POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar. – Las elecciones de pontífices católicos tienen siempre ribetes apasionantes al ojo del observador. Quienes miramos estos acontecimientos desde la vereda de un liberalismo de cuño cristiano, casi esenio incluso, no podemos menos que atender al cúmulo de situaciones concomitantes que se aglutinan en cada uno de estos eventos.

Un repaso a la historia de la Iglesia nos dará una idea de cómo el Espíritu Santo jamás estuvo invitado a ingresar a la Capilla Sixtina en los cónclaves. Quizás, el primero a quien se aplica el “Extra Omnes”, sea a Él. Pero, sin embargo, hay algo significativo detrás de los muros de San Pedro. Y para comprenderlo hay que vivirlo. De otra manera todo es imagen, palabra y argumento.
En cierta ocasión, un domingo de visita por Roma, decido asistir a la misa del Papa en San Pedro. Gobernaba ese extraordinario sujeto que fue Juan Pablo II. Por una confusión del “maresciallo” al verme vestido de traje negro y camisa gris, pensó que se trataba de un reverendo y así, el “Hermano Ernesto”, terminó sentado en la tercera fila. ¿Obra y Gracia del Espíritu Santo?
Cuando la puerta de San Pedro se abrió y comenzó a tocar la orquesta y cantar el coro, la procesión de seminaristas, sacerdotes, cardenales, etc., que salían desde la Basílica, precedía a la aparición de Juan Pablo II, que se detuvo unos instantes solo, bajo aquel enorme pórtico. Apoyado en su báculo, las pantallas gigantes reflejaron en primer plano cómo recorría con su mirada la Plaza de San Pedro.

Aquella mirada no era la de un hombre común. Esa mirada estaba iluminada por un espíritu ascendido: ese Papa no miraba a la gente sino a la Historia.
En ese momento, la apoteosis, el coro, la música, las campañas, las palomas volando y el murmullo de los miles de fieles…, todo, formaba un marco sobrecogedor, donde pensé: “Si a esto no lo sostiene algo que está más allá de las piedras, no podría existir ya”.
Porque si algo hay truculento es la historia de los Papas. Así nomás, al pasar, podemos recordar que el primer Concilio de Jerusalén del año 40, tuvo que celebrarse para dirimir cuestiones de poder entre Pedro y Pablo. Y más adelante, casos como los del juicio al cadáver del Papa Formoso, a quien su sucesor que lo odiaba, el Papa Esteban VI, hizo desenterrar para juzgarlo en un tribunal eclesiástico por “haber usurpado el trono pontificio”. El cuerpo putrefacto fue vestido con ropas papales, sentado en el trono y sometido a interrogatorios. Lo declararon culpable, le cortaron los tres dedos de la bendición y arrojaron el cadáver al Tíber. El escándalo fue tal que Esteban VI terminó linchado por el pueblo.
También, el caso de Juan XII (955–964), conocido como el pontífice libertino, que asumió el papado con sólo 18 años y convirtió el Palacio de Letrán en un burdel. Fue acusado de blasfemia, incesto, adulterio y de brindar con el Diablo. Se decía que su pontificado era más digno de una taberna que de la Iglesia. Murió de forma sospechosa: según crónicas, asesinado por el marido de una mujer con la que fue sorprendido.
El venal Clemente V que en contubernio nefando con Felipe II, traicionó y ultimó a los Templarios. O el caso de Inocencio III, que cuando mandó a reprimir a los cátaros y valdenses, el Señor Simón de Monfort, le preguntó: “Santo Padre, ¿y cómo sabremos quiénes son nuestros y quienes herejes? Y el Papa le respondió: “Usted, vaya y mátelos a todos. El Señor sabrá reconocer a los suyos”.
Hacia el año 1000 D.C., Urbano II al grito de “¡Deus le veut” convenció a los reyezuelos y señores y lanzó las Cruzadas. Y ¡Ni qué decir de Alejandro VI -el Borgia-, que llevó su familia al Vaticano y sus dos impúberes amantes!
Dispuesto a conseguir fondos, León X (1513–1521), lanzó la venta de indulgencias. Famoso por la frase “Dios nos ha dado el papado, disfrutémoslo”, fue un Papa amante del lujo. Su pontificado financió grandes obras de arte, pero también provocó el escándalo de las indulgencias —el cobro de perdones divinos—, lo que encendió la chispa de la Reforma Protestante encabezada por Martín Lutero. Un escándalo doctrinal que marcó un antes y un después.
Y así tantos otros… Pero a pesar de todo y todos, la Iglesia siguió su camino en la historia.
También hubo casos de esclarecidos hombres de fe, claro, como, León I, también conocido como San León Magno (440 y 461), que, cuando Atila se dirigía hacia Roma tras devastar el norte de Italia, León I salió a su encuentro en Mantua como emisario del Imperio. No se conocen todos los detalles del encuentro, pero el resultado fue extraordinario: Atila se retiró sin atacar la ciudad. La leyenda —impulsada por la Iglesia— dice que Atila habría visto una visión celestial (como la de San Pedro y San Pablo armados) que lo persuadió de retirarse.
¿Y ahora, qué tenemos?
Entre los “papabiles”, el nombre de Robert Francis Prevost, no cotizaba. Y en esto hay que ver el agudo criterio de la Iglesia para elegir un pontífice. Es evidente, que Francisco le ganó la pulseada a la caterva de cardenales ultramontanos que pretendían volver a tiempos “tradicionales”. Evidentemente, ha primado el espíritu de Medellín y de Puebla; la “opción preferencial por los pobres”.
La elección como nombre de León XIV, se acuñaría en la de su predecesor, León XIII, fundador de la Doctrina Social de la Iglesia. Su encíclica “Rerum Novarum”, abrió el camino de la consideración social en un mundo que viraría décadas después hacia un capitalismo cada vez más inhumano. Es la línea que siguió luego el Papa Pío XI con la publicación de “Quadragésimo Anno”, para celebrar los cuarenta años de la “Rerum”, donde profundizó la doctrina social de la Iglesia. Pío XI analizó los cambios económicos y sociales posteriores a la Primera Guerra Mundial, criticando tanto al capitalismo salvaje como al socialismo marxista, y propuso el principio de subsidiariedad como clave para el orden social. Se puede afirmar sin temor al equívoco que en esta línea de pensamiento se basa el concepto de justicia social.
Si bien norteamericano de nacimiento, León XIV, es sudamericano por adopción y oficio tras servir por más de dos décadas en Perú. Un dato que no pasó desapercibido es que mientras los oficiantes de la Curia omitieron nombrar a Francisco, este sucesor, lo recordó dos veces en sus primeras palabras ante el pueblo. En esa frase va el mensaje a la Curia romana y al mundo de que el camino es profundizar el acercamiento de la Iglesia Católica a los pobres, a los migrantes, a los perseguidos. Ojalá sea una batalla más en hacer que el espíritu del Concilio Vaticano II, se plasme de manera más evidente.
Hilando fino, podría advertirse en el pensamiento de este Papa una resonancia simbólica con aquella esperanza expresada por Juan Pablo II en Tertio Millennio Adveniente, cuando señaló a Sudamérica como “El continente de la Esperanza”.
Como pocas, en los últimos tiempos, esta elección del pontífice católico adquiere un significado superlativo. Quizás, la elección de León XIV sea una respuesta a los tiempos que corren, no dictada por la lógica del poder ni por la inercia doctrinal, sino por la silenciosa urgencia de los que esperan.
Si la Iglesia aún tiene algo para decir en este mundo fracturado, será desde allí, desde el sur del mundo, donde todavía queda algo de fe, algo de hambre, y algo de esperanza. –