Argentina y la Segunda Fundación… o Refundición

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

En nuestra historia reciente, algo más de medio siglo, hemos visto de todo —hasta una guerra—. Pero nunca habíamos visto un presidente tan apurado por entregar el país a potencias extranjeras. La felonía que se está cometiendo con la Patria sólo es comparable a la de Bernardino Rivadavia, a la de Carlos Menem —y creo que ni él llegó a tanto— y a la de los terroristas de los setenta que pretendieron cambiar nuestra Bandera Nacional por un trapo rojo e inmundo. Pero ahora, la voluntad es más explícita: convertirnos en colonia norteamericana.

A Milei no se lo puede acusar de engañar a nadie. Antes de ser presidente ya había dicho que la Patria no le interesaba: “Las banderas y esas cosas son fronteras. Cuando festejan el Día de la Bandera, para mí es como que veo un muro, así todo de ladrillos. Así yo veo a la bandera.”

¿Cuántos argentinos dieron la vida por esa Bandera desde los orígenes mismos del país?

Hoy Milei ha destrozado el espíritu con que Manuel Belgrano —y todos los próceres— crearon nuestra enseña. Belgrano afirmaba que “la Bandera no será jamás atada al carro de ningún vencedor de la tierra”. Porque la Bandera es símbolo moral, inalienable, no subordinado jamás al poder de turno y mucho menos a potencias extranjeras. ¿Qué podemos esperar de alguien que siente que su Bandera —la de todos— es un muro?

El discurso que la reinterpreta como muro es exactamente lo contrario al que la concibe como símbolo de integración. Entre ambas concepciones hay un abismo civilizatorio.

Y mientras tanto, del otro lado del hemisferio repiten como mantra aquella frase que sintetiza el espíritu de la nación que hoy nos tutela:

“In God we trust… and in the American dream o la colonización amable

Los ingleses intentaron colonizarnos con barcos. Ahora nos colonizan con Wi-Fi -o “uifi”, como lo bautizó Maduro-. Esta vez no vinieron a tomar Buenos Aires: vinieron a tomar el significado de Buenos Aires. Y ese es un saqueo más profundo.

Es una colonización amable, civilizada en apariencia, que no se impone por las armas sino por la destrucción lenta y persistente de nuestra cultura. La Argentina es, hoy, una franquicia semioficial del Gran País del Norte. No somos una colonia formal: somos un país tercerizado, donde la economía la diseña JP Morgan, la agenda emocional la dictan el Black Friday y el Cyber Monday, y la religiosidad popular la protagoniza un gordito cocacolero que sonríe desde los packagings de diciembre.

La conquista ahora se hace con descuentos, sale, combos y doce cuotas sin interés. Todo muy american life style.

¿Do you speak English?

Uno de los símbolos soberanos de un país es su idioma. Incluso más que el territorio. Por eso la colonización contemporánea no expropia tierras: expropia fonemas. El español rioplatense, que supo ser un canto ancho y robusto, hoy es un becerro que balbucea post, after hour, sale y pet store como si eso implicara modernidad y no simple sometimiento semántico.

Lacan lo advirtió: cuando se rompe la relación entre significante y significado, lo que se desplaza no es la palabra, sino el mundo interior que esa palabra sostenía. Ese mundo es el que estamos perdiendo.

La sodomización más feliz

Nos han violado la cultura. Los niños y adolescentes no tienen la más mínima idea de qué es el Día de la Tradición, pero celebran Halloween con fervor plástico. Tienen la cabeza tan vacía de contenidos propios como las calabazas que iluminan. Ellas, al menos, tienen una vela adentro. Nosotros ni eso.

Fuimos rendidos sin un solo tiro. El mercado borró la historia.

El zurdaje pasó dos décadas intentando derrotar a Roca y a Sarmiento —los hombres que evitaron que la Patagonia fuera chilena—, y hoy han sido derrotados ellos también, junto con San Martín, Belgrano, Güemes y con todos nosotros.

Los territorios estratégicos —hidrocarburos, comunicaciones, puertos, bancos, minería— hace rato que hablan otros idiomas. Un país que se entrega por publicidad aspiracional y endeudamiento consentido no necesita invasores: necesita compradores. Y en esta refundición, Argentina no es botín: es cliente preferencial.

El presidente, más usuario que conductor, posa como símbolo de esta colonización amable que entró por la lengua, se consolidó por el consumo y ahora se apropia de nuestra economía.

La refundición final

Asistimos a una refundición nacional: un derretimiento simbólico de la argentinidad. Aquel país bajo cuya Bandera juramos “seguirla constantemente y defenderla hasta perder la vida” ya no existe. Hasta Venezuela resiste más a Estados Unidos que nosotros. Nos conquistaron sin enviar un solo barco de vapor.

El próximo 5 de diciembre, Milei y su ministro de Defensa -¿defensa , viajarán a Córdoba para recibir los primeros seis F-16 con los que “rearmaremos nuestras Fuerzas Armadas”. La letra chica dice que no podrán portar armamento que amenace intereses ingleses o norteamericanos (y agreguemos: tampoco chilenos). ¿Qué clase de defensa es esa?

Este es un país extraño: bajan la inflación, baja el riesgo país, pero la gente vive peor que nunca. Cierran comercios, se achican cadenas, y cada mes hay más argentinos en la calle. Los productores no pueden competir con el pan lactal de Brasil, las manzanas de España, las naranjas de Israel y toda la parafernalia yanqui que ya cae como lluvia tóxica sobre nuestro mercado.

Dice Milei: “Somos socios estratégicos de Estados Unidos”. Eso se llama fusión. Pero en esta fusión, en la aleación resultante, la Argentina perdió su metal propio. El oro —literal y metafórico— está en Londres.

La pregunta inevitable, incómoda, urgente, casi pedagógica, es ésta: ¿Cuándo dejamos de ser un país y empezamos a ser un target?