“Diga 33”: Los médicos, esos seres mágicos que hacen ciencia

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Era muy niño cuando acompañé a mi padre a una visita al médico. Al apoyarle el estetoscopio en la espalda, el facultativo pronunció aquella frase que impresionó mi memoria: “¡Diga 33!”, dijo. ¿Por qué “33”? Esa cifra que parece salida de una quiniela de barrio o de algún arcano masónico menor, tiene en realidad una explicación médica y bastante prosaica.

Cuenta la historia que a fines del siglo XIX, los clínicos europeos -en especial los alemanes-, comenzaron a pedir a los pacientes que pronunciaran la palabra “dreiunddreißig” (¡Vaya uno a saber pronunciarla, pero que significa “treinta y tres”), porque la vibración de la “rr” y el cierre vocálico al final permitían escuchar con más claridad la resonancia torácica. Cuando aquello llegó a los países hispanohablantes, quedó simplificado a su mínimo inofensivo: “33”.

Una especie de contraseña fonética para abrirle el pecho al misterio de la vida.

Hoy, 3 de diciembre, Día del Médico, el “Diga 33” funciona como símbolo involuntario: es la voz del profesional que examina, escucha, interpreta; es la cifra que abre la puerta del diagnóstico; es, también, el pequeño ritual que humaniza el encuentro entre el cuerpo vulnerable y el conocimiento.

Con mis padres grandes y siendo único, desandaría consultorios y sanatorios desde muy chico. Mi madre, esas “jefas de familia”, cada vez que alguien era ingresado o fallecía, era a la que llamaban; y allí iba uno de la mano. Con los años me daría cuenta de lo enriquecedora de aquellas experiencias para fortalecer el espíritu frente al dolor y para comprender cuánta vocación, cuánta humanidad hay en aquellas almas que dedican su vida a la protección de la salud.

Si bien “Día del Médico”, ellos necesariamente complementan su labor con la asistencia de las enfermeras y todo ese conjunto que forma el personal de la salud.

Porque los médicos no sólo auscultan pulmones, ritmos cardíacos…, auscultan biografías. Son profesionales de la salud, pero a su tiempo amigos, psicólogos, confesores. Médicos he visto que atendían pacientes que sólo necesitaban hablar. Médicos que no cobraban su visita: “esperemos que mejore y vemos”. Médicos que no llegaban, porque estaban al lado del paciente grave, velando por su recuperación o para ayudar en la partida.

Los he visto pernoctar dos y hasta tres días en los nosocomios, caminando kilómetros de pasillos interminables que nunca duermen. Silentes almas que cargan en la memoria los nombres de quienes no pudieron salvar y el alivio silencioso de aquellos a quienes sí. Son, en una sociedad que suele enamorarse de los atajos, los cultores de la paciencia, de la mirada entrenada y del oficio minucioso de sostener la vida.

La vida que me ha dado el privilegio de recorrer desde niño el campo y ahora los pueblos, me enseñó en particular del esfuerzo y del sacrificio del médico rural. Ese que llegaba a veces a caballo, bajo un capote con la lluvia. Los he visto recibir en pago una gallina, unos bollos, porque el paciente no tenía más. En esas soledades donde la civilización todavía no había llegado, también los he visto realizar una “junta médica” con la curandera o el hombre que sabía de yuyos. Ser respetuosos con los remedios que la Pachamama entrega, tan generosa como ellos.

Así que hoy, para honrarlos, no hace falta gran ceremonia. Alcanza con recordar que cada vez que dijimos “33”, alguien del otro lado estaba afinando el oído para cuidarnos.

Y al final de cuentas… “33 siempre son buenas”. –