POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Todo está trastornado, lo que antes era serio ahora es chabacano, lo que era solemne ahora es ordinario y lo que fue un país ahora es un cotolengo.
Así es, porque al revisar los medios de comunicación, al mirar la realidad, al escuchar las opiniones de funcionarios y candidatos, uno se da cuenta de que hay días en que el poder se parece mucho a una sesión de terapia grupal sin terapeuta.
Es el momento más brutal de la política en la historia argentina. Sólo nos falta salir a matarnos entre todos a la vieja usanza de unitarios y federales. La enfermedad mental de los libertarios de dividir el país en dos grandes tajadas: “Eres libertario -ni siquiera liberal- o eres “kuka”, es ciertamente una desviación mental peligrosa porque consagra la lógica aquella de que “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Nada más cercano al nazi-fascismo.
Argentina bajo sedación: cuando el clonazepam reemplaza al plan económico
Está ampliamente demostrado que hemos votado a un presidente que no tiene todos los patos alineados. Lamentablemente, casi lee los grandes medios internacionales donde literalmente se burlan de los argentinos o nos tienen pena por el gobierno que tenemos. Sólo los obtusos pueden aplaudir como focas a un gobierno que está endeudando el país a niveles récord y ofreciendo pedazos de la Patria a cambio de dólares. Insisto, el problema es que todos viven en el frasco de la mediocridad periodística local y la suya propia.
En el país flota un aroma social extraño, una mezcla de olor a calas de panteón y clonazepam macroeconómico para que la cosa permanezca adormecida. Es complejo definir si el olor viene del jardín de Olivos o del ministerio de Economía, menos de la Casa Rosada donde hay un silencio espeso.
Algunos medios porteños filtran una frase que recorrería los pasillos del poder: “El jefe está mal”. dicen que el presidente, Javier Milei, ya tendría asumido que el domingo 26 pierden por paliza en la mayoría de los distritos.
Los fanáticos le echan la culpa de la situación a los “kukas tirapiedras”, cuando en verdad, este ha sido un gobierno, sino el único, que no tuvo ningún obstáculo para avanzar. Sacó la “Ley Bases” que representaba la refundación (o refundición) del Estado; firmó el Pacto de Mayo, se alineó caprichosamente con Estados Unidos e Israel en el momento en que este bloque cruje frente a los Brics y otras alianzas en camino. Pero en el imaginario libertario “eres de los nuestros o eres kuka”.
Los que votamos a Milei y estamos profundamente decepciones no somos “kukas” por definición. No somos peronistas por descarte. No somos otra cosa que argentinos que nos informamos, pensamos y decimos. Tres actividades que los fanáticos de Milei no ejecutan.
Como la única verdad es la realidad, esta enseña que la imagen del gobierno se derrumba y, con ella, la fe de quienes creyeron que el mercado arreglaría lo que el Estado rompió. El sueño libertario se volvió una pesadilla burocrática, con inflación de promesas y recesión de empatía.
Los síntomas están a la vista. La gira por el interior fue un baño de realidad: insultos, descontento y una desconexión evidente con el humor social. El experimento económico, vendido como un shock de libertad, terminó siendo un tratamiento de shock a secas. Un electroshock que revivió el corazón argentino. Lo único que crece es la ansiedad nacional y el número de argentinos que —literal o metafóricamente— necesitan un ansiolítico para sobrevivir al ajuste.
El clonazepam se volvió símbolo de época: calma química frente a un Estado ausente y un mercado que sólo responde en inglés. Las góndolas están vacías de esperanza y llenas de precios internacionales. Y mientras el gobierno predica que “el sacrificio valdrá la pena”, el país real busca monedas en los bolsillos y sentido en la desesperanza.
El deterioro social no es una estadística, es un ruido de fondo: el de los comedores saturados, los jubilados haciendo cuentas imposibles y los jóvenes que emigran con la nostalgia a cuestas. El fracaso del plan económico no sólo destruyó índices: rompió vínculos, certezas y pertenencias.
Si el humor es el último refugio de la inteligencia, la ironía es el espejo donde la política debería mirarse. Porque si un país entero necesita sedarse para soportar su realidad, el problema no está en los ansiolíticos, sino en los gobiernos que los fabrican —con discursos, decretos y espejismos— para que nadie despierte.
Pero toda sedación tiene un límite, y la anestesia social empieza a perder efecto. Cuando el clonazepam ya no alcanza, los pueblos despiertan, y el despertar argentino —como siempre— será ruidoso. Porque ni el dólar, ni el dogma, ni la histeria libertaria podrán tapar por mucho tiempo una verdad tan simple como peligrosa: el país no necesita un psicólogo, necesita un proyecto de Nación.