El Estado no, el Estado sí: La hipocresía libertaria como doctrina cínica

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Creo que a nadie le gusta que lo tomen por estúpido. Pero los que hemos votado por La Libertad Avanza, muchos, al menos los que tenemos el grave defecto de pensar, sentimos que nos están estafando. Esto no es lo que votamos. No es lo que prometieron. Insisto en algo que ya dicho en otras ocasiones: quiero que me indemnicen el voto.

Es que hay frases que no son ingenuas. Son reveladoras. Cuando una periodista de alcance nacional afirma, sin pudor, que se casó “con cura, con anillos, con todo”, pero deliberadamente no por civil porque “no queremos nada con el Estado”, no está haciendo una confesión íntima: está exponiendo una concepción moral profundamente contradictoria.

El rito religioso es respetable en tanto lo ejercita cada uno según quiere, pero no casarse por el Registro Civil, es un concubinato cívico, lo cual a nadie debe importarle tampoco.

Sin embargo, la fractura diléctica y moral estriba en el hecho de ese maridaje se sostiene en gran parte con fondos del Estado, porque su esposo no es un ciudadano anónimo que decide prescindir del contrato civil por convicción personal. Es un diputado nacional y antes fue ministro de Defensa, es decir, un funcionario que cobra su salario del Estado, que ejerce poder por delegación del Estado y que existe políticamente gracias al Estado.

Renegar de él mientras se usufructúa su estructura no es libertad: es hipocresía.

Aquí no hay una discusión jurídica. Hay una discusión ética, moral y cívica.

Es lo mismo que el presidente de la Nación que se define como “el topo que viene a destruir el Estado desde adentro”. Pero el presidente es el Estado. No lo ocupa: lo encarna institucionalmente. Decir que se viene a destruir aquello que se administra no es rebeldía; es una farsa conceptual que degrada la idea misma de responsabilidad pública.

Y esa farsa se derrama. Se vuelve clima de época. Se vuelve ejemplo. Se vuelve pedagogía negativa. Esta gente está haciendo del cinismo una militancia activa.

Porque mientras se declama que el Estado es un enemigo, se cobran sueldos estatales, se ejercen cargos estatales, se goza de inmunidades estatales y se legisla desde el Estado. El rechazo no es al Estado: es al límite. Es al deber. Es a la obligación ética que implica representar a otros.

Eso es lo verdaderamente grave.

Estas actitudes atentan contra el espíritu del Artículo 16 de nuestra Constitución Nacional, que consagra la “Igualdad ante la Ley” -Isonomía, que llamaban los griegos-, porque el ciudadano común no puede “no querer nada con el Estado”. El ciudadano tributa, cumple, espera servicios, ve caer su calidad de vida, pierde el trabajo cuando cierran fábricas, observa cómo se van empresas, cómo se licúa el salario, cómo se deshilacha el futuro. El ciudadano no puede elegir. El funcionario sí elige, pero no debería fingir pureza antisistema mientras vive cómodamente del sistema.

Ahí aparece la falla moral.

No se trata de estar a favor o en contra del Estado. Se trata de honestidad intelectual. Si el Estado es ilegítimo, hay que renunciar al cargo. Si el Estado es un mal necesario, se lo administra con responsabilidad. Lo que no es admisible es despreciarlo en el discurso y abrazarlo en la nómina salarial.

Esto que nos muestran no es liberalismo. No es anarquismo. Mucho menos es libertad. Lo dicho:

Es cinismo.

La sociedad argentina está acostumbrada a tolerarlo todo: errores, perversiones ideológicas, corrupción, pero ¿hasta cuándo hemos de soportar la burla moral?

El problema no es casarse como uno quiera, sino hacer de la incoherencia una doctrina política reservada sólo a unos pocos. Y eso es más peligroso que cualquier déficit fiscal.

Estos libertarios que se sienten tan químicamente puros – “gente de bien”, diría alguna- deberían dar entonces un ejemplo de alta moral cívica ejerciendo sus cargos “ad honorem”, sin cobrar sueldos, ni dietas ni beneficios estatales.

Dicen venir a revolucionar el sistema; luego, no cobrar NADA del Estado sería un gesto patriótico y un acto de honestidad intelectual que sí les daría todo el derecho de señalar a los demás.

Porque si el Estado es un parásito, vivir de él es un acto parasitario.

Los verdaderos revolucionarios no cobran del régimen que dicen combatir. Lo demás es retórica de confort.

Cuando la antipolítica se convierte en carrera rentada, deja de ser una idea y pasa a ser un oficio. Y la Patria, entonces, ya no es un proyecto común, sino una oportunidad de negocios. Entonces… ¿En qué hemos mejorado?