El suicidio político: Esa vocación tan argentina

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

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RESUMEN: La Argentina parece condenada a repetir su tragedia política: elegir siempre al próximo verdugo. Desde los golpes hasta las urnas, el pueblo busca amos antes que líderes. La democracia no curó esa pulsión, solo la refinó. Somos una nación que se suicida políticamente con vocación y memoria corta.

¿Por qué pasan las generaciones y nunca arribamos al puerto del progreso? Cada proceso político en la Argentina es una frustración que heredamos a la generación siguiente. Se la trasladamos junto a la esperanza de que “ahora será mejor”. Dejando otra vez claro, que nos contamos entre quienes votamos ferviente a Javier Milei, para librarnos de los otros, hoy vemos con pavor el camino hacia dónde va este país.

Con acierto, Ortega y Gasset, advertía sobre la ignorancia de la masa. Cuando Juan Domingo Perón, dijo aquello de que “Lo mejor que tenemos es el pueblo”, tenía razón. Era lo que mejor que tenía para cumplir sus fines personales. Y sociales, obviamente.

El pueblo argentino es una masa informe, indisciplinada e indolente. Incapaz del raciocinio propio porque las elites se ocuparon siempre de podarle las neuronas que procuran el juicio y el criterio.

La ignorancia y el dogma religioso, han constituido los filos de las tijeras que han cortado toda opción de pensamiento.

Y así, los argentinos han caído en aquello que con todo acierto, Sigmund Freud, describía: “La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo. Tiene una tal sed de obedecer que se somete a aquel que se erige en su jefe.”

A la prueba nos remitimos. Cuando murió el último líder radical, el partido desapareción. Cuando el peronismo que quedó sin líderes y sin referentes, se convirtió en un lupanar de oportunistas. Y ahora, la masa ha buscado otro personaje con quien referenciarse, especialmente los más jóvenes que no saben nada de nada. En un tiempo donde la locura, la esquizofrenia, la obnubilación narcótica, viajan por teléfono, nada mejor que un psiquiátrico para encarnar al líder.

En esa expresión tan vilipendiada «Las ideas de la libertad», que jamás nadie explicó, se esconde el Leviathan que se fagocitará a los empleados, a los que quieran jubilarse, a los del campo…, a todos. Cuando el brutal ajuste que se viene comience a degollar a sus hijos, a ellos mismos, ya será tarde. Muy tarde.

Freud no conoció la Argentina, pero la describió con precisión quirúrgica. Somos una sociedad que no concibe la libertad sin la figura de un amo, un conductor o un salvador. Y cuando no lo encuentra, lo inventa. Luego lo destruye, y vuelve a empezar. Ese ciclo de obediencia y venganza es nuestro modo más profundo de participar en política.

Desde fines del siglo XIX, la historia argentina se repite con idéntico libreto: elegimos gobiernos para derrocarlos, líderes para odiarlos, esperanzas para frustrarlas. Ningún golpe de Estado fue sin aplausos del pueblo, ninguna catástrofe sin espectadores satisfechos. La democracia, lejos de curar esa pulsión, la perfeccionó: ahora elegimos el verdugo por voto directo.

Hay pueblos que evolucionan aprendiendo de sus errores. Nosotros, en cambio, los convertimos en identidad nacional. Nos aferramos al fracaso como si fuera una forma de pertenencia. Cada elección es una catarsis y cada crisis, un nuevo bautismo.

Tal vez no se trate de ignorancia política, sino de un deseo más profundo: el de repetir el daño hasta hacerlo costumbre. Porque en el fondo —aunque duela admitirlo— nada nos une tanto como el suicidio político compartido. –