www.ernestobisceglia.com.ar – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Repetiré nuevamente, voté a Javier Milei, para que se terminara el régimen kirchnerista. Creo que muchos no esperábamos gran cosa de este sujeto, pero tampoco había más para elegir. A esta altura, estoy solicitando que me indemnicen el voto, porque este gobierno tiene desvaríos ideológicos que son preocupantes. Hay pinceladas que recuerdan a la Alemania de 1937.
Pública y notoria es mi posición anticlerical. Mi opinión sobre la Iglesia Católica, no obstante, la crítica siempre debe tener el límite de la prudencia. En esto reside la verdadera Libertad de Opinión; en expresar lo que pienso y siento, pero con el límite siempre del respeto al otro. En esta condición se halla la esencia del Liberalismo, no en el desmadre dialéctico en que se maneja el presidente, Milei, y sus “libertarios”.
Valga el momento para establecer una distinción que nos ubique en el campo de referencia de nuestra Nota: Liberal, es quien adhiere a la corriente filosófica y económica clásica nacida en el siglo XVIII con pensadores como Locke, Smith o Montesquieu. Entendemos necesario el mercado libre, sí, pero con cierto rol del Estado como árbitro o garante mínimo y con la contención que brinda la justicia social.
El “Libertario”, en términos académicos, es una desviación peligrosa del liberalismo, una versión extrema del mismo. La proclama de destruir al Estado ya representa una conducta antidemocrática, siempre que atenta contra la división de Poderes y daña a la República. Un ejemplo lo hemos con la designación por decreto de jueces de la Corte Suprema. Estos individuos adhieren a ideas anarcocapitalistas, como Rothbard, o minarquistas extremos como Nozick. Los países civilizados no son anarcocapitalistas. Pero esto es material de análisis para otro momento. En resumen: todos los libertarios son liberales, pero no todos los liberales son libertarios.
El Papa y “sus amigos amanerados y comunistas”
Este gobierno nacional se ha rodeado de una cáfila de descentrados mentales, intelectuales y morales. Un grupete de petiteros que se han hallado con una cuota de poder circunstancial y utilizan el poderoso aparato de redes sociales que han montado para aniquilar cualquier opinión contraria… y por supuesto, a quien opina.
Uno de estos terroristas de la palabra, es Nicolás Márquez, quien oficia de biógrafo del presidente Milei, y destila una ira y un odio de clases manifiesto en cada uno de sus posteos.
Hace unas horas, este personaje, Márquez, tras el fallecimiento del Papa Francisco, escribió en su cuenta de X (antes Twitter):
“CAGAMOS: El cónclave que dejó Bergoglio no es de cardenales católicos sino de sus amigos amanerados y comunistas.”

La desafortunada frase es una pintura clara del pensamiento reaccionario y filo nazifascista de este individuo. La expresión “amanerados y comunistas”, entraña un desprecio por lo distinto y lo diverso. Es la expresión propia de un ultramontano más emparentado con sectas abyectas como el Opus Dei y la confradía San Pío V o X, algunas de esas (Hay varias). Expone un odio visceral por todo aquello que huela a cambio, apertura o disidencia. Es también una falta total de respeto a la figura papal y al momento de duelo que vive buena parte del mundo católico.
Nunca hemos estado de acuerdo con el pensamiento socialista del Papa Francisco y así lo expusimos, claramente. Pero de allí a llamar “amanerados” a los cardenales elegidos por él, hay una distancia ética y moral. También mental.
Los cardenales que elegirán al nuevo Papa fueron nombrados en su mayoría por Francisco. Es un procedimiento muy común que los Papas vayan eligiendo cardenales para formar el Colegio Cardenalicio según su pensamiento. Esto no significa que sean ilegítimos ni que lo que elijan no sea válido si no responde al gusto ideológico de Márquez. ¿Desde cuándo un pretendido intelectual se arroga el derecho de señalar qué parte de la Iglesia es “real” y cuál no? He, ahí, la diferencia entre un liberal y un “libertario”.
Pero más grave es lo que se esconde detrás de esta retórica: aflora el intento de instalar que la si la Iglesia sólo tiene valor si responde a una matriz reaccionaria, ultraconservadora, moralista y autoritaria, todo lo demás que se relacione con lo pastoral, lo misericordioso, con la “opción preferencial por los pobres”, por la justicia social, es para Márquez “comunismo”. Y si algún cardenal no encaja en el molde viril y ortodoxo que él imagina, entonces es “amanerado”.
El verdadero peligro
No estamos ante un exabrupto más. Nicolás Márquez no es un outsider. Es un hombre que forma parte del núcleo duro de quienes influyen en la cosmovisión del presidente Milei. Su discurso no es marginal: es funcional a un modelo de país intolerante, elitista, y cada vez más violento en lo simbólico.
Y aquí surge la gran pregunta: ¿el presidente comparte ese desprecio? ¿Se solidariza con el luto del pueblo católico o con los improperios de su biógrafo? Hasta ahora, silencio. Un silencio que se parece demasiado a la complicidad.
Defender el respeto, aún en la disidencia
En democracia se puede pensar distinto, se debe pensar distinto. Incluso sobre temas tan sensibles como la Iglesia, el liderazgo papal o la política eclesiástica. Pero hay una línea que no debe cruzarse: la del insulto, la discriminación y el desprecio por el otro. Márquez la cruzó con entusiasmo y hasta con respaldo presidencial. Del mismo presidente que asistirá a las exequias del Papa que legó un grupo de “amanerados”.
Desde una tribuna de liberalismo puro y desde la llana civilidad republicana, hay que alzar la voz -y aquí lo hacemos-, repudiando no sólo la barbaridad de esta expresión, sino también advirtiendo el peligro que estamos corriendo todos ante el avance sobre todo en la juventud de esta cultura del odio que se quiere instalar como norma.
Porque cuando el odio reemplaza al pensamiento, la sociedad se vuelve más pobre, más peligrosa, y menos humana. Y por supuesto, menos liberal. –