POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
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Este breve estudio se adentra en una curiosa patología futbolera: el “Síndrome de Abel Bostero”. Una afección que aqueja a los hinchas de Boca Juniors, quienes parecen disfrutar más de las derrotas de River que de sus propios triunfos. Entre la amnesia selectiva, la euforia prestada y la compulsión de vivir del espejo ajeno, este cuadro psiquiátrico deportivo pinta con ironía el verdadero modo de festejo xeneize: los fracasos millonarios.

El fútbol es una pasión argentina por excelencia. Forma parte intrínseca de nuestra identidad; de hecho, la camiseta de la Selección Nacional podría ubicarse inmediatamente después de la Bandera Argentina y el Himno Nacional, como el símbolo que nos une a los argentinos más allá de cualquier diferencia que se quiera.
Sin embargo, hay una distancia entre lo que resulta una pasión y lo que es una patología. Es el caso que nos toca estudiar hoy, el de un equipo modesto, intrascendente, incapaz de ganar un campeonato de Cebollitas, denominado “Boca Juniors”.
En efecto, decimos así, porque hay hinchadas que festejan campeonatos propios, goles propios, epopeyas propias. Y después está Boca, cuyos simpatizantes ameritan ser estudiados en el marco de la historia clínica del fútbol argentino, que debería abrir un nuevo capítulo en la psiquiatría deportiva: “El síndrome de Abel bostero”, una erupción exantemática, una compulsión enfermiza de celebrar no lo propio, sino la desgracia ajena.
Este extraño cuadro se caracteriza por una compulsión irreprimible: festejar no tanto las victorias propias, sino —y sobre todo— las derrotas del adversario. No es alegría por mérito propio, es éxtasis vicario, una euforia prestada.
El síntoma central es: la falta de memoria de triunfos propios recientes. Cuando el paciente intenta recordar una gesta internacional, se le nubla la vista, transpira frío y termina buscando en YouTube videos ajenos, cortes de ESPN y fotos de Gallardo enojado. Todo sirve… siempre y cuando River no sonría.
La psiquiatría lo describe como un síndrome “hetero-festejante”. Una patología que hace que la alegría dependa del dolor ajeno. Por eso el bostero celebra como épico que River pierda un partido contra Palmeiras, aunque a la semana siguiente su equipo no pueda ganarle ni a Deportivo Rejunte.
En el fondo, el Síndrome de Abel Bostero no es otra cosa que vivir del espejo, reflejarse siempre en la grandeza del otro para no enfrentar la propia pequeñez. Es como si la historia les pesara tanto que prefieren alquilar frustraciones antes que construir victorias.
El paciente bostero no ríe cuando su equipo gana (porque gana poco o casi nada), sino cuando River pierde. La alegría propia es rara; la ajena, cotidiana.
La sintomatología más difundida presenta estos caracteres:
Memoria selectiva (recordar a Madrid duele, así que mejor callar).
Amnesia competitiva (¿última Libertadores? No, no la encuentran en Google).
Dependencia emocional (si River no juega, el bostero no sabe qué sentir).
El cuadro es tan grave que, en vez de levantar copas, levantan memes. En vez de sumar estrellas, suman tweets. En vez de cantar glorias, cantan desgracias ajenas.
“El bostero no festeja copas: festeja goles en contra.”
Y aquí lo brutal: sin River, Boca no existiría. Serían apenas un club más, con camisetas amarillas y sin épica que contar. El espejo los define, el rival les da identidad.
Lógicamente, nadie normal se regodea con el fracaso ajeno, sólo los enfermos mentales. Esto es tan obvio como indiscutible.
La cosa es simple: cuando el glorioso Equipo de River Plate pierde, la mitad más uno de los argentinos (según ellos) entra en éxtasis. No importa si su equipo viene de papelón en papelón, si se cae en la Sudamericana o si el técnico hace agua: lo vital es que el rival -River- tropiece. Como Caín con Abel, pero a la inversa: Abel, condenado a no tener triunfos propios, sólo vive pendiente del hermano. O tal vez, más acertado fuera decir, del padre.
Los manuales de psicología ya tienen estudiada esta patología con nombre alemán: Schadenfreude, o sea, el placer por la desgracia ajena. Pero esta afección en versión bostera se agrava, porque no es un episodio ocasional: es un estado crónico. Boca no disfruta de Boca: disfruta de la caída de River. No festeja hazañas: festeja memes. No celebra goles: celebra derrotas millonarias.
En la mitología griega, Eris, era la diosa de la discordia, tiraba una manzana y armaba un lío. En La Boca, no hay manzana… bueno, quizás media manzana que es la cancha de este pequeño equipo: alcanza con que River pierda un partido para que Eris se sienta en la 12. Y como en la fábula de Esopo, si las uvas están verdes y no se pueden alcanzar, mejor decir que nunca importaron… salvo que las haya ganado River. En versión “Chavo del 8”, sería “A poco que ni quería ganar el ganar el campeonato”.
Este “Síndrome de Abel bostero” se reconoce fácil en sus síntomas: el paciente presenta euforia desmedida cada vez que River cae, amnesia selectiva sobre los fracasos propios «Madrid, Bernabeu 3-1» y tendencia a llenar grupos de WhatsApp con memes reciclados. La cura es difícil, casi imposible: se necesitaría que Boca vuelva a ganar algo importante… pero los laboratorios deportivos todavía no encuentran la vacuna. ¡Y eso que vaya que los vacunan!
“El día que River desapareciera, los bosteros tendrán que inventar un nuevo enemigo para sentirse vivos.”
Mientras tanto, cada derrota de River resulta el campeonato anual de los bosteros. Y cada victoria millonaria, el recordatorio doloroso de que su gozo no está en sus vitrinas, sino en sus lágrimas.
Por eso, como buen hincha de River, uno aprende a convivir con este cuadro psiquiátrico nacional. Se entiende: no todos pueden tener glorias propias. Algunos están condenados a ser hinchas de River… pero en negativo.
Porque mientras el mundo recuerda a River Plate levantando copas, a Boca lo recuerdan sacando memes. Esa es la diferencia entre escribir historia… o apenas compartirla por WhatsApp. –