestras horas más oscuras. Cuando todo se desarma, cuando el mundo gira sin alma. En esos momentos, la palabra sincera o el abrazo de un amigo son lo único que no miente.
La amistad es como un buen vino. Es la palabra dada. Es el “Te quiero” dicho con palabras que son como el “fierro de marcar”, dejan la marca a fuego en el alma.
Por eso, frente a tanta miseria disfrazada de posmodernidad, decir “Te quiero” es casi un acto revolucionario.
Se puede despedazar el mundo, pero la amistad vence al algoritmo que se viraliza en horas como estas en saludos en serie, en vacuos gifs animados y en frases de autoayuda recicladas. Los verdaderos amigos no precisan de todo eso: basta una mirada, un silencio compartido.
Los hombres de fe hallamos en aquellas palabras de Jesús, la esencia más significativa y profunda: “Ya no los llamo siervos …los he llamado amigos…” (Jn. 15:15), que elevan a la amistad a un vínculo sagrado, horizontal, basado en la confianza y en la revelación compartida. Ya no hay secretos entre amigos.
No es la cantidad de mensajes lo que marca una amistad sino los tiempos cuando decidimos compartir una alegría o una pena, y son correspondidos. Las veces en que uno supo estar sin pedir nada.
En tiempos de saldo insuficiente y vínculos cancelables, el amigo es ese que te presta el alma… sin hacer captura de pantalla.
Y eso, hoy, vale más que el oro, el dólar o el bitcoin