POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Contaría yo con unos diez años, más o menos, cuando mi madre me llevó a presenciar una puesta en escena de la Obertura 1812 de Piotr Ilich Tchaikovski, en el césped del majestuoso, del glorioso estadio de River Plate.
La escena representaba el enfrentamiento entre los napeoleónicos franceses y el ejército ruso. La música, no recuerdo a cargo de que sinfónica estaría, pero el despliegue escénico con uniformes, fusiles y cañones, no sólo impresionó mi vista de niño, sino que la música, especialmente en sus acordes finales, con los estampidos y las campanas de la victoria, harían que más tarde fuera una de las obras más estudiadas. Porque la Obertura 1812, no se comprende sin conocer la historia.
Por eso, cuando en 1880, Tchaikovski, compuso la Obertura 1812, no nació como una simple pieza musical, sino como un monumento sonoro a la resistencia de un pueblo. La obra conmemora la victoria rusa sobre Napoleón, cuando Moscú ardía y la nieve se aliaba con el alma nacional para detener al invasor. El mismo error estratégico que décadas más tarde cometería Hitler: invadir a Rusia en invierno.
La historia nos relata que, Tchaikovski, detestaba las órdenes oficiales y las conmemoraciones patrióticas por lo que aceptó el encargo con desgano, pero terminó creando una de las páginas más potentes del romanticismo. Lo que debía ser un himno de propaganda se transformó en una sinfonía del destino colectivo, donde cada acorde narra la lucha entre la opresión y la libertad.
El tema comienza con un canto litúrgico ortodoxo, evocando la fe de un pueblo en peligro, seguido por la irrupción marcial del ejército napoleónico, de allí que se adviertan entre medio los sones iniciales de La Marsellesa. Luego, los cañones —auténticos en las ejecuciones— y las campanas de las iglesias anuncian el triunfo ruso. Es la primera vez en la historia de la música que se usaron armas reales como instrumentos, haciendo de la partitura una experiencia total: la guerra convertida en arte.
Más allá del fervor nacionalista, la Obertura 1812 encierra una lección universal: las naciones sobreviven cuando su espíritu se une en torno a la cultura. Cada campanada final no celebra sólo la victoria sobre un enemigo, sino el triunfo del pueblo sobre la desesperanza.
A casi siglo y medio de su estreno, la Obertura 1812 sigue siendo eso: una advertencia majestuosa de que, aunque las ciudades ardan y los imperios se derrumben, siempre habrá una melodía capaz de salvar la dignidad humana. ¡He allí el valor de la Cultura!
