“General… ¡Cómo duele la Patria!

www.ernestobisceglia.com.ar – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Érase una mañana, en que caminaba transcurriendo la avenida por las afueras de los Cuarteles del Ejército, aquí en Salta, cuando resulta inevitable recrean en la memoria aquellos días de Malvinas. Cuando iniciábamos la guardia y no sabíamos si la terminaríamos al día siguiente en el Sur. Pero mientras tanto, desde la oficina de Incorporación, entonces situada frente a donde hoy se levanta el Hospital, una gruesa cola de ciudadanos se derramaba dando vuelta y avanzando sobre la Avenida Bolivia. Eran voluntarios, civiles, desde muchachos del secundario hasta hombres grandes; gauchos que venían de alejados cerros, algunos con sus hijos. Ninguno había sido convocado, pero todos decían lo mismo: “¡Venimos a servir a la Patria!”.

Más allá, hacia el ingreso de Caballería, se desarrollaba una larga fila de camionetas, camiones, eran salteños que venían a poner a disposición sus vehículos: “¡Porque la Patria los necesita!”, decían. Mujeres, que a remedo de las damas mendocinas del tiempo del General San Martín, tejían abrigos y bufandas para enviar a los soldados en Malvinas. ¡Patria, Patria, Patria! Era un grito que sobrevolaba Salta.

Hoy, queda en el éter el vértigo interno de aquellos días, el ronco rugir de los tanques AMX13, ahora de adorno. Contemplaba los playones ahora vacíos y el espíritu evocaba los lejanos sones de la Banda Militar, que en aquellos días, acompañaba el izamiento de la Bandera Nacional.

¡La Bandera Nacional !“La enseña que Belgrano nos legó…”.!

¡Belgrano…!, pienso en el General y en su integridad inquebrantable, que murió en la pobreza, que pagó su propio ejército con su premio y no pidió nada a cambio. De pronto, desde una de las barracas, como una ensoñación, desde las sombras de la historia, veo salir a un hombre. Es de estatura mediana, lleva un uniforme chilpado, raído, sucio de barro. Levanta la mirada y advierte mi presencia; los ojos claros y el brillo marchito por las penas del presente, lleva en una de sus manos una Bandera de Macha desgarrada. ¡Es Manuel Belgrano!

Con la voz quebrada por la emoción y el desencanto espiritual que compartimos, le digo:

Mi General… ¡Cómo duele la Patria! Cómo duele verla saqueada, pisoteada, entregada por manos traidoras, usada como botín de guerra por quienes juraron servirla.

El General Manuel Belgrano, medita unos instantes y con serenidad, pero con fuego en los ojos, me responde:

—Mi amigo, la Patria es un don sagrado, señor. No se hereda, se conquista todos los días con sacrificio y honor. Y no se vende. Ni por oro, ni por cargos, ni por aplausos. Porque la Patria no tiene precio, porque la Patria somos nosotros, los que fuimos, ustedes que son y los que vendrán. Con tono firme, agrega: –Los hombres de honor no tenemos precio, señor... no como el judío Shylock, que le puso valor a una libra de carne.

-El honor no tiene precio, mi General. Hoy no hay honor. Sólo ambición. Los que nos gobiernan no sueñan con servir. Sueñan con enriquecerse. ¿Dónde quedaron sus enseñanzas? ¿Dónde la moral de los fundadores?

-Es que esos a los que Usted refiere -responde-, son pobres hombres que le han puesto precio a cada libra de territorio. Le repito, ya habrán dejado de ser hombres pobres, pero morirán siendo pobres hombres. Porque la vida es nada si no se emplea en servir a la Patria. Yo he renunciado a la comodidad, al oro, a la fama y a los privilegios, porque la libertad y el bienestar de los pueblos valen más que la vida de un hombre. El funcionario que roba, no sólo me roba a mí y a mis sacrificios, lo roba a Usted, pero lo más grave, es que le roba a su descendencia. Porque el que le roba a la Patria, le roba el futuro de sus hijos.

-¿Y qué hacemos los quedamos, mi General? ¿Cómo resistir esta decadencia sin ahogarse en la tristeza?

El General Belgrano, adoptando un modo de ternura en su mirada, con la voz más suave, respondió:

-Quien más sufre es el país, mi amigo. Ya lo decía yo, entonces: ¡Se ríen de nosotros los que desde lejos miran las batallas, y no oyen los gritos de los que mueren en ellas!”. Ellos se confortan en sus cómodos despachos, se arrellanan en sus poltronas y disfrutan de los privilegios del poder, porque están lejos del dolor, no viven la incomprensión que sufren los marginados y carecen del coraje para estar en medio de las luchas diarias. ¡Esos, no se ensucian en el barro de la historia!

-Es que a uno lo carcome la impotencia, mi General. La Escritura nos enseña: “Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos” ¡Pero aquí no hay muchos llamados, sólo elegidos! Y mientras tanto, el deterioro va consumiendo a los hombres, a las mujeres, a los niños. Y la indiferencia va matando a los ancianos.

-Mire -responde, Belgrano, bajando la mirada, buscando un punto en la nada, mientras hace un silencio breve, y levanta su mirada, diciendo- ¡Usted, trabaje, predique, escriba, eduque! ¡No se canse de sembrar! Eso mismo hice yo cuando fui secretario del Consulado de Buenos Aires; escribí y describí el país que debía ser. Prediqué que debíamos dejar de ser colonia. Hoy, somos otra vez colonia, pero ¿sabe qué? hoy cuesta encontrar argentinos con espíritu de prócer. No hay plumas que escriban el país que ahora debe ser. Pero sobre todo, eduque, porque «Sin educación, en balde es cansarse… los pueblos no salen de la miseria sino por la educación.»

-Así tratamos de hacerlo, mi General. Pero el terreno es áspero y el enemigo se camufla aún entre nosotros. Iza esta Bandera -le digo señalando la Enseña que cuelga de su mano-; canta el Himno Nacional ¡Y hasta nos habla de la Patria, pero después la entrega! Si la sangre hierve cuando uno recuerda su frase: “La Bandera no será jamás atada al carro de ningún vencedor de la Tierra” Esa frase… todavía nos quema en el pecho.

El semblante del General Belgrano, se transfigura hacia un rictus casi melancólico y mirando al horizonte, con voz grave, responde: 

-En estos mismos campos donde hoy se levanta esta ciudad, esta Bandera -levanta su brazo exhibiéndomela- tuvo su bautismo de fuego. Sí, dije eso mismo que Usted señala. Y lo sostengo. La Bandera es símbolo de libertad, no de vasallaje. La creé para que flamee sobre un pueblo digno, no arrodillado ante intereses foráneos. Usted, me dice que hoy, hay quienes la izan mientras entregan la Patria. La agitan como adorno, pero no sienten su peso. ¡Esos, no la merecen! Porque la Bandera no se agita en el viento por costumbre, sino por coraje. No es un trapo: es un Juramento, es sangre y es memoria. La memoria que Usted venía haciendo de aquellos Héroes de Malvinas.

Hace una pausa, recorre con la mirada las construcciones que hoy se levantan en aquel Campo que él cubrió de gloria el 20 de Febrero de 1813. En sus ojos, parecen representarse aquellos momentos, y entonces, agrega:

-Si… ¡Se ríen de nosotros los que desde lejos miran las batallas, y no oyen los gritos de los que mueren en ellas! -Repite- Yo vi a mis soldados caer en estos campos abrazados a esa bandera… y jamás permitiría que la usaran para negociar con el verdugo.

Hoy muchos la usan, pero pocos la honran. Agrego.

En ese punto, el General Belgrano, con firmeza, apretando el puño, dice:

-Entonces, que hablen menos de Ella y que vivan más por Ella. Porque hay momentos en que no basta con recordar: ¡hay que actuar! Y en nombre de esta Bandera, hay que volver a ponerse de pie.

Saluda, con un movimiento que le deja el brazo en camino a ser una venia y dándome la espalda camina un par de pasos. Gira hacia a mí y en tono enérgico, me dice:

¡Resista! ¡Porque la Patria, aun dolida, nos mira! … Nos mira y nos espera.

Un viento, de pronto, sopla fuerte, agitando los pliegues de esa, nuestra Bandera eterna.

Tras su manto de neblina, la figura del General Manuel Belgrano se desvanece. Son los vientos de la Historia.

Me quedo mirando la nada, y bajito, con vergüenza tal vez, musito en tono de plegaria cívica y patriótica:

-Gracias, mi General! Y mirando hacia el playón donde aquella fría mañana de Mayo, en medio de la Guerra, repito como un juramento solemne, como una oración patriótica: – Yo seguiré. Aunque duela.

  • Por usted, mi General.
  • Por ellos, que cayeron en estos campos y en medio de la turba malvinense.
  • ¡Por la Patria!