POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Dice el Libro del Eclesiastes (3, 1-8), en uno de los pasajes más bellos de la Escritura del Antiguo Testamento, que: “Hay un tiempo para todo, y un momento para cada cosa bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado…”, y tal vez, sea llegado el tiempo final de la Iglesia Católica dentro de un tiempo final del cristianismo.
Claro, no deben tomarse estas últimas palabras literalmente, sino dentro del concepto teológico del “Kairos”, es decir, el momento justo en que algo debe ocurrir: el tiempo oportuno, no el del reloj, sino el de sentido. Nuestro Maestro, Monseñor Pedro Lira, lo resumía diciendo, que: “Kairós es el minuto que pesa más que una hora: el instante en que Dios sopla y la historia se acomoda.”
Dentro de ese marco, podemos decir que este tiempo de confusión pastoral -y sinodal-, este tiempo de crisis (que significa cambio etimológicamente), sea la bendita oportunidad de volver a creer en serio. De volver a la raíz del Evangelio; donde la Iglesia Católica deba despojarse de la pompa y los oropeles, de las dignidades y los dicasterios, de la codicia del dinero y del poder.
No se trata tampoco de regresar a los tiempos de Inocencio III y los debates con los franciscanos sobre la pobreza de la Iglesia, de discutir si la bolsa que llevaba Cristo le pertenecía o no.
Es necesario despertar y decirlo sin ambages, vivimos un tiempo revolucionario, un tiempo final, no un Apocalipsis, sino que nos adentramos en lo que se llama “La caída de los reinos”. Es un tiempo de elevación de la conciencia, de vibraciones más altas, de comprender la vida de la humanidad desde un ángulo superior del espíritu.
Por eso, hay épocas que no se anuncian: simplemente suceden. Como esas grietas en la pared que un día descubrimos y, al tocarlas, comprendemos que no son nuevas, sino que llevaban años madurando la fractura. Así, silenciosamente, hemos llegado al borde de un tiempo que muchos interpretan como el “fin de la civilización cristiana”. Suena apenas apocalíptico, pero no nos engañemos: la Iglesia ha sobrevivido a imperios, pestes y concilios más incendiarios que cualquier columnista de opinión.
Recientemente, el cardenal Matteo Zuppi -presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y lector refinado de la historia- se atrevió a nombrar esta escena sin temblor en la voz: este fin de ciclo es un Kairós, un tiempo oportuno querido por Dios. No el lamento de los vencidos, sino el intervalo en el que se revela el sentido, como el instante exacto en que la fotografía se fija en el papel.
Cuando Dios baja la persiana del viejo orden
En este punto da inicio el escándalo teológico, porque aunque se afanen es maquillarla, la crisis, la fractura dentro del catolicismo, ya es inocultable. Ya lo había anunciado el Papa Pablo VI, cuando en la misa de desagravio cuando un loco destrozó a martillazos La Piedad: “El humo de Satanás se ha filtrado por las grietas de la Iglesia”. Sólo la hipocresía proverbial les impide reconocer que conducen una nave que va en curso de colisión con el iceberg.
Es tiempo de preguntas frente a la crisis y el cisma: ¿Y si el ocaso de la cristiandad fuera justamente la oportunidad para volver a Cristo? ¿Y si el derrumbe del andamiaje cultural, social y político que durante siglos sostuvo a la Iglesia fuera, en realidad, una liberación tan involuntaria como providencial?
Este es un tiempo donde el “Kairos”, repugna con el lujo de los obispos frente a la lacerante pobreza de millones. Donde la lujuria -de todo tipo- asuela los pasillos episcopales frente a la mansedumbre del Cordero que perdona. Un tiempo donde una Iglesia acaudalada es la contracara obscena del hambre ancianos y niños. En fin…
Es el tiempo de volver al Evangelio sin barniz; sin ideologías y sin parafernalia ceremonial. Es el tiempo del gran desafío en el ministerio: el de convertir almas predicando el amor.
El “Kairós”, es inevitable. Se cae la estructura católica para dar paso a la esencialidad de la fe cristiana. No es un tiempo de castigo divino sino de redención. Es la poda para que la vid vuelva a dar mejores frutos. ¡Cuidado! Porque en este Tiempo no muere la fe sino la opulencia, el rito, la tradición y el dogma para que el Espíritu vuelva a soplar libre en todas partes (Jn. 3,8).
El Jesús galileo es un revolucionario. No al estilo de la Teología de la Liberación, sino un revolucionario en tiempos de soberbia tecnológica. Porque es llegado el tiempo de la revolución de la humildad, en que la Iglesia tiene que hacerse ligera para sobrevivir. Es el tiempo de liberarse de las solemnidades exhaustas, de los resabios imperiales, incluso del prestigio social que lucha por sostener y que ya no tiene. Un “prestigio” que quizás jamás necesitó.
El “Kairós” es un tiempo paradójico, deliciosamente paradójico. Porque cuando se resquebraja el catolicismo, se recupera el cristianismo. Cuando El Vaticano le desgaja categorías a la Virgen, sus profecías sobre el fin del Trono de San Pedro, se hacen más evidentes.
Tal vez por eso, el cardenal Zuppi hable de kairós: porque este tiempo no es una pérdida, sino un modo nuevo -y viejo a la vez- de empezar.
Y uno sospecha que Dios -especialista en resurrecciones imprevistas y consumado humorista- ya debe estar sonriendo en alguna esquina del siglo.