POR: LIC. LIZI MEJÍAS
Podemos -debemos- partir desde una observación inicial: la Argentina reciente ha vivido un tiempo de fracturas, incluso en cuestiones que deberían permanecer a resguardo de toda grieta como las identidades culturales fundantes. En ese clima, algunos podrían preguntarse por qué existe un Día del Gaucho y no, explícitamente, un Día de la Gaucha. Y desde allí es que podemos introducir como concepto central central que el gaucho, como figura y como palabra, no excluye sino que al contrario, contiene. Es un continente humano que abraza a hombres, mujeres y hasta niños.
Es entonces que la figura del gaucho adquiere una dimensión superlativa asociada a la noción de “Humanidad Gaucha”, como un modo de estar en el mundo que se caracteriza por la entrega, la valentía y la solidaridad. Porque el gaucho, se deja habitar, ofrece su persona como lugar seguro donde otro puede descansar, confiar, recomponerse. Así, “ser gaucho” deja de ser un atributo histórico-folklórico para convertirse en una ética, una forma generosa y esencialmente argentina de vínculo personal y social.
La historia nos relata cómo el gaucho desde allá, desde lo profundo de nuestra historia tiene presencia y es continental. Fue, Antonio Rivero -el Gaucho Rivero-, quien junto a otros gauchos se rebeló contra la ocupación británica en las Islas Malvinas, en agosto de 1833. Desde allí, el gaucho es el protagonista perenne de nuestra historia, con el General Manuel Belgrano, con el General José de San Martín, cuyos ejércitos fueron formados por gauchos. ¡Y por supuesto, con nuestro Prócer Gaucho, el General Martín Miguel de Güemes!
¿Qué es la Gesta Güemesiana sino el sacrificio del gaucho llevado al extremo más heroico?
Pero en el Cielo donde habitan las constelaciones de próceres y patriotas, una parte -y muy importante- está formada por las mujeres gauchas, en no pocas ocasiones eclipsadas por los relatos oficiales, pero igualmente fundamentales en la trama emancipadora y en la continuidad simbólica del gauchaje.
Allá van, Martina Silva de Gurruchaga, Macacha Güemes, Juana Azurduy -gaucha en la fibra, aunque su cuna no haya sido salteña-y tantas otras que empuñaron no solo armas, sino decisiones, inteligencia, estrategia.
Hoy, muchas son las gauchas que no necesitan montura ni sable. Son las nuevas mujeres gauchas que toman la palabra, la ley, la acción cívica. Su tarea no es menos épica: construyen convivencia, sostienen comunidades, protegen instituciones. Una mujer con tacos y cartera, o con zapatillas y mochila, puede ser tan gaucha como aquella de pañuelo y bota fuerte: lo esencial es esa capacidad de contener y dejarse habitar.
En este día, mencionar a gauchos y gauchas no es dividir, sino volver a la raíz común. Recuperar la buena usanza de una lengua que nos nombra a todos sin exclusiones caprichosas. No somos fragmentos. Somos una misma tradición. Una misma Patria. Una misma humanidad gaucha. Porque las identidades profundas unen, nunca separan.