POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Un antiguo dicho enuncia: “Cuando no hay presupuestos, a los pueblos hay que darles cultura”. Parece no ser éste el criterio de las recién asumidas autoridades de la Universidad Nacional de Salta, quienes decidieron como una de sus primeras medidas el cierre de la Orquesta Típica Característica. Tal vez sea un criterio tecnocrático y economicista, lindante con el del presidente, Javier Milei, para quien (quienes), todo lo que represente humanidad o espiritualidad no tiene valor de mercado. O quizás, simplemente, la nueva gestión de la UNSa, esté aplicando el histórico y patético sino de la política argentina: “Hay que destruirlo porque lo hizo el otro”. Así es que habitamos el país de nunca crecer, porque cada cuatro años todo es borrón y cuenta nueva.
Pero más allá del criterio que haya llevado a los recién llegados a cerrar la Orquesta Típica y Característica, subyace algo más trágico y aún más peligroso: el sentido subliminal de eliminar aquello que engrandece al espíritu. ¿Qué fue lo que hizo grande a la Europa desde el Renacimiento? ¡El Arte!
Los hombres que hoy conducen la UNSa son apenas chispas fugaces de conciencia que la historia engullirá. No dejarán huella ni para la provincia, ni para la universidad, ni para sí mismos. Bien lo decía Dante Alighieri, en aquella cita escrita en “Il Convivio” –El Banquete, para quienes no frecuentan esas mesas-, una de las obras menores del gran florentino: “L’arte, che nell’ uomo e… Dio nell’universo, insegna come l’uomo si fa eterno”. Obviamente, quien cierra una orquesta necesita la traducción porque demuestra que su cultura es lacerantemente reducida. Dante dice: “El arte, que en el hombre es como Dios en el universo, enseña cómo el hombre se hace eterno”.
Vale decir, que el valor de la cultura en el ser humano es supremo, porque cuando todo fenece, lo único que queda son las manifestaciones del espíritu. La cultura, es pues, la reunión excelsa del conocimiento que permite al hombre reflexionar sobre el saber, el amor, la nobleza y la inmortalidad a través del conocimiento y la belleza.
Los seres de dimensión espiritual pequeña no comprenden, precisamente, el valor de las expresiones culturales ni el valor trascendente de las artes. Citando nuevamente a Dante, en el Canto XI de “El Purgatorio”, dice: “Non e il mondan romoro altro ch’un fiato/ di vento, ch’or bien quici e or bien quidi/ e muta nome perché muta lato” (Purg. XI, 100-102). Dicho en criollo, sería: “La fama mundana no es más que un soplo/ de viento, que de aquí o de allá se viene, / y cambia de nombre porque cambia de lado”. Esta frase es también una enseñanza clara de lo fatuo que es la política, en cualquiera de sus especies, incluso universitaria.
Cerrar una orquesta nacida en el seno de la propia universidad, con directores y músicos propios, y que en menos de un año alcanzara un punto de madurez artística y maestría interpretativa notables, es un acto de lisa y llana barbarie. Porque el nivel de excelencia musical alcanzado por la orquesta la proponía como candidata a convertirse en una verdadera joya cultural, no sólo para la universidad, sino para la provincia.
Declaro, no sin la propia convulsión espiritual que provocan estos actos de espíritus liliputienses, que, considero a este cierre un atentado a la cultura, no muy distinto de organizar una quema de libros, o lindante con la misma “Noche de los bastones largos”, cuando durante la dictadura de Onganía se apaleó a los alumnos y profesores.
Este país fue formado por inmigrantes, mayoritariamente italianos y españoles. Sarmiento miraba con horror aquellas columnas de pordioseros que se derramaban de los barcos, diciendo: “Nos ha llegado lo peor de la Europa”. Pero sin embargo, aquellos millones de extranjeros, brutos, indigentes, marginales, traían en su espíritu el orgullo de pertenecer a la tierra que había dado a Da Vinci, a Miguel Ángel, al Petrarca, al Manzonni, al mismo Dante. Se sabían hijos de Cervantes, de Quevedo y así “tante oltre cose della cultura”. La cultura era su identidad y su orgullo.
Paradójicamente, la Universidad Nacional de Salta, ha dado un primer y dramático paso demostrando que no les preocupa tener la identidad que les habría otorgado contar con una orquesta propia. Y lo peor, que no sienten el orgullo de conducir una Casa de Altos Estudios.
Ya lo decía Manuel Belgrano: “Sin educación, en balde es cansarnos. Nunca seremos más de lo que somos”. –