POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar . – Hubo un tiempo en que José Mujica hubiera sido para mí un adversario irreconciliable . Y mucho antes, en otras épocas más oscuras y dolorosas de nuestra historia, quizás incluso un objetivo militar a batir. Eran tiempos en los que la política se vivía como guerra, y la guerra como justificación de cualquier barbarie.
Pero el tiempo —ese sabio que nunca apura ni perdona— se encargó de poner a cada cual en su lugar. Y a Mujica lo puso en la cárcel, sí, durante años largos, infames, de aislamiento y humillación. Pagó sus errores, si los hubo, como pocos. Pagó con la carne y con el alma. Y de allí salió entero, sin odio, sin resentimientos, sin pedir revancha. Salió con la idea simple, pero poderosa, de que un país no se construye con venganza sino con reconciliación.
Al saludarlo hoy, en la jornada de su partida, no saludo al guerrillero ni al revolucionario, sino al demócrata. Al presidente austero, que dejó el cargo sin haber sido jamás acusado de ningún delito. Simplemente porque no los cometió.
Su presidencia fue una lección de sobriedad y decencia. No se enriqueció, no armó redes turbias, no construyó feudos. Gobernó como vivía: con lo puesto y con la palabra. Y cuando se fue, lo hizo sin hacer ruido, sin apegos, sin negocios pendientes. Se fue a su chacra, con su compañera de toda la vida —Lucía Topolansky, esa mujer sólida y valiente que lo acompañó en todo— y con su perra Manuela, la perra renga que perdió una pata en un accidente con un tractor que el mismo Mujica manejaba. Esa perra, símbolo y testigo, llegó a tener identidad institucional y hasta un canal de YouTube. Un país entero la conocía. Porque en esa historia mínima, Mujica nos mostró que también desde lo pequeño se enseña grandeza.
Y nos dejó una enseñanza que tal vez suena simple, pero que muy pocos comprenden: el poder no puede ni debe reemplazar a la autoridad. El poder se impone; la autoridad se gana. Él, que tuvo ambas cosas en la mano, eligió la segunda. Y por eso, hoy, más allá de banderas o ideologías, muchos le decimos gracias.
Gracias por recordarnos que la política puede ser un ejercicio honesto. Que se puede estar en el barro sin ensuciarse el alma. Que se puede ser presidente sin dejar de ser persona.
Por todo eso y mucho más, ¡hasta la victoria siempre, Pepe!