POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
De forma inexplicable los gobiernos han abandonado la educación a su suerte. Los docentes, columnas griegas sobre las cuales se ha sostener el monumental edificio del conocimiento popular están reducidos a una masa mendicante de un aumento salarial, mientras tanto, se hunden cada vez más en una inanición intelectual sin darse cuenta que están próximos a quedarse fuera del sistema por la Inteligencia Artificial viene reemplazando sus lugares.
La falsa neutralidad política
Así como el aforismo dice “Todo es Cultura”, de la misma manera “Todo es política”. escuchamos a menudo la frase “Yo no hago política en el aula.-» No existe acto educativo neutro. Desde la elección de un autor cómo se eseña la vida de un prócer, es un acto que contiene una carga ideológica. La forma de vestir del docente es un acto político. Su nivel cultural. Todo dice de su forma de pensar.
No es tampoco el adoctrinamiento del primer peronismo que enseñaba “Letra “P”: “Mi Papá vota a Perón. Mi Papá es Peronista”, ni mucho menos -lejos eso- los penes de madera que repartía el kirchnerismo. O la pedagogía revolucionaria del Partido Obrero que enseñaba cómo armar una Molotov “con lo que tenés en tu casa”. La neutralidad no es ausencia de ideología. Es su forma más eficaz.
Hablamos de algo mucho más profundo, intangible incluso; decimos de cómo se distribuyen la palabra, el tiempo, la autoridad y el sentido dentro del aula. Cada decisión pedagógica —qué se enseña, cómo se enseña, qué se evalúa, qué se sanciona— configura una determinada idea de mundo. Y esa idea nunca es inocente.
El Programa de estudio nunca es inocente
Los contenidos escolares jamás fueron -ni son- neutrales ni naturales. Cada programa es el resultado de históricas luchas históricas, algunas que costaron sangre. En esos duelos, unos triunfaron y otros cayeron (quedaron fuera del programa). no todas las preguntas se formulan en el aula, ni todas se responden. Muchas resultan incómodas.
Los contenidos son producto de una elaboración del poder de turno. Durante la dictadura se prohibía a Blanca Nieves y los Siete Enanitos, porque para la Iglesia y los militares, “representaba la imagen de la promiscuidad”. Durante el kirchnerismo se lanzó una versión del “Martín Fierro” gay. En el medio, de todo. De forma que enseñar un contenido sin problematizar su origen es, en los hechos, legitimar el poder que lo produjo.
El aula, ese microestado
Visto así, cada aula es una célula de poder. Una representación del Estado con delantal: hay jerarquías, premios y castigos. Silencios obligatorios y censura. De forma que un docente, sin quererlo, sin saberlo, es un activista social.
Y cada ministro de educación puede ser Paulo Freire o Mussolini… o Agapito Melgarejo, por supuesto. Según el grado de conocimiento general del ministro, claro.
De allí que prediquemos la necesidad de un Estado que tienda a la alta ilustración de sus ciudadanos, pero fundamentalmente laico. Porque el hombre que sabe no teme a las ideologías ni a los dogmas. Por el contrario, son el Estado y los estamentos religiosos los que le temen a esos hombres libres.
Esto explica por qué el escenario docente desde los años 90, ha sido abandonado y pensadamente destruido. De otra manera, un pueblo culto jamás habría votado al kirchnerismo. Tampoco a Javiar Milei.
Un Pueblo culto sabe hacia dónde va porque elige a sus dirigentes. La masa inculta vota lo que le ponen en la mesa, total le da lo mismo, continuará viviendo miserablemente. Porque la miseria es el hábitat natural de la ignorancia.
Ya lo sabían Belgrano y Sarmiento: educar es fundar Patria todos los días. No hay nación posible sin ciudadanos formados para pensar, discutir y elegir. Y no hay educación auténtica cuando se la vacía de contenido crítico y se la reduce a mera administración de ignorancia.
El maestro que renuncia a comprender el carácter político de su tarea no se vuelve neutral: se vuelve funcional al orden que otros diseñan, a la mediocridad planificada, a la obediencia sin conciencia. En cambio, un pueblo educado es siempre peligroso para los dogmas, para los caudillos y para los mercados que prefieren consumidores antes que ciudadanos.
Por eso la educación nunca fue abandonada por error. Fue abandonada por miedo. Miedo a hombres y mujeres libres, capaces de pensar por sí mismos. Y porque todo acto educativo es político, aunque el docente no lo sepa, la pregunta final no es si educamos, sino para qué sociedad estamos educando.
