POR: Lic. LIZI MEJÍAS
Hoy, el orbe mundial evoca el Día Internacional de los Derechos Humanos; pero no debemos quedarnos en la mera rememoración de una efemeride, sino que tenemos mirar más allá, hacia lo que constituye la médula misma de la dignidad humana: la promesa de una Vida plena, de una Libertad efectiva, en el marco de una sociedad que sea justa, respetada y respetable para todas las personas.
Porque, más allá de las leyes, si algo nos coloca a todos los habitantes en un mismo pie de igualdad son los derechos humanos. De allí que esta conmemoración nos invite a recordar que los derechos no son una abstracción jurídica ni una consigna de ocasión. Son una tarea. Una construcción cotidiana. Una responsabilidad compartida.
En esa responsabilidad listan primeros los Estados nacionales, provinciales y municipales. Porque allí donde hay un Estado, existe una obligación insoslayable de garantizar, proteger y promover los derechos humanos.
Pero en las actuales circunstancias esta protección no puede continuar siendo un discurso ni un gesto de buena voluntad, sino que debe asumirse como un mandato irrenunciable. Así, la primera obligación del Estado es asegurar que nadie quede desprotegido, ya sea espiritual, moral o materialmente. Es preciso orientar entonces políticas públicas que tiendan a vigilar el cumplimiento de las normas para oficiar una justicia resarcitoria cuando un derecho es vulnerado.
Ahora bien, una verdadera política pública en este sentido no debe esperar a que el daño se produzca sino que debe atender a prevenir antes que a lamentar.
Una tarea de todos
No todo tampoco es responsabilidad de los Estados; este de los derechos humanos es un universo tan vasto que no se agota en el esfuerzo oficial, sino que inicia su camino en los hogares enseñando a nuestros hijos y a nuestros vecinos que el respeto comienza en casa. Que la igualdad se aprende. Que la empatía se cultiva. Que los derechos también son una forma de convivencia.
De allí será la escuela, pero a la par están las organizaciones de la sociedad civil: asociaciones, colectivos, fundaciones, grupos comunitarios, voces ciudadanas organizadas. Ellas no portan la potestad del control formal, pero ejercen una tarea igual de imprescindible: la pedagogía social del derecho. Son quienes iluminan lo que a veces el Estado no llega a ver. Son quienes acompañan procesos, crean conciencia, sensibilizan, forman, previenen. Ayudan a que el derecho no sea un texto legal sino una cultura viva.
Los derechos humanos nacen universales, pero se sostienen en lo doméstico y lo íntimo: en la palabra que educa, en el ejemplo que guía, en la mirada que no se aparta cuando alguien sufre. Allí empieza todo: en el hogar, en la escuela, en el barrio, en cada conversación donde sembramos la idea de que nadie merece menos de lo que exige su dignidad.
Por eso, hoy no sólo celebramos. Reflexionamos. Recordamos. Y renovamos un compromiso: el de comprender que los derechos humanos no son sólo una conquista histórica, sino una responsabilidad viva que nos involucra a todos. Estados, organizaciones y ciudadanos conformamos un mismo entramado moral. Cuando uno de esos hilos se debilita, la trama entera corre peligro.
Que este día nos encuentre defendiendo, enseñando y promoviendo aquello que nos hace verdaderamente humanos. Porque los derechos no son sólo derechos: son, también, nuestras obligaciones.