ERNESTOBISCEGLIA.COM.AR – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Sentencia el viejo dicho español que “El que dice las verdades, pierde las amistades”. Y es cierto, verdaderamente cierto, sobre todo en aldeas como Salta, que tiene vocación de ciudad moderna pero no puede superar su trauma de aldea medieval. Es más, en Salta, procesiones mediante y arzobispos corruptos, no se progresa, sino que se retrocede y estamos ya próximos a un regreso al estado tribal.

En Salta, todo es paradójico, aún más, es contradictorio. Mientras la ciencia devuelve a la vida a un tipo de lobo extinto hace diez mil años, aquí clonamos principados y potestades propios de eras anteriores a las civilizaciones preincaicas. De hecho, los Incas, tuvieron una organización social y económica, más desarrollada que la nuestra.
Porque Inti, cuando amanece, resplandece y abriga la esperanza de un nuevo día, de un futuro por hacer; en cambio la Biblia, aquí se usa para devolver el pensamiento a tiempos del vagabundeo por el desierto. Basta meditar que hoy atravesar el desierto de Arabia Saudita demora unas horas y aquel pueblo vagabundeó durante cuarenta años. En Salta, estamos así, dando vueltas en un desierto mental, religioso y político. No sé, si alguna vez lograremos cruzar el Mar Rojo o terminaremos todos en el Mar Muerto (Que para colmo se está secando).
Pero instalémonos en nuestra realidad política de hoy. De pronto, recordamos al Maestro Aristóteles, que enseñaba en la “Política” que el fin último del Estado es “la felicidad del ciudadano”. Algo están haciendo mal quienes conducen el Estado porque no se nota que el pueblo esté “¡Feliz, muy Feliz!”, diría Xuxa.
No seamos hipócritas y reconozcamos que ese rejunte de maravillas en desuso fueron convertidas en súbitos millonarios bajo el imperio de Juan Manuel Urtubey, quien pasó de “alcánzame chango” en el gobierno, a gobernador y empresario, próspero criador de chanchos a quienes les ponía el nombre de sus ministros, bodeguero y envasador de leche ¿Acaso la que tomó de la teta del Estado? Junto a él, una cáfila de lobos hambrientos, de pronto, abandonaron “la casita de los viejos” -diría el lloroso tango- a singulares mansiones, con departamentos para queridas y queridos. Todos «peronistas», eso sí. La única verdad es la realidad, recordaría el general Perón, mientras se rascará con un marlo los genitales.
No nos condenaremos a las llamas eternas por el pecado de la envidia, por eso, hay que reconocer que esta “dirigencia” ha desarrollado el inusual talento de trepar sin escalera, lo cual contraviene además de la decencia la ley física del esfuerzo y de enriquecerse sin empresa y de hablar de República mientras reparten sobres.
Un verdadero prodigio de la evolución invertida.
¿Dónde estaban hace unos años? Algunos eran monotributistas de dudosa actividad, otros vivían de prestado en casas maternas con aljibe emocional, y varios más eran militantes con hambre (literal). Un grupete de hijosdalgos, ex ociosos, mediocres a medio tiempo, que vivían a crédito, hoy de pronto exponen un nivel de vida propio de un empresario de Wall Street. Cuando muestran sin pudor sus botines repartiendo fincas, estancias, camionetas y alguna que otra amante subsidiada, hay que reconocer que algún clavo cascabelea.
Pero tranquilos, porque lo hacen «por el pueblo».
El pontífice de este saqueo predica hoy en los medios el famoso discurso de austeridad, ese que recitan de memoria como los salmos los domingos de elecciones: “Hay que achicar el gasto”, “basta de privilegios”, “vamos a cerrar el Senado, el Congreso, y si me apuran, hasta la Biblioteca Nacional”. Menos sus cuentas bancarias, hay que achicar todo.
Los monaguillos de esa secta sanlorenceña se rehúsan a ser expulsados como los mercaderes del Templo. Lógico, si Baal los protege porque tributan el “diezmil” obedientemente. Y allí están, otra vez en las listas, sonriendo como las hienas antes de manducarse a las presas. ¿No sería más coherente no presentarse y ahorrarle al país el sueldo y el papel higiénico personalizado? No, claro que no, porque la coherencia nunca cotizó en la bolsa de valores morales.
Ahora, en esta «campaña», lo más gracioso -y escandaloso, que rima-, es que todos, de pronto, son tribunos de la plebe, y levantan el dedo para denunciar la corrupción del otro. La “campaña política” es un verdadero Conventillo de Don Nicola (Ustedes son muy jóvenes, no están listos para esta conversación porque no saben quién fue Don Nicola), y se rasgan las vestiduras…, lástima que algunas candidatas que están muy buenas no lo hacen en público, y denuncian las inmoralidades de los otros.
Es muy gracioso el caso de dos candidatos, uno de ellos un perdedor serial, peón del Patrón del Saqueo y luego funcionario, que ha formado un casal político con otro “minus habens”, según dicen ahora en algún medio “Santo Patrono de Cafayate”, que han descubierto de pronto que hay que recortarle el poder el gobernador. ¿Ahora se dan cuenta? ¿Acaso habrán sido destetados?
Imaginamos qué horrible debe ser para estos dos vagos consuetudinarios la visión de verse trabajando para ganar el pan con el sudor de su frente. La visión de Dante en el Noveno Círculo del Infierno (Donde están los traidores a sí mismos, a la Patria y a Dios, digo para los no iniciados en la literatura culta), debe ser un paseo por el Epcot Center al lado de imaginarse trabajando.
Es que claro, Nos, provenimos del tiempo de las cavernas, cuando para ascender socialmente hacía falta mérito y esfuerzo. Ahora, un buen padrino político, un par de atenciones bajo la mesa, una sonrisa sardónica y la mirada torva de un jesuita, son suficientes para habitar en el Olimpo de los privilegios.
Pues, sí; una cosa es servir al pueblo y otra muy distinta ser serviles de cuna, patriotas de cotillón y gestores de lo ajeno. Así, sí es posible pasar de la militancia barrial al brunch con champagne francés en solo dos gestiones.
Y cuando la fortuna florece de forma tan súbita y el gusto es tan limitado, aparece el fenómeno sociológico más pintoresco del siglo XXI: la mudanza al barrio privado.
Privados, sí, de contacto con el pueblo.
Privados de la necesidad de rendir cuentas.
Privados, incluso, de sensibilidad humana.
Porque una vez que logran escapar de los semáforos con vendedores ambulantes, los sobresaltos por inflación y las colas en los hospitales públicos, respiran aliviados: ya no tienen que convivir con aquello que juraron defender.
Eso sí: cuando se los acusa, cuando la Justicia (si se despierta de la siesta) les pregunta de dónde salió la fortuna, ensayan cara de mártir y pronuncian las conocidas jaculatorias en tono de letanía: “Nos persiguen por pensar distinto”, “Me armaron la causa”, “Yo no la abusé, ella se cruzó justo delante de mis manos”, “Mi fortuna proviene de una herencia de un lejano tío de la India”. Nadie acepta que la Justicia -cuando le canta el gallo, claro- los reclama, es porque huelen a caja fuerte recién abierta.
Y mientras tanto, el ciudadano, el laburante, ése Señor del Milagro; porque ése sí es un Señor que hace Milagros para comer, para educar a los hijos, para cargar la SAETA (que sube en junio otra vez), ese, sigue creyendo que algún día la cosa va a cambiar mientras mastica bronca y frustración con mate cocido.
Porque sigue viendo lo mismo ¡Y a los mismos!: los de arriba cada vez más lejos, los de abajo cada vez más resignados. Y en el medio, los que se vendieron barato para vivir caro.
Y así andamos: bajo el imperio de burócratas con alma de cajero, ambición de jeque y ética de surtidor trucho. En la patria del choreo elegante, el mérito es delito y el caradura, ministro.
Mañana parto al exilio en Transilvania. –