¡Bárbaros, no morimos!… viviremos en la memoria de los venideros

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar . – ¡Qué privilegio es la Palabra! La Palabra que moldea, le otorga forma, sentido, volumen y dirección a una Idea. Nuestro mundo transcurre a diario efectuando este ejercicio de pensar y decir. Todos pensamos y todos decimos algo. Todos tenemos algo para decir. Pero no todos podemos traducir una Idea que impresione a los sentidos, que la transmute en una realidad: eso es la descripción que transforma lo etéreo del idioma en una realidad de tres dimensiones.

Porque la Palabra es un portal dimensional que tiene la facultad de llevarnos a otros universos. Nos permite viajar a mundos espirituales que la razón niega, pero que sin embargo existen, porque si podemos nombrarlos ¡Existen! Porque tenemos la Idea de ellos. De otro modo, la Palabra sería incapaz de traducir lo imaginativo en una realidad suprareal. Porque en medio de ese tránsito se halla el concepto de tal o cual cosa, ser o lo que fuera. Si no tenemos registrado el concepto, la Idea no se elabora y luego, la Palabra no puede traducirlo: Dios, Libertad, Amor, Muerte… Existen porque, aunque los negáramos como realidades existenciales, existen conceptualmente, entonces están condenados a la existencia que nuestra capacidad de concebirlos nos otorga.

De allí que el ateo no exista sino como concepto abstracto. Que la Libertad sea una razón de la existencia, que el Amor movilice los átomos y que la Muerte exista sólo en la imaginación, como concepto, pero no como realidad conceptual. Nadie muere, sino que trasciende, incluso para quienes afirman que “más allá de este tiempo tridimensional” no hay nada. Porque la nada no es imaginable. Basta cerrar los ojos y tratar de imaginar la nada. Porque la existencia de Dios se puede negar, pero su existencia acucia al intelecto al poder definirlo. La Libertad es una aspiración intrínseca del ser humano. El Amor, es la energía misma, aunque pueda parecer una contradicción al ser en ocasiones inalcanzable. Pero la Muerte, es una experiencia contradictoria con la Vida misma porque sin Muerte no hay Vida.

“Nacer implica acercarse a la Muerte”

Hacemos Memoria de Sócrates, quien en el Fedón, plantea que el filósofo debe “practicar la muerte” como ejercicio de liberación. Para Sócrates, incluso para Platón, la Vida es un tránsito, el alma desciende al cuerpo (nace) para vivir un aprendizaje, y al final regresa al mundo de las Ideas (muere). De ahí podría inferirse la idea de que “quien nace, enseguida empieza a morir”, que, si bien no es una cita textual de Sócrates, es una conclusión derivada de su cosmología.

La Muerte como Idea definida por la Palabra

Si, pues, la Muerte es una Idea definida por la Palabra, de lo contrario, no existiría como tal. Es solamente un momento de la Vida donde se produce una mutación desde lo corrupto hacia lo incorruptible. Alguien preguntará entonces: ¿Y cómo se puede afirmar tal cosa? Porque existe el concepto que conduce a la Idea y que la Palabra define como hecho material: “Ha muerto”.

Pero esa no es más que una sentencia dictada por la Palabra: “Ha muerto”. Ahora, si la Muerte fuera una realidad incontrastable y definitiva, no debiera quedar ni siquiera la Memoria. Entonces es donde se comprueba la inexistencia de la Muerte en tanto continuamos viviendo en la Idea de los que nos sobreviven. Se muere cuando se pierde hasta la Memoria de quien se transmutó de existencia real y concreta en energía pura, eso que llamamos Alma, que no es sino un concepto que conecta a la materia que cesa con la realidad superior del Espíritu.

Por eso es tan importante la Palabra, porque ella sobrevive a la existencialidad: “Dijo que…” “Afirmaba que…” «Escribió que…» “Era bueno… o malo…” Siempre la Palabra es lo que realmente existe y “resucita”, porque transforma la Idea que se tenía del que ya no está físicamente cuando se hace Memoria del mismo.

En este punto es donde cobra sentido y trascendencia la Palabra escrita porque custodia la Memoria de los que ya no son. El cultivo de la Palabra en los scriptorium medievales de las abadías nos ha permitido conservar en la Memoria histórica las Ideas de los antiguos que hablaron de Dios, de la Libertad, del Amor, y por supuesto, de la Muerte. No ha muerto Plauto, ni Tácito, ni Horacio. Tampoco Homero ¡Qué menos! No murió Cicerón ni los pensadores de la Patrística. No murió Sócrates porque la Palabra de Platón lo inmortalizó. Tampoco murió Cristo porque los evangelistas, los esenios, Plinio el Viejo y Plinio el Joven y los cronistas ignotos hablaron de Él. ¿Viviría Jesús en la Memoria si todos ellos no hubieran recogido su Palabra? Justo cuando fue junto con Sócrates el que no escribió nada.

Y Jesús resume, pues, este milagro de la Palabra, porque Él hablo de Dios, de la Libertad, del Amor, y por supuesto, de la Muerte. Pero Jesús no habló de su resurrección. Fueron los venideros quienes hicieron Memoria de su resurrección, pero… ¿Sin la Fe…, la Palabra de los evangelistas, de los apóstoles posteriores, ¿tendría razón de ser? Aquí, con Jesús, es donde la Palabra no alcanza, por eso el Apóstol dice: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”.

Honrar la Palabra

¡Ah, qué sería de esta humanidad, de cada uno de nosotros sin la Palabra! Sólo existencias que desaparecerían en la historia que no tiene Memoria sino por la Palabra de quienes la escriben. Hemos reconstruido la historia al traducir las Palabras de la escritura cuneiforme, los escritos de Qumran y el mensaje cifrado en las Palabras de la Piedra Roseta.

Por eso, los bárbaros no comprenden el valor de la Palabra dicha con Libertad, con Amor y buscan la Muerte de las ideas y hasta de quien las traduce en Palabras. Porque para comprender el alto significado de la Palabra es necesario ser Libre, tener Amor y Morir a la ignorancia que es la única muerte definitiva. Esta ecuación es la que Domingo Faustino Sarmiento reseño en su frase: “¡Bárbaro, las Ideas no se matan!”.

En definitiva, la Palabra nos designa y nos ordena, nos ubica en categorías dividiéndonos en seres humanos y bestias. Las bestias no tienen Palabra, tampoco Ideas, menos Libertad, no saben del Amor y efectivamente los alcanza la Muerte porque nunca más nadie sabe de ellos.

De allí que trabajar con la Palabra sea una tarea insigne, delicada, preciosa. Porque quien mal usa a las Palabras siembra el caos, el desorden y hasta la violencia. Por el contrario, quien hace de la Palabra un culto de la dialéctica, enseña, enriquece y libera. El buen uso de la Palabra, es definitiva, es un acto de Amor que nos libera de la Muerte.

Porque cuando transformamos a las Ideas en Palabras, nunca morimos. Porque los venideros nos recordarán en cada hoja amarilla que hayamos escrito. Y nos juzgarán, por supuesto. Pero jamás moriremos, porque volveremos a la Vida en cada lectura que se haga de nuestras Ideas transformadas en Palabras. –