La Verdad os hará Libres: Cuando Evangelio y Masonería coinciden en el mismo Templo del Espíritu

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

ADVERTENCIA: Las líneas que siguen, son un adelanto de un próximo Opúsculo. Con ser literatura especulativa, no son aptas para mentes cerradas, dogmáticas ni espíritus no iniciados. Esta lectura es un ejercicio de Libertad intelectual y espiritual, un desafío a pensar más allá de las limitaciones de todo tipo. Luego, con parecerlo, no es herético sino que pretende iluminar un camino más allá de una tercera dimensión.

De hecho, llamar a un pensamiento u obra “herético”, es reconocer su esencia libre, pues en su etimología, hereje, significa “aquel que elige”.  Con el tiempo, el catolicismo que todo lo manipuló para consolidar su poder le dio al término una connotación negativa,  aplicándose a quien elegía una doctrina distinta de la oficial, es decir, «el que se aparta de la “verdad” establecida por la Iglesia».

Así, estas son líneas provocadoras, profundas y por supuesto, interesantes. No por quien las escribe sino por el tema planteado que para algunas mentes ultramontanas puede aparecer como complicado y peligroso…, como todo lo que vale la pena decir en voz alta. Pero en tiempos como los presentes en que las cosas esenciales y eternas son volátiles, es bueno poner a debate un tema, por lo menos –diré- “escandaloso”. Imposible para esas mentes decimonónicas y percudidas por el dogma.

Escribir una reflexión sobre este tema en una aldea de pensamiento medieval como Salta es, por lo menos, caminar por la plaza central con los maderos y los fósforos bajo el brazo, una invitación a terminar en la hoguera. Pero es también alzar el pensamiento buscando el hilado intelectual de un Giordano Bruno y reposar en la meditación del Dios de Spinoza; pero sobre todo, tomando como punto de referencia a la persona de Jesucristo como liberador por excelencia.

Precisamente, el catolicismo ha reducido  la magnificencia de la figura del Cristo fijándolo a una cruz que terminó siendo utilizado como un fetiche. El patíbulo convertido en trono, cuando la dimensión física, lógica, espiritual y trascedente del Galileo se consuma en su resurrección, como bien lo señala, San Pablo, cuando expresa aquella elocuente sentencia: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe” (1Cor.15,14).

Sin embargo, el Cristo con el que ha transcurrido toda la catequística de la civilización occidental y cristiana es aquel vencido por la muerte. Porque dirán que la doctrina enseña sobre la Resurrección, pero la iconografía que impresiona a los sentidos del vulgo es sobrecogedora. Se ha enseñado un Cristo severo, célibe, amonestador, doliente, torturado y asesinado. Pero jamás se ha visto un Cristo sonriente, dado a las comilonas, al beberaje, a los amigos y a las mujeres de vida casquivana, como cualquier hombre; como lo describe el Evangelio de Mateo: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores, pero la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mt. 11:19).

Reconocemos y damos fe de la Naturaleza divina del Cristo, pero renegamos del reduccionismo al dolor que se ha hecho del mismo. Nos regocijamos en la Esperanza (1Ped. 3,15), pero rechazamos el misticismo hipócrita con que las casullas han ejercido el dominio de las mentes y de los espíritus a través del complejo de la culpa.

Lo decimos así, porque todo ese corpus de interpretaciones humanas, recortadas y adosadas a placer por los hombres en los concilios, dieron como resultado seres enfermos psicológicamente y desnutridos espiritualmente. Muchos, dados al saqueo de sus hermanos y al abuso de los más humildes y menos protegidos.

Han reducido al Cristo a la prisión de un sagrario en lugar de darlo a todos como la esencia de un espíritu libre que vaga por los intersticios de las comunidades llevando la Buena Nueva. La resultante ha sido cortarle las alas al Espíritu, reducir la Libertad del hombre, desconociendo el mandato joánico que enseña: “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido;  pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn 3:8). Así es, el Espíritu sopla donde quiere.

Planteamos, en fin, una reflexión sobre la posibilidad de reconciliación entre dos territorios históricamente enfrentados, aquel del Evangelio expuesto por San Juan y el de la Masonería, DESDE EL PUNTO DE PARTIDA DE LA LIBERTAD. Es tan delicado el tema que amerita remarcar la advertencia inicial, iniciamos desde una lectura espiritual y no dogmática del mensaje cristiano.

“La Verdad os hará Libres” (Jn. 8, 32)

 Podemos ver en este pasaje el punto de partida angular de esta reflexión. Es en la esencia de esta frase donde se tiende el puente entre Evangelio y Masonería. Será necesario, pues, ver a uno y a la otra como espacios –llamémoslo así para que se comprenda—de orden espiritual. El Evangelio es Palabra pura (Logos-Verbo) y la Masonería es un espacio de deliberación especulativa absolutamente libre. Incluso más libre que las iglesias donde temas espirituales o esotéricos son anatematizados. En los cenáculos de hermanos masones, TODO, es dado a discusión, sin exclusión de credos o ideas políticos. Porque se trata de dilucidar cuestiones relativas a la Verdad.

Cuando decimos esoterismo, no es brujería o cosa parecida. El cristianismo y el catolicismo tienen su expresión esotérica, sólo que jamás se enseñará al vulgo tales cuestiones. Y tiene su exoterismo, que es lo que se muestra al fiel.

Desde ese punto de vista que no es fácil de comprender por los simples, no estamos hablando de instituciones ni construcciones humanas, sino de elevar el pensamiento y la Razón a un estadio superador, aquel de “El que pueda entender, que entienda”

Así, entendemos y con razón, que la condena a la Masonería es eclesiástica (institucional) y no evangélica. De hecho, la Iglesia, a lo largo de los siglos a condenado a todo aquello que represente alzar las alas para volar más allá de la letra bíblica, y con razón decía San Pablo: “La letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2Cor. 3:6).

Luego, en el nivel en que planteamos estos razonamientos diremos que tanto lo evangélico como lo masónico, parten del respeto al otro. La prueba de esto último se halla en la ausencia de condenas del Cristo y la ausencia de limitaciones y condenas dentro de la Masonería.

La “letra”, obviamente, se refiere a la ley escrita, que exige cumplimiento pero no transforma el corazón. Y “mata”, porque es imposible para nadie cumplirla a la perfección y por ello, el fiel cristiano –y otras religiones-, vive mortificado porque debe reprimir sus pensamientos y sentimientos.

Por fin, «El espíritu vivifica»; porque lo que llamamos Espíritu Santo es universal, porque todo el Universo está vivo por el espíritu del amor. Cuando el hombre, por sectarismos, por dogmas –el que sea- o por intereses, se aparta de ese espíritu de Amor, comienza el conflicto, las diferencias, las persecuciones y la guerra.

Al fin de cuentas, cuando cada uno trascienda este plano, Dios –como sea que lo haya concebido-, no preguntará “¿Has ido a misa? ¿Has asistido a procesiones? ¿Has reverenciado a los jerarcas del púlpito? ¿Has confesado tus pecados ante los pecadores?” No. La pregunta será simplemente: ¿Has amado?

¿Has amado el Orbe, la Naturaleza, a tu pareja, a tus hijos, a tus hermanos? Porque donde quiera que se vaya, donde quiera que se establezca el pensamiento LIBRE, el hombre en espíritu, se hallará en una comunidad de Amor.

El que pueda comprender más allá de estas palabras, se habrá acercado al espíritu de la sentencia que reza: “Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.” (Mt. 13:43).

Porque todo lo que no se nombra nos gobierna desde la sombra. Tal vez sea hora de encender la lámpara, aunque duela la luz.

Porque a veces, para despertar a los dormidos, hay que golpear la puerta con los símbolos que más temen.

Si el templo se construye con piedras vivas, tal vez sea tiempo de derribar sus muros de ignorancia.

No hay revelación sin rebeldía. Ni verdad sin el riesgo de perder la fe que nos contaron.

La fe ciega es útil para el rebaño. Pero los libres eligen ver.