POR: REDACCIÓN – www.ernestobisceglia.com.ar
De templos del pensamiento a sucursales del capital. La universidad dejó de formar ciudadanos libres para fabricar empleados obedientes. Pero un pueblo sin sueños es un pueblo sin futuro.
Nos dijeron que la educación era el camino al progreso. Que el aula era sinónimo de libertad. Que el conocimiento era poder. Pero nunca nos aclararon para quién, ni a qué precio. Y lo que debía ser una herramienta de emancipación terminó transformándose en un negocio rentable para unos pocos.
De faros a vitrinas
Donde antes había filosofía, hoy hay marketing. Donde antes se debatía el alma de un país, hoy se calcula el retorno económico de una matrícula. Las universidades, que alguna vez fueron templos del pensamiento, se convirtieron en vitrinas del capital. El maestro, antes faro, ahora es un empleado precarizado, temporario, de paso.
El saber fue privatizado. La universidad tercerizada. El aula hipotecada. El conocimiento reducido a cotización bursátil. Nos llenaron de diplomas, pero nos vaciaron de ideas. Inflaron currículos y posgrados, pero desinflaron la sociedad.
Ignorancia planificada
En este sistema, la ignorancia no es un error: es una estrategia. Porque un pueblo que no sabe, no reclama. Porque un estudiante que obedece es un trabajador dócil. El currículo fue diseñado para no incomodar. La historia mutilada. La filosofía arrinconada. La sociología maquillada. Y a cambio nos ofrecieron diplomas elegantes, créditos académicos y deudas impagables.
La universidad ya no transforma, simula. Ya no enseña, instruye. Ya no crea, recicla. Nos prometieron centros de saber y nos entregaron franquicias de ignorancia sofisticada.
Una jaula con toga
La educación fue colonizada. El aula, reducida a punto de venta. El estudiante, a cliente. Y el diploma, a adorno de pared. La libertad se vende al mejor postor y el conocimiento se convierte en obediencia con toga y esclavitud con diploma.
Un país sin pensamiento libre es un país domesticado. Y un pueblo educado ya no cabe en la jaula del capital. Por eso, en lugar de formar ciudadanos críticos, nos entrenan como consumidores satisfechos, aunque seamos ignorantes.
Cuando la fe se extingue, se apaga la esperanza
Europa ofrece hoy una radiografía brutal: es el continente con la tasa de natalidad más baja y con la fe más debilitada. Donde antes había iglesias, hoy hay mezquitas. Donde antes había eternidad, hoy hay estadísticas. Allí el hombre ya no es hijo de Dios: es paciente, contribuyente y votante.
América, con todas sus crisis, guarda todavía una memoria viva. La religiosidad popular mantiene el vínculo con lo trascendente. La Virgen de Guadalupe en México, las procesiones en Quito o Lima, son signos de que lo cristiano sigue siendo raíz y sabia.
La hispanidad como salvación
Europa olvidó quién era. La hispanidad, en cambio, conserva la tradición que la vio nacer. Cree todavía que hay verdades superiores al consenso y que la identidad no se negocia.
Por eso, si Europa quiere volver a ser, deberá volver a Dios. Y si busca un espejo, lo encontrará en Iberoamérica: en esa fe que cruzó el Atlántico y que sigue viva en millones de hombres y mujeres que no dejaron de creer que sin Dios no hay patria, no hay futuro, no hay humanidad.