POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

¡Pobre Discépolo! ¡Que lejos quedó su profecía cambalachera! Porque aquello de que “inmorales nos han igualao”, es apenas una metáfora porque ¡los inmorales nos han superado!
Podríamos discutir los límites del concepto de moralidad en un país -y en una provincia-, donde un novel senador incurso de una denuncia por abuso sexual es nombrado “Líder transformador de América Latina”; y este Pablo López, denunciado por lo mismo más otras “virtudes”, asume como concejal. La verdad, me siento en condiciones de reclamar el Premio Príncipe de Asturias, por lo menos.
Es que hay episodios de la vida pública argentina que no indignan: avergüenzan. Y no la vergüenza ajena, esa que uno siente por los papelones de otros; no, la más grave: la vergüenza colectiva, la que señala que algo se rompió en el estándar social mínimo de lo aceptable.
La reaparición del ahora nuevamente concejal Pablo López -destituido por denuncias que incluyen retención de salarios y exigencias de favores sexuales- reinstalado gracias al peculiar milagro de haber sido electo antes del escándalo, nos enfrenta, una vez más, a la versión criolla del viejo dilema entre lo legal y lo legítimo, pero además, lo moral.
Porque sí, podrá ser legal que asuma. Pero legítimo… legítimo es lo que nunca fue, menos todavía moral.
Se preguntarán los más pragmáticos -que en las filas de La Libertad Avanza presumen de ser muchos-, ¿Qué es lo moral en tanto intangible? Y responderemos sin entrar en profundidad ni filosófica ni teológica, que lo moral es la amalgama que une al cuerpo social. Ese concepto platónico que nos mantiene en equilibrio respetando uno de los tres grandes principios del Derecho enunciados por Ulpiano, aquel de “Dar a cada uno lo suyo”, hoy yace ultimado por la propia desvergüenza de quienes como el dios romano, Jano, tienen dos caras.
Los concejales son el primer nervio de una sociedad. Está tan devaluada la política que el común ha perdido el sentido del valor moral, jurídico y político que un concejo deliberante. Son más importantes que el intendente a quien deben controlar. Si no hay moralidad plena en los concejales ¿Qué van a controlar?
¿Con qué autoridad moral, sujetos como este van a señalar los posibles yerros de un intendente?
Podríamos considerar también el valor sagrado de la Ciudad. Rómulo mató a Remo por transgredir la norma del límite de lo que podríamos hoy llamar el “ejido urbano”. ¿Podemos pensar que la Ciudad está a salvo con esta gente? Creo que estoy pidiendo demasiado. Soy un desubicado que no comprende el signo de los tiempos.
En Roma, César -que algo sabía de poder, decoros y traiciones- dejó esa frase que atraviesa los siglos como una lanza moral: “La mujer del César no sólo debe ser honesta: debe parecerlo.”
En Argentina, aparentemente, la clase dirigente adoptó la versión apócrifa: “No importa lo que parezca, mientras el reglamento lo permita.”
Es la gran tragedia institucional de nuestro tiempo: la absolución por tecnicismos. Una suerte de “lavado moral en seco”: no quita la mugre, pero por lo menos perfuma.
Que hombres denunciados por abusos de poder de índole laboral y sexual vuelvan a ocupar sus bancas y hasta sean premiados, es el equivalente democrático a invitar al lobo a presidir la Sociedad Rural. O a pedirle a Nerón que dirija un cuerpo de bomberos voluntarios.
Pero no debe sorprendernos este retorno de López, porque en Argentina -y en nuestra aldea-, la resurrección política le gana al mismo Jesucristo y tiene la frecuencia de un colectivo urbano: volverá a pasar por delante nuestro.
Porque, más allá de la letra fría de la ley, existe algo llamado habilidad moral, esa credencial invisible que habilita a un funcionario a representar a otros. Y cuando esa credencial está rota, el cargo se vuelve una impostura.
Un concejal con denuncias de este tipo ocupa su banca como quien se sienta en un trono prestado: no manda, no representa, no inspira. Apenas ocupa espacio.
Parece que a los libertarios de Salta esta situación no les molesta. Dirán que lo expulsaron o lo que sea, pero ahora es el momento de pronunciarse en orden a los valores y a las “ideas de la libertad” que proclaman. ¿O acaso existirá algún contubernio -inter pares- para que “Chupito” López, juegue para ellos?
La política vuelve a ser, por obra de personajes como este, un carnaval lúgubre donde cualquiera desfila aunque tenga los cordones desatados y el prontuario al viento.
Y la ciudadanía queda reducida a un público cautivo, obligado a contemplar el espectáculo de lo legal sin legitimidad, el teatro de la hipocresía institucional.
Decía el viejo Marco Aurelio que “la mejor venganza es no parecerse a quien te hizo daño”.
En Salta, a veces, pareciera que la clase política decidió seguir el camino inverso: parecerse cada vez más a sus peores ejemplos.
Pero no. No todo es resignación. Queda la palabra y el Derecho. También el deber de señalar que hay límites que no se negocian, aunque el reglamento lo permita.
Lo que hemos visto hoy en el Concejo Deliberante, con el silencio de todos, de la presidencia, del mismo Cuerpo, de parte de la prensa, es legal. Pero hay quienes pensamos que la democracia no se mide por lo que tolera la ley, sino por lo que tolera la dignidad colectiva.
Y esto, definitivamente, no debería tolerarse. –