Por Ernesto Biseglia – www.ernestobisceglia.com.ar . – Era una noche fresca, de esas que van despidiendo agosto, cuando el remilgado invierno se resiste a moderar la temperatura que anuncia la llegada de la primavera. El destino, caprichoso como suele ser, me había puesto en una situación insólita. Yo, Ernesto Bisceglia, un «Gorila» confeso y de convicción antiperonista, pero con la madurez democrática de entender que las trincheras ideológicas ya no conducen a nada, había accedido a la invitación de los mismísimos dirigentes del Partido Justicialista para desentrañar, ante su propia gente, los secretos del peronismo.
La magnitud de la situación era tal que hasta un tendencioso periódico se animó a titular con asombro: “¡Insólito! Un Gorila disertará sobre peronismo ante peronistas”. Y ante tal rareza, uno debía aferrarse a lo rescatable. Había que ver lo positivo; por un lado, que si me convocaban era porque sabía más que muchos “dirigentes” de la materia. Y luego, que esos dirigentes tenían una mirada más abierta y clara sobre lo que representa la democracia
Aquella noche, mientras iba saliendo, con las pocas luces encendidas que quedaban, porque hay que decirlo, no fue casi nadie a la charla; es evidente que ya el peronismo no le interesa ni a los peronistas, paso delante de los bustos que me muestran un sonriente Juan Domingo Perón y una severa Eva Duarte, y pienso: “Je…, pensar que de ustedes ya no queda nada”.
Habría dado apenas unos pasos, cuando siento que alguien me toca el hombro por detrás y me dice:
- ¡Compañero!
Mi instintiva reacción fue sacudirme el hombro y responder: – ¡Compañero, las p..! Cuando me encuentro con esa figura enorme, con su porte de 1,85 metros. Su complexión robusta, atlética y corpulenta. La luz que llegaba desde el costado delataba su tez, trigueña clara y su cabello entrecano. La nariz recta, levemente ancha, y el rostro ovalado, de mandíbula marcada y frente amplia, que ubicaban unos ojos marrones oscuros, que me miraban fijamente:
- ¡General Perón! Digo, con inocultable sorpresa. – ¿Qué hace por aquí?
Socarronamente, con esa sonrisa característica, Perón, me devuelve: ¡Qué hace Usted, aquí! ¡Usted, debería estar a esta hora cenando en el Club 20 de Febrero con los de su raza! Acota, riendo.
- ¡Ay, General -le devuelvo- Usted hace muchos años que no viene por aquí! ¡Pero a esta hora, en el Salón Belgrano del Club 20 de Febrero, están cenando los que dicen ser peronistas! Esos no vienen por aquí, por la Sede. ¡Bah…, en realidad por aquí, ya no viene nadie!
Perón me mira en silencio unos segundos, como midiendo si yo hablaba con un provocador, un hereje arrepentido o un loco suelto.
—¿Así que mis muchachos ahora se codean con los oligarcas en los salones del poder? —dice, mientras prende un cigarro—. Al punto, hago lo propio, y comenzamos a caminar por los pasillos vacíos del PJ. Con las manos a la espalda, Perón me dice:
- ¡Mire qué vivos! Se ve que aprendieron bien lo de «primero la Patria, después el movimiento, y por último los negocios propios»… al revés.
Me río, incómodo. ¿Cómo decirle que los muchachos aprendieron que primero son los negocios, después las queridas -y también queridos, ahora-, luego el movimiento (pero bancario) y en las elecciones el Pueblo?
- General -junto valor para decirle-, si viera Usted lo que es hoy el Partido… Una cáscara vacía. Se lo han llenado de obsecuentes, de muchachos sin doctrina, que se dicen progresistas. Gremialistas que no le levantan la voz ni al gerente del banco.
Perón, frunce el ceño y agrega: – Es así, mi amigo -No voy a decirle compañero, se ríe-; estos tipos han traicionado al peronismo. Se han vuelto oligarcas y me han llenado el Partido de Putos y de comunistas.
- Pero, el comunismo ya no existe, le digo.
- ¿Ah, no? Me dice, volviendo la mirada hacia mí, y agrega preguntando: ¿Y todos esos que ahora tomaron el PJ dentro de esa facción llamada Partido de la Victoria, ¿qué son? ¡Son comunistas!
- ¡Pero no son putos! Le digo en tono de broma como para bajar la tensión.
- Perón, se detiene, inhala una bocanada de humo, la exhalada hacia arriba mientras mira cómo las volutas van desapareciendo en la nada. Igual que el peronismo. Y dice.
- ¡Mire, no se. ¡Yo no estaría tan seguro…! Prefiero cambiar de tema… y sigo caminando.
De pronto, Perón, se detiene girando hacia mi persona y pregunta: —¿Y el Pueblo?
- ¿El Pueblo? -le respondo-, Harto, confundido… Y en muchos casos, también cagado de hambre.
Suspira hondo. Y en ese suspiro, hay una mezcla de bronca, dolor y una pizca de resignación.
Mirando hacia el suelo, dice, Perón: – ¡Ya ni de Evita se acuerdan! Sólo cuando les conviene! ¿Cuántos de estos “peronistas” realmente recuerdan lo que decía, por qué luchaba? Apuesto a que la mitad piensa que era una marca de perfume.
Le respondo: -General, no sea tan duro… Para muchos, Evita sigue siendo un símbolo de lucha por los humildes.
Levantando la mirada me observa: – ¡Símbolo, dice! ¡Como una estampita! Ella era fuego, era acción, era estar en la calle con los trabajadores. No era sacarse fotos con los pobres para la campaña electoral. ¡Quisiera ver a alguno de estos «evitistas» de salón embarrarse los zapatos por el Pueblo como lo hacía ella!
Hace un momento de silencio, el rosto demostrando disgusto y agrega: – Evita no era de medias tintas. Cuando decía algo, lo sentía en el alma y lo defendía con uñas y dientes. No era de esas que dicen una cosa en un acto y otra muy distinta en la cena con los empresarios. ¡Ella era Pueblo hecho mujer!
Mientras continuamos caminando por el pasillo, Perón, dice: ¿Sabe qué me da más pena? Ver cómo usan mi nombre y el de Evita para cualquier cosa. Para vender un alfajor, para ganar una elección… ¡Como si fuéramos dos figuritas! No entienden que lo nuestro era un proyecto de Nación, una visión de futuro para todos los argentinos
Le digo, entonces: – Es cierto, General. Ahora, sólo quedan “peronistas de polvera”. Malandras almidonados que usan perfume francés.
- ¡Exacto! Se quedaron con la cáscara y tiraron la fruta. Evita no estaría contenta viendo cómo algunos se llenan la boca con su nombre mientras el Pueblo sufre. En su tono ronco, me espeta: ¡No entiendo! ¿Y cómo es que usted, que se confiesa Gorila, termina dándome la razón a mí?
- Porque uno puede ser Gorila, pero no estúpido, General. La política no son rótulos. ¡Son ideas! ¡Y aquí no quedó ninguna! Hoy, las grillas de candidatos del PJ están ocupadas por inútiles reciclados, payasos de televisión matutina, circunspectos mononeuronales, bataclanas engordadas a empanada criolla; …, cualquier cosa, menos peronistas y mucho menos que hayan leído siquiera una línea de su doctrina.
Y agrego:
- Porque lo suyo, General, era una idea apropiada a un momento histórico. Con aciertos y errores, pero una idea de Nación y con visión de futuro. Usted, en aquel discurso del año 1974, en la CGT, lo expresó claramente. Allí anticipó el mundo que se vendría y qué papel debía haber jugado el país. Ahora, todo es apenas marketing. Y usted sabe bien, General Perón, que un país no se conduce con hashtags.
Perón suelta una carcajada seca, y su voz, esta vez más grave, me perfora:
- ¡Mire, m’hijo! A mí me puteaban por populista, pero jamás permití que el Partido se volviera un despacho de ñoquis. ¡Los formaba! ¡Los hacía leer! ¡A los burros los sacaba a empujones! Y a los traidores, los marcaba como a los bueyes.
- “Al enemigo, ni justicia…”, digo mirando hacia la nada.
Perón se da vuelta, camina unos pasos. Yo lo sigo, y me dice: – ¡Sí señor, ni justicia! ¿Sabe por qué? ¡Porque el que traiciona una vez, traiciona siempre! Hace una pausa y agrega: ¡Sino, mire nomás! ¡Todos los cargos públicos ocupados por traidores a la doctrina justicialista! ¡Cantan la Marcha y se cagan en el Pueblo! ¡Ellos ricos y los compañeros muertos de hambre, sin escuelas, sin agua, viviendo como si estuvieran en un asentamiento de Nueva Deli! ¿Le parece que estos tipos son peronistas?
En eso que caminamos, ingresamos en la sala donde se encuentran los cuadros de los presidentes del PJ. Perón, aspira su cigarro y los mira detenidamente. Se detiene frente a uno y dice:
- ¡Roberto Romero, buen peronista! Este tipo tenía las ideas claras. Se peleaba con los de su talla, pero defendía a los de abajo. Las tenía bien puestas.
- Se detiene frente al cuadro de Hernán Hipólito Cornejo. Y dice, ¡Sigamos, hay cosas que no vale la pena comentar!
Nos encontramos con el cuadro de Juan Carlos Romero. Y Perón, dice, esbozando una sonrisa: ¡Este muchacho era un peronista de Harvard! Pero ¿Sabe qué…? -dice, volviendo su cuerpo hacia mi-, tenía don de mando Organizaba. Disciplinaba la tropa.
Hace un silencio y me dice: ¡A este le pusieron el cuadro en un inodoro, dicen! ¿Es verdad?
Le respondo: – Eso dicen…
- ¿Y qué opina de eso? Me pregunta.
- Y… (Este me pone en un brete, pienso). Usted sabe, General. Los muchachos son terribles.
Hace un paso al costado y se encuentra con el cuadro de Juan Manuel Urtubey, y Perón, dice, señalándolo con el índice derecho.
- ¡Este tiene pinta de petitero y amanerado! ¿Quién es?
- Y… ese es Urtubey, mi General…
- Y ¿Qué piensa de este tipo? Dice, mostrando disgusto por la imagen del cuadro
- Bueno…, este… él siempre se autopercibió como peronista… digo
Perón mira fijamente el cuadro de Urtubey, y dice: – “¡Si hasta el loro de mi quinta se autopercibe canario, pero sigue siendo un loro!»
En ese punto, me pregunta: – ¿Y cómo estamos ahora con este gobierno peronista actual?
Le digo entonces a Perón: -¡Mire General, vayamos al salón de afuera, porque yo están por ser las 21 y tengo una cena en el Club 20 de Febrero. ¡Con peronistas, claro!
Perón (guiñando un ojo): ¡Ah, el Club 20 de Febrero! ¡Nombre con historia! ¿Y con qué «peronistas» se va a juntar, muchacho? ¿De esos que cantan la marcha con la mano en el bolsillo o de los que se les pianta un lagrimón al recordar Evita?
- ¡De los segundos, mi General! Gente de convicción, le aseguro.
- Perón, haciendo que me cree, responde: ¡Eso espero! Porque el peronismo, mijo, no es solo empanada y vino. Es doctrina, es Pueblo, es lucha… Y a las nueve de la noche, con el estómago lleno, ¡más vale que sigan pensando en la Patria!
- Ya de salida, le pregunto: – General, ¿Qué haría usted si volviera?
Se detiene. Me clava la mirada.
—Primero, los correría a todos. ¿Cómo cree que me parece que el PJ este manejado por una salteadora, una cleptómana de nivel global? Una mujerzuela que jamás fue peronista. Y que por supuesto ¡También me llenó el partido de putos y de comunistas!
Después, hacer volver a estudiar la doctrina. Y después, a la calle. El Pueblo tiene que volver a sentirse parte. No cliente. Parte. Y llegado el caso, es hora de que “haga tronar el escarmiento”.
Ya casi en la puerta, Perón, dice: – “Mijo, la Argentina es como un paciente al que le han probado todas las medicinas y sigue con la misma dolencia. Primero, me sentaría a escuchar a todos. Desde el obrero en la fábrica hasta el empresario en su oficina, desde el estudiante en la universidad hasta el hombre de campo. La verdad nunca está en un solo bolsillo.
Luego, pondría orden en la casa. ¡Acá parece que cada uno tira para su lado! Un gobierno debe ser como un director de orquesta, marcando el ritmo para que todos toquen la misma melodía, la melodía de la Nación.
Y después, volvería a las bases. Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política no son slogans vacíos, son el norte. Habría que ver cómo se aplican hoy, en este mundo tan cambiado, pero los principios siguen siendo los mismos. El Pueblo primero, siempre.
Son traidores a la Causa y a la Patria, esos que se venden a un gobierno nacional que viene a partir a la Nación y eliminar la justicia social.
Buscaría la unidad nacional. ¡Basta de peleas estériles y discursos altisonantes! ¡Mire, ese tipo que han puesto como presidente más que la Banda presidencial, hay que colocarle un chaleco de fuerza! Los argentinos tenemos que entender que el adversario no está adentro, sino afuera, en los desafíos que nos impone el mundo.
Este país ha olvidado a los jóvenes. Y con eso, se olvidó del futuro. Porque ellos son el futuro. Habría que darles oportunidades, escucharlos, entender sus inquietudes. Un país sin juventud con esperanza es un país sin futuro.
En definitiva, creo que volvería con la misma firmeza en mis convicciones, pero con la flexibilidad necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos. No se quedaría en el pasado, pero tampoco renegaría de sus ideales. Buscaría construir un futuro de grandeza para Argentina, con todos adentro.
¡Mire Usted, estos muchachitos! -Me dice-; el peronismo no es una estancia para que cada capataz haga lo que le da la gana. Esto no es una kermesse donde cada uno se lleva un banderín de recuerdo. El que no entienda que el Movimiento es del Pueblo y para el Pueblo, que agarre sus pilchas y se vaya silbando bajito. ¡Acá no hay lugar para los mercaderes de ilusiones ni para los que usan el nombre de Evita para llenarse los bolsillos! ¡El que traiciona la doctrina, traiciona a la Patria, y conmigo, esa traición no tiene perdón!
Lo miro -lo admiro, quizás, incluso-, pienso en cómo habría sido vivir en aquellos años cuando la escuela argentina era un lujo, cuando la salud estaba cuidada, cuando los barrios de la clase media surgían con todos los servicios puestos.
Pienso en cómo habría sido vivir ese tiempo en que la política estaba protagonizada por verdaderos hombres, con pasión partidaria, con militancia. Y me asalta una desazón de ver ahora como candidatos a tirifilos que exhiben su ignorancia sin pudor. Mujeres que mueven más el trasero que el cerebro, y tipos que ponen sus rostros de internados psiquiátricos en los afiches. ¡Por Dios, pienso!
Miro a Perón que ya se encamina hacia la nada, como su peronismo, y alcanzo a preguntarle:
- ¡General, qué hacemos los argentinos de bien, los que todavía queremos a la Patria!
Se detiene y gira hacia mí, y dice:
- Mi amigo, hoy es 1ro de Mayo. Era la fiesta más grande del peronismo. Era la fiesta de los trabajadores. Y agrega: – ¡Vaya, vaya! ¡Milite! ¡Escriba y divulgue, Usted que sabe de peronismo! Haga el intento porque … ¡Miren qué tropa…! Parece que algunos confundieron el rugido del león con el maullido del gatito. El peronismo es fuerza, es convicción, es entrega. Y acá veo mucho disfraz y poca sustancia. El que se sienta cómodo usufructuando el nombre sin honrar los principios, que sepa que la historia es implacable con los farsantes. ¡Afuera! Que el aire puro del verdadero peronismo tiene que volver a correr.
Antes de desvanecerse, me dice: – Recuerde, que un 1ro de Mayo, en el 74, en mi último discurso frente al Pueblo, eché de la Plaza de Mayo al grito de “¡Imberbes, estúpidos!”, a los que habían traicionado la doctrina peronista.
Hoy, en este día, habría que hacer lo mismo.
Silencio.
La figura de Perón se vuelve hacia la historia. Y me digo: “El peronismo fue un momento histórico, entonces no fue ni bueno ni malo. Fue necesario. Hoy es el negocio de unos cuantos bucaneros”.
¡Qué lástima!