El peronismo salteño o la galería de los espejos rotos

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

¡Ah, el peronismo! ¡Qué insigne metáfora de la ilusión colectiva contemporánea! ¡Qué cima y qué sima política! Casi un siglo en búsqueda de la sociedad perfecta para terminar así, con el pueblo hecho jirones, cumpliendo la profética advertencia del general Juan Domingo Perón: “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. Generosa advertencia aquella, pues, no sólo dominados estamos, sino enfrentados, desunidos, vendidos cual baratija de mercado, expoliados y ahora, finalmente, con las columnas del peronismo derribadas: sin libertad, pues somos una estrella más en la bandera del imperio; sin justicia social (ni justicia tampoco) y sin soberanía, con bases extranjeras y la moneda manejada por el Tesoro yanqui.

Mas, preguntémonos sinceramente: ¿Por qué hemos llegado a este estado de cosas? La respuesta, lacerante, cruel y despiadada, será ¡Por culpa del mismo peronismo! Bueno…, más bien, por culpa de sus dirigentes que archivaron la doctrina, las banderas, perdieron la mística y escondieron a Perón y a Evita. ¡Qué diga alguno, cuál de estos símbolos ha visto desde los años ‘90 en los actos públicos!

¿De qué peronismo pretenden hablar si ya cuentan dos generaciones que desconocen la matriz intelectual, social y revolucionaria del peronismo? ¿Se han ocupado de movilizar escuelas, caminar los barrios, o se han aburguesado en las poltronas de los despachos oficiales?

De la Comedia a la Tragedia

Podemos trazar la pasión del peronismo desde la literatura. Aquello que alguna vez fue -como en el antiguo teatro griego-, Comedia, que trataba de lo humano, que se reía de los poderosos -la oligarquía- y liberaba al Pueblo, se trocó en Tragedia, al haber entronizado a Hybris, la desmesura de sus presidentes pseudoperonistas que provocaron la caída del héroe (metafórico, claro), Perón. Ellos pactaron y los de abajo resistieron. ¡He allí la síntesis que perfila este descalabro!

Del drama justicialista hemos pasado a la comedia de enredos. Antes se moría por una idea; hoy se discute quién paga la cena. Y algunos se han ido sin pagar…, ni siquiera la luz.

La historia de los espejos

Debo deciros, y con el fin humilde de cultivaros un poco, compañeros… ¿Os dije compañeros? ¡Ah, me alcanzan ya los semblantes esquivos de mis antepasados Gorilas, prestos a reclamarme la defección, como aquellos versos del Tenorio: “¿Qué esto? ¡Hasta los muertos dejan sus tumbas por mi!”.

Debo deciros, repito, que la tragedia peronista, podría al fin de cuentas, resumirse en una obra literaria que recorra el pensamiento escrito. ¡Vaya…, el pensamiento! Otra especie extinta entre vosotros. Acaso una magna obras que titularía “El peronismo explicado por la literatura universal”.

Porque el peronismo salteño es, hoy, una obra literaria en sí misma: Un poco de Shakespeare, algo de García Márquez, con ribetes de Beckett y una pizca de Cervantes. Fijaos y hallaremos la épica, el drama, el realismo mágico (las promesas de campaña) y hasta comedia del absurdo (los candidatos).

¡SÍ, el peronismo es una obra cumbre que como todo gran relato, tuvo héroes y villanos, amores imposibles, traiciones familiares y fantasmas que no descansan.

Tomemos a Shakespeare, por ejemplo, y hallaremos en “Hamlet”, al fantasma de unidad perdida.  Como Hamlet, los peronistas se paran frente al espectro de su padre (Perón), invocando el espíritu de la unidad perdida. Y le preguntan al espectro: “¿Qué hacer? ¿Qué rumbo tomar?, mientras miran en rededor y preguntan acusando “¿Quién traicionó a la Causa?”

Pero el espectro (Perón) no les devuelve respuestas claras, apenas farfulla bajamente viejas consignas, promesas de un país potencia mientras destila una nostalgia que no alcanza para gobernar. Y en el éxtasis de la bohemia y el desencanto, se preguntan frente a la calavera: “¿Ser o no ser… peronistas?”. Y así, entre la duda y el deseo, la política se vuelve teatro, mientras los poderosos exhiben las dos caras; ellos la que ríe y el Pueblo la que llora.

El PJ y la alegoría de Macondo

Como en “Cien años de soledad” del gran Gabo, el peronismo es también, fundación, gloria, desencanto y repetición. Acusa un origen mítico y lo mismo que José Arcadio Buendía que fundó Macondo con un sueño utópico, Perón, fundó un Movimiento con visión de futuro; pero como Macondo, el peronismo terminó encerrado en sí mismo, repitiendo nombres, errores y pasiones. Quedó atrapado en su propio relato. Como los Buendía, los peronistas viven de la evocación constante de su pasado, eso los mantiene vivos, pero a la vez, también los va consumiendo.

¡Mirad, nada más el PJ: allí, los muertos hablan, la lluvia dura cuatro años, los inventos (Urtubey) llegan antes de tiempo y todo puede ocurrir: hoy son de izquierda, mañana liberales, pasan de la épica nacionalista al ajuste económico, mientras “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.” Y mientras tanto, “El coronel (Perón) no tiene ya quien le escriba”.

Y en ese punto, el peronismo cae en el absurdo existencial que relata, Samuel Beckett, en “Esperando a Godot (No a Godoy)”, esperando eternamente a alguien que nunca llega, pero aun así no pueden dejar de esperar. Esa espera es su razón de ser, su rutina, su identidad. Su nostalgia inacabada.

Esa nostalgia traducida en frases como “el verdadero peronismo va a volver”, o aquella más repetida “Hay que volver a Perón”; pero mientras esperan y especulan, el tiempo pasa y lo carcome todo, y cuando levantan la mirada el teatro ya está vacío, el público se ha dispersado y los actores -los nuevos actores- no se saben ni el libreto.

¡Ah, tanto más podría deciros de esta obra cumbre inacabada!

Porque a esta altura, el peronismo ya es quijotesco en el sentido más noble y más trágico del término. Sí, pues, como la razón del Alonso Quijano del Cervantes, que vive el mundo real y es genial cuando adoctrina a Sancho para gobernar la Ínsula Barataria, otra parte vive en la falta de cordura, creyendo en un mundo que ya dejó de creer.

Son los últimos peronistas de verdad, los que luchan con molinos de vientos, los que creen ver princesas donde hay campesinas y los que todavía quieren luchar batallas épicas cuando no hay más que polvo.

Por eso, quizás en el fondo, uno sea un irredento peronista en el mundo del metaverso, porque los “compañeros”, lo que queda de ellos son como caballeros andantes que se imaginan montados en robustos corceles, cuando sólo les han quedado matungos. ¡Pero allá van, lanza en ristre a luchar por una justicia social desaparecida!

¡Por una soberanía aniquilada! Y por una Patria libre, que ya fue vendida.

Pero, por eso el peronismo es magnífico, porque como el Quijote, no asume el presente, y muchos luchan todavía por un mundo ideal, donde “los mejores días fueron y serán peronistas”, donde las compañeras son como Dulcinea…, digamos.

¡Pero qué va! ¡ Sin locos que sigan creyendo, no habría memoria ni mística! ¡No habría brasas al rescoldo, prontas a convertirse en llamas revolucionarias!

En el final, me vienen a la memoria, palabras que hallé por allí, en alguna crónica perdida, que dicen: “En los caminos polvorientos de la política -salteña, agregamos Nos- todavía cabalga algún quijote peronista, dispuesto a defender causas imposibles. Lo miran con sorna los Sancho modernos, sin darse cuenta ellos, los pragmáticos, los “de bien”, que  sin ese toque de locura idealista, la historia no tendría poesía. –