POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

No es un error de tipeo el título, quienes pensamos que el Mercosur ha fracasado como iniciativa original de mercado común del sur, debemos preguntarnos si acaso no sirvió más como plataforma de consolidación política para los países productores de cocaína y heroína que terminaron desembocando vía Bolivia en la Argentina por la frontera norte. A esa organización fracasada, creemos asimismo, que es el momento ideal para oponerle la vieja idea del Norte Grande, y esto por dos razones: Porque en el mundo multipolar que estamos inaugurando, tenemos otra vez la oportunidad histórica de consolidarnos como líderes de la Región NOA y sus adyacencias. Segundo, porque esa multifrontera podría contribuir a resolver el problema fronterizo de Salta y el paso de estupefacientes.
Un bloque agotado y un peligro en expansión
Cuando el mundo comenzaba a organizarse en bloques, el Mercosur fue concebido como una promesa de desarrollo y cooperación. Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay imaginaban un mercado común que integrara economías y fortaleciera democracias. Pero el resultado, a más de tres décadas, es desolador: el bloque se burocratizó, perdió sentido geopolítico y —en los hechos— se convirtió en una autopista sin control para el contrabando, la trata y el narcotráfico.
El ideal de “libre circulación” terminó transformándose en libre tráfico. Las rutas que debían unir pueblos hoy son corredores de droga y armas. Y en esa paradoja, el Mercosur derivó en su contracara: un MERCA-SUR donde las mercancías más rentables son ilegales y las fronteras, porosas.
El Norte Grande, última frontera moral
En ese escenario, el Norte Grande —ese conjunto de provincias históricamente postergadas— aparece como la clave para recuperar soberanía territorial. Salta, Jujuy, Formosa, Tucumán, Catamarca y Chaco conforman una línea geográfica y humana que puede ser el escudo de la Nación. No sólo por su ubicación estratégica en el mapa, sino porque conservan una fibra moral que el centralismo porteño ha perdido: la conciencia del límite.
El gobernador Gustavo Sáenz, supo decirlo en una oportunidad con toda claridad: “Sin un norte fuerte, no hay país posible”. Y tiene razón. Fortalecer el Norte Grande no es un acto de regionalismo: debe ser una política de Estado. Ahora claro, vendría siendo hora de superar el estadio de reuniones protocolares, fotos oficiales y almuerzos suculentos para poner manos a la obra convocando al empresariado en general, a los actores sociales y sobre todo políticos. Es momento en que los que se dicen políticos se sacudan el polvo de la modorra y generan hechos no sólo discursos.
De la integración comercial a la infiltración criminal
Los tratados de los 90 prometieron progreso; sin embargo, el resultado fue otro. La apertura sin control favoreció la instalación de mafias transnacionales, primero en Ciudad del Este, luego en Bolivia y más tarde en el norte argentino. Recordemos la denuncia de la cancillería argentina sobre la instalación de elementos iraníes en Ciudad del Este y en la propia Bolivia. Hay que pensar en las relaciones estrechas entre los iraníes y el régimen chavista de Venezuela, la cercanía ideológica de Lula en Brasil y por supuesto, Evo Morales.
Incluso más, a comienzos del 2000, los servicios de inteligencia detectaron presencia de operadores chinos vinculados a la Triada y redes de trata que usaban aeropuertos del NOA como escala. A la par, en Colombia el cultivo de amapola reemplazaba la coca, abriendo paso a la heroína latinoamericana.
El sueño sanmartiniano de integración andina se deformó en un corredor oscuro donde circulan drogas, personas y dinero sucio.
El liderazgo que puede revertir la historia
En un mundo donde China y Estados Unidos disputan influencia en América Latina, el control del Norte argentino es más que una cuestión de seguridad: es un tema de soberanía continental.
Por eso hoy, el Norte Grande tiene la oportunidad histórica de revertir ese destino. Con una política común de seguridad, desarrollo productivo y cooperación internacional, puede convertirse en el tapón del Merca-Sur, en el muro de contención que el país necesita para recuperar soberanía y dignidad.
La agenda del Norte no puede -NO DEBE- continuar dependiendo de los vaivenes del poder central ni de los humores de los mercados. En esto, los legisladores nacionales tendrán una apuesta brava, por eso deben ser verdaderos representantes de la provincia de Salta, del Pueblo salteño y de los intereses geopolíticos estratégicos regionales y no los “Si Bwana” del presidente de turno.
Es hora de construir una geopolítica federal, que parta desde los Andes hacia el Atlántico, como lo soñaron José de San Martín y Martín Miguel de Güemes.
Un país que se defiende desde sus fronteras
El verdadero desafío argentino no es económico: Hoy es moral y estratégico. Mientras el Mercosur se desvanece entre discursos vacíos, el Meca-Sur -ese entramado delictivo que atraviesa selvas, fronteras, municipios y ministerios- sigue creciendo.
El Norte Grande, con su gente, su territorio y su historia, puede ser el punto de inflexión. Porque donde la Nación parece rendirse, el norte aún resiste.
En efecto, la historia le devuelve al Norte y en particular a Salta, el desafío de volver a ser garante de la Nación. Mientras el Puerto continúa empeñado en resolver sus asuntos políticos y económicos, entregando retazos de la Patria a las potencias extranjeras; el Norte, vuelve a ser aquella tierra de gentes nobles, comprometidas con el desarrollo. Gente sana, trabajadora, pero también lista para combatir al enemigo externo. Ayer fue Güemes, hoy es Sáenz…, alguien tiene que conducir esta patriada.
Y quizá sea esa resistencia —profunda, silenciosa, federal— la última esperanza de una Argentina que no quiere resignarse a ser el patio trasero del crimen organizado.
Porque no hay independencia posible sin control territorial, ni Nación que resista si sus fronteras son ajenas. –
