La emoción como acto de resistencia

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.a

Entre los tantos mitos entre los que hemos crecido, uno de ellos es aquel que trata de someter a la emoción. Como si la sensibilidad fuera una debilidad, una grieta del alma por donde se filtra la tristeza. Pero no, por el contrario, la sensibilidad es la última fortaleza del ser humano. Es lo que nos mantiene vivos cuando todo alrededor se seca.

Porque en el ser humano vibra una esencia que forma parte indisoluble de la persona en sus tres planos: el espiritual, el álma y el cuerpo. Ver danzar el Pas de Deux, de Giselle, o El Corsario; escuchar el Aria de Bach o las vibraciones perforantes del Capricho 24 de Paganini, son experiencias que se inician en los sentidos y pueden alcanzar niveles miticos y místicos.

Porque enfrentar el arte y disfrutarlo es presenciar un acto de resistencia en un mundo que ha reemplazado la emoción por la velocidad y la belleza por el ruido. Si…, porque en ese mundo tan ajado por una tecnología fría y dominante, conmoverse es rebelarse contra el sistema.

En una sociedad yerma, agotada de tanto beneficio satelital y desalmada por tanta histeria de consumo, hallar belleza en una abeja que orbita flor solitaria en parque, para el hombre tecnologizado es una estupidez. Un acto de afeminamiento. Cuando en realidad es una celebración portentosa de la Vida.

Lo mismo ocurre respecto del amor. Las costumbres sociales y religiosas le han puesto demasiadas reglas al amor, cuando en realidad, es el sentimiento más libre que existe. Cuando se ama, se elige libremente a quien hacerlo, sin necesidad de dogmas ni dioses. Porque si podemos amar, es porque ¡Somos dioses!

Es verdad que el amor y el arte no sacian el hambre ni detienen las guerras, pero nos recuerdan que todavía somos capaces de temblar ante lo sublime. Y ese temblor, ese instante en que el alma se expande y nos vuelve por un segundo mejores, es un gesto político en el sentido más profundo: el de afirmar la vida frente a la indiferencia.

Quizás el secreto sea ese: no dejar de sentir. No permitir que la costumbre o el cinismo nos arranquen la capacidad de estremecernos. Porque cuando una nota de Bach, una mirada, o un movimiento de ballet nos hace llorar sin entender por qué, estamos recordando que debajo de todo —del cansancio, de la pobreza, del miedo— sigue latiendo la humanidad.

Y mientras quede alguien capaz de emocionarse, de aplaudir con lágrimas, de decir “esto es hermoso”, todavía habrá esperanza.-