Por Ernesto Bisceglia – www.ernestobisceglia.com.ar. – El día en que el camarlengo golpeó tres veces la frente del Papa Francisco con el martillo de plata y dijo: “Il Papa è morto”, no sólo marcó el fin de un pontificado, sino también el inicio de una inesperada revalorización política. No espiritual: política. Porque, como si la muerte beatificara ideológicamente, todos los que lo despreciaron en vida empezarán a citarlo con fervor. Y eso ya está pasando.
Desde Javier Milei, que lo llamó “zurdo hdp” y “representante del Maligno en la Tierra”, hasta el concejal ignoto de un municipio perdido, todos desempolvan citas de Francisco con unción forzada. “Como dijo el Papa…”, repiten, mientras en realidad entierran al hombre y desentierran frases para maquillar su propia falta de ideas. Algunos, con descaro olímpico, le atribuyen pensamientos que jamás expresó. Otros, más burdos, lo transforman en un títere de utilería electoral.
Así funciona la mediocridad. Y la falta de talento político. Y neuronal.
En esta campaña electoral, la política ha perdido incluso el mínimo respeto por el votante. Las propuestas son disparates de varieté, los discursos una mezcla de “La Biblia junto al calefón” con TikTok. Ver a ciertos personajes repetir frases de Francisco como si fueran mantras es una escena que oscila entre lo patético y lo grotesco. Nos quieren convencer de que ahora todos son católicos devotos, herederos del pensamiento social de la Iglesia, y discípulos de Bergoglio. Pero ninguno fue capaz de defenderlo cuando fue atacado, ni de vincular a la Argentina con la Santa Sede cuando más lo necesitábamos.
La muerte de Francisco marca mucho más que el final de un pontífice. Es el cierre de una Era. Para la Iglesia. Para la humanidad. Y también para una forma argentina de hacer política, esa que eliminó partidos, destruyó la militancia y la reemplazó por acuerdos de cúpulas manejados por “popes” enriquecidos y sin formación. Dirigentes que no dirigen ni a sus propias conciencias.
Durante su vida, el Papa argentino fue usado como blanco. Ahora, lo usan como escudo. La paradoja es brutal: para que te escuchen, primero tenés que morirte.
Y ahí, sí: todos te aman. Todos te entienden. Todos te citan. Hasta los que no entienden lo que dijiste.
¿A cuánto cotiza un Papa muerto? Mucho. Demasiado. Pero no por su mensaje. Sino por el oportunismo que genera.