POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Un día cualquiera, a una hora que ni el almanaque recuerda, no importa; vamos sumidos meditando en nuestros asuntos. Mirando sin ver, cada quien con su preocupación o disfrutando íntimamente de su alegría. Comportamientos distintos todos, hasta que…, encontramos un perro acostado en algún lugar. Un perro que nos mira con esa indiferencia apática que tienen los callejeros, y de pronto…¡Bosteza!
Ahora mismo, estimado lector, Usted que ha seguido este pequeño relato, ha imaginado al perro, y ha bostezado. Si, el perro, es el inicio de una larga cadena de bostezos. ¡Ah, el misterioso contagio del bostezo!
Bostezar (ya deje de hacerlo), es un fenómeno mucho más fascinante de lo que parece a simple vista, porque para bostezar no es necesario “tener sueño”, o estar fatigado. Basta que a nuestra mente venga la imagen del perro bostezando.
Empatía y conexión social
Esa cadena de bostezos contagiosos son la manifestación existencial de la empatía. Los científicos han concluido que mientras más empático es alguien, más fácil es que uno bostece al ver a otros bostezar. Es empatía porque es una suerte de reflejo social que indica que el cerebro responde a las señales de los demás. Por eso, incluso los perros pueden inducir bostezos en humanos, porque están conectados emocionalmente con nosotros. ¿Y existe algo más empático que un perro o un gato que nos mira y bosteza?
Las neuronas espejo
Se llaman así a un grupo de neuronas que se activan cuando vemos a alguien realizar una acción. Frente a un bostezo, estas neuronas se “copian” y activan los mismos circuitos en el cerebro que controlan nuestro propio bostezo. Es como un mini “modo contagio” automático.
Regulación del cerebro y alerta
Bostezar ayuda a oxigenar el cerebro y enfriar la corteza prefrontal, lo que mejora la alerta y la atención. El contagio podría tener una función evolutiva: cuando un miembro del grupo muestra signos de cansancio o somnolencia, otros lo imitan para sincronizar los ciclos de vigilia y descanso. (continuación o cierre del texto)
Y así como el bostezo se contagia por simple reflejo, también se contagia el hastío.
Una sociedad entera puede comenzar a bostezar cuando la política deja de emocionarla, cuando las palabras ya no tienen peso, cuando la promesa se convierte en ruido.
El bostezo social no nace del sueño, sino del hartazgo de lo mismo, de la sensación de estar siempre ante el mismo perro —sólo que con distinto collar.
Las neuronas espejo nos hacen imitar el gesto del otro: “Voy a votar por Milei”, y automáticamente, se enciende el acto reflejo. Esto se explica cuando en la calle le preguntan a un traseúnte: “¿Usted, conoce a fulano que ganó la elección?” y responde: “No”. Luego le preguntan: “¿A quién votó?”, y responde: “A La Libertad Avanza”. A nadie le importa ya la persona del candidato. El hastío, como la empatía, producen esa “explosión por simpatía” y todos terminan votando a este por estar cansados de votar al otro (a los mismos). Es tal el hastío «con los otros», que votan en paquete, sin dimensionar lo que están eligiendo.
Votan en masa, en manada, porque las neuronas espejo parecen estar colonizadas por la desilusión. Somos un país que bosteza frente a candidatos que bostezan discursos, ciudadanos que bostezan frente a una urna, jóvenes que bostezan frente al futuro. De ese cansancio reflejado en el bostezo proviene la apatía, la fiaca: “Ma si, yo no voy a votar”. Y cada vez se vota menos.
El contagio ya no es por empatía sino por apatía.
¿Por qué votan a Milei, o por qué dejan de votar? Porque ya no esperan nada particular. Porque mientras se vayan «los otros». Porque el bostezo social se ha vuelto la forma más honesta de decir “no creo”. Bostezamos cuando el cerebro busca oxígeno; y acaso Argentina bostece porque necesita aire nuevo, una bocanada de verdad entre tanto relato rancio y tanta impostura moral.
El bostezo social no es pereza, es una alarma que alerta de que el cuerpo colectivo intenta enfriar su propia corteza política antes de desmayarse del todo.
Quizás todavía estemos a tiempo de entenderlo: detrás de cada bostezo, hay un pedido silencioso de empatía de parte de quien gobierna ahora, de lucidez, de sentido social, de humanidad, honradez en los procedimientos.
Porque cuando nadie reacciona, ni se indigna, ni se conmueve, el bostezo deja de ser un acto biológico y se convierte en diagnóstico. Nos estamos volviendo psicóticos todos. –
