Por: Ernesto Bisceglia – www.ernestobisceglia.com.ar
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La ópera es una de las formas más completas del arte. Combina música, teatro, poesía, escenografía y emoción humana en un mismo lenguaje. Nacida en Italia hacia fines del siglo XVI, su propósito fue unir la fuerza expresiva de la palabra con la potencia de la música. Desde entonces, ha sido el espejo donde cada época reflejó sus pasiones, sus ideales y también sus contradicciones.
Dentro de este universo majestuoso, surgió un género distinto, más ligero y cercano al público: la ópera bufa.
La ópera bufa nació en Nápoles, en el siglo XVIII, como una respuesta al dramatismo excesivo de la ópera seria. En lugar de reyes, dioses y tragedias, aparecieron sirvientes astutos, viejos avaros, soldados fanfarrones y enamorados confundidos. La música se volvió ágil, chispeante, y el libreto reflejó la vida cotidiana con ironía y sentido común.
Su espíritu fue siempre popular y satírico: burlarse de las apariencias sociales, del poder y de la hipocresía humana, mostrando que la risa también puede ser una forma de verdad.
Entre sus grandes compositores figuran Giovanni Battista Pergolesi con La serva padrona, Mozart con Las Bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte, y Rossini, quien llevó el género a su esplendor con El barbero de Sevilla.
Para ilustrar esta entrega, si hay una obra que resume el ingenio, la ironía y la vitalidad de la ópera bufa, es sin duda El barbero de Sevilla (1816). En ella, Rossini convierte los enredos amorosos en una danza de humor y astucia. Figaro, el barbero, es la voz del pueblo que se burla de los poderosos y celebra la inteligencia como forma de libertad.