www.ernestobisceglia.com.ar – POR ERNESTO BISCEGLIA. – La muerte es lo más democrático que existe. Nos iguala a todos. Frente a Ella, los rangos, las cuentas bancarias, las mansiones y el poder, son nada más que cenizas. Cuando recorro el cementerio en mis investigaciones compruebo que los depositados en los mausoleos más fastuosos, donde se hallan los ataúdes más tallados y costosos, no se diferencian en absolutamente nada de aquellos que yacen bajo la tierra con la sola cruz, humilde, desteñida, con sus nombres ya ilegibles. Allí, somos todos iguales.
Sin embargo, algo nos diferencia, al menos a los hombres de Fe; algunos tenemos más dignidad que otros en orden a lo que hayamos hecho de nuestras vidas. Personalmente, como es sabido, considero que la Iglesia Católica es un fracaso espiritual y que ha traicionado el mensaje puro de Jesús, que al final de cuentas no era católico, por supuesto. Tan sólo poseía una bolsa donde portaba aquello que la comunidad le daba para sobrevivir, y aún así, esos mendrugos eran de la colectividad de los doce.
Humildad, mansedumbre, afabilidad, simpatía y un profundo sentido del humor, surgen de sus respuestas en los Evangelios. Jesús, es líder, pero es la mansedumbre y la piedad; la profunda convicción del servicio y la donación. El rechazo hecho carne a la soberbia y al poder, como lo enseña con su ingreso en Jerusalén montado en un burro.
Dicho sea de paso, evangelicemos a este ex arzobispo y a su corte de pretores ensotanados que han desplazado a los santos sacerdotes de la Curia local por no prestarse a los maniqueos manejos del jerarca negro (Porque viste de negro): Jesús no ingresa montado en un caballo como lo hacían los generales romanos o los reyes, lo hace en un pollino -que es más inteligente que el caballo- y representa la docilidad (“… es pequeño, peludo, suave…”). Le ofrecen a Jesús: “Bajate y te hacemos rey”. Le dan a elegir entre el poder y la autoridad, y Jesús elige la autoridad.
Estos villanos de la fe, han traicionado hasta el espíritu de Medellín y de Puebla, han abandonado la “opción preferencial por los pobres”, por la “opción preferencial por el poder”. Un poder que entraña la patética miserabilidad de un pobre andrajoso de espíritu. El ex arzobispo Cargnello, denuncia en su mirada la lascivia del poder y el autoritarismo, y despliega su personalidad en un momento de estupor, de dolor para muchos, por la muerte del Papa Francisco.
Hay algo profundamente trágico en ver cómo los símbolos más sagrados de una cultura se desgastan por dentro. No por el paso del tiempo, ni siquiera por el descreimiento, sino por la acción corrosiva de aquellos que deberían ser sus custodios. En nombre de Dios, a lo largo de la historia, se han hecho maravillas… y también horrores. Y quizás, una de las tragedias más actuales no sea el ateísmo, sino la fe decepcionada.
Frente al deceso de ese mismo Papa que predicaba la necesidad de “Pastores con olor a oveja”, porque el mundo clama por referentes espirituales sinceros, humanos, humildes, hallamos la mirada del ex arzobispo Cargnello, carente de humildad, contrariamente a lo que describe, San Marcos (10, 21), en un momento muy hermoso y cargado de humanidad: “Jesús lo miró con amor y le dijo: ‘Solo te falta una cosa: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.’.
Lo “miró con amor”, dice.
Este ex arzobispo, lejos de reflejar la ternura del Evangelio, la compasión del buen samaritano o la templanza del pescador de hombres, revela su verdadero carácter de infame violento que lo llevó a protagonizar un hecho propio de un vergonzoso prontuario que cualquier político de tercera línea envidiaría: una condena por violencia de género contra las monjas del Carmelo, una orden de restricción vigente y una capacidad notable para usar la institución eclesiástica como escudo y plataforma de negocios.
Porque si de negocios se trata, la Universidad Católica de Salta bajo su tutela no es ya aquella institución académica fundada por los jesuitas de Wisconsin: es una unidad de negocios para privilegiados, una curia con posgrados y cuotas imposibles para el común de los cristianos. Hasta la donación a título gratuito que realizara, Monseñor Pedro Reginaldo Lira, de su tierra -Horco Huasi- en La Calderilla, que debía tener destino de refugio final para los sacerdotes retirados, la ha convertido en un gran corral para lucrar con la carrera de veterinaria y otros quioscos. Monseñor Lira, debe estar a los saltos.
Pero ayer se superó. En medio del luto mundial por la muerte de un Papa (sí, incluso para los que no simpatizamos con el catolicismo institucional, el respeto y la piedad son universales), al ex arzobispo Cargnello le tocó hablar. Y lo hizo, como siempre, de mal modo y con el rostro torcido de soberbia, con esa voz que huele más a poder que a fe. Se despachó contra una periodista con una agresividad apenas disimulada, que no hizo más que confirmar lo que la justicia ya expuso: estamos ante un hombre violento, misógino y profundamente alejado del amor cristiano que predica con la boca, pero pisotea con sus actos.
Porque hay que decirlo con claridad: no hay fe posible en una estructura que protege al violento, al abusador, en una curia que trafica influencias mientras reprime almas, en una voz que grita para callar preguntas. Cuando el ex arzobispo insulta a una periodista, no sólo agravia al periodismo: se despoja del hábito espiritual que debería sostenerlo. Y lo que queda es apenas un hombre común, al que ni siquiera lo salva su sotana.
Este no es un hombre de Dios. Es un hombre del poder. Uno que no camina entre ovejas (Y cuando lo hace es para elegir a cuál se come) sino entre alfombras rojas, que no da la mano al humilde pero sí la bendición al empresario que invierte en sus “emprendimientos”. Y que, además, desprecia a las mujeres, las acosa, las persigue y luego se indigna cuando alguien le pide que rinda cuentas.
Este individuo representa a la Iglesia posterior al Edicto de Milán, al Concilio de Nicea y de Trento; no a esa Asamblea -Monseñor Lira, enseñaba sobre esto-; aquella “Ecclesiam” que supo tener profetas, mártires y santos, ha sido abandonada en Salta. Esa otra “Iglesia” que representan estos tipos, es la que genera estos productos tóxicos. Es la misma que encubre, silencia y protege a estos personajes hasta que la justicia civil, esa a la que tanto desprecian, les pone el límite. Porque si algo hay que decir de este caso es que el sistema judicial, tan criticado como insuficiente a veces, fue más cristiano que la Iglesia misma: protegió a las monjas, dictó medidas, hizo lo que la institución eclesiástica jamás se atrevió. De hecho, el expediente con las denuncias de los salteños guarda el sueño de los justos en alguna oficina del Vaticano.
La “Iglesia” en manos de siniestros como estos, viola el carácter del Kerigma (del griego kerygma, que significa «anuncio», «proclamación») paulino, que es el núcleo central y más primitivo del mensaje cristiano.
El Apóstol Pablo, enseñaba que el Kerigma es la proclamación esencial del Evangelio, esa que no necesita adornos ni teologías elaboradas, sino que toca el corazón del oyente. Es el anuncio directo del Misterio pascual: la muerte y resurrección de Jesucristo como salvación para la humanidad. Este mensaje no es un discurso ético ni una filosofía, sino una proclamación de un acontecimiento real que transforma la vida. En una de sus cartas más tempranas, Pablo, enseña: “Porque les transmití en primer lugar lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y luego a los Doce.” (1 Corintios 15, 3-5). ¿Dónde está eso como testimonio en esta gente?
Y acá estamos. Con un ex arzobispo al que no le creemos ni el Padrenuestro. Con un “representante de Cristo” que es, en los hechos, su peor antítesis. Un individuo que ha contribuido eficazmente al vaciamiento de los templos de fieles, especialmente de jóvenes. Que maneja alcoholizado e indocumentado y se esconde detrás de sus abogados para no pagar la multa.
Uno que no huele a rebaño sino a ambición, soberbia y azufre.
¿Por qué decimos “ex arzobispo”? Porque las dignidades y los cargos se legitiman con los actos. Cuando se incumple con el mandato que el hábito reclama, se pierde el cargo. La dignidad y el buen nombre y honor.
¿Es este el pastor que Salta merece? ¿Cuánto más vamos a permitir que se disfracen de fe los operadores del poder? A esta altura, este ex arzobispo, Cargnello ya no escandaliza. Sólo confirma lo que muchos sentimos hace tiempo: que la Iglesia necesita una purga ética tan urgente como profunda. Y que algunos templos, en vez de ser casas de oración, se han convertido en cuevas de arrogancia.
Yo sé, que, a esta altura, en el Presbiterio, en la infernal secta del Opus Dei, y entre algunos otros, hay mercaderes de la fe rasgándose las vestiduras a ejemplo del sumo sacerdote del Sanedrín: “Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: ‘¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia.’ (Mt. 26,25). Y otros, tantos otros, que medran a la sombra del poder curial y nos señalan, lamentando no poder enviarnos a la pira pública con leña verde. Son aquellos que Jesús en tantas oportunidades, llamó “hipócritas”: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque son como sepulcros blanqueados: por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre. Así también ustedes, por fuera parecen justos ante los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad.” (Mateo 23, 27-28).
En mi humilde caso, apenas un escriba inspirado en la pobreza espiritual de nuestro Hermano Mayor de Asís, expreso lo que miles callan por temor, por imposibilidad o por ignorancia. Y os lo digo de frente, con mi firma. –
Créditos video y foto de portada: InfoSalta