POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

He dicho hasta el cansancio que no soy peronista, pero he leído a Perón. Y todo argentino debería hacerlo. No tanto para admirarlo como para comprender la dimensión histórica de ciertos temas que seguimos abordando con ligereza. Vivimos en un país que desde 1810 confunde enemigos con adversarios y, por lo tanto, repite sus errores con admirable constancia.
El recordado mensaje de Ricardo Balbín durante el funeral de Perón —“este viejo adversario despide hoy a un amigo”— sigue siendo una de las pocas lecciones de grandeza política que alguna vez ofreció la dirigencia argentina. Pero esa enseñanza nunca terminó de arraigar. Cada gobierno llega convencido de ser lo mejor que nos ha ocurrido y suele cometer los mismos o peores desaciertos. La alternancia democrática no ha corregido ese vicio: apenas lo renueva.
En ese marco, el actual oficialismo —al cual voté— tampoco escapa a la tentación de dividir al país entre fieles y enemigos. Criticarlo parece, para algunos, una forma de traición. Pero la defensa nacional exige pensar sin fanatismos y evaluar políticas con serenidad, no con consignas.
Una política ausente
La historia reciente demuestra que seguimos sin tener una política de defensa nacional sólida. Cuando se designó a Nilda Garré en el Ministerio de Defensa, aquel gesto —más ideológico que estratégico— profundizó un deterioro que ya venía de años. Las Fuerzas Armadas quedaron reducidas a un estado de virtual inoperancia, con capacidades mínimas y sin planificación de largo plazo. Desde entonces, ningún gobierno logró revertir esa tendencia.
Es aquí donde conviene recordar a Perón. Su discurso del 10 de junio de 1944 en la Universidad Nacional de La Plata sigue siendo uno de los documentos más lúcidos sobre el tema. Allí afirmaba: “La defensa nacional no es cosa de un día para otro: exige preparación, organización y una visión de largo plazo.” Tres condiciones que la Argentina no ha sostenido de manera continua desde hace décadas.
También advertía que “la defensa es una tarea de toda la Nación y no solo del Ejército”, subrayando la necesidad de formar cuadros civiles capaces de pensar estratégicamente. Y agregaba otra idea fundamental: “La defensa exige el esfuerzo coordinado de la economía, la industria, la educación y la moral social.”
Sin educación de calidad, sin industria sólida, sin cohesión social, sin proyecto, la defensa es apenas un gesto simbólico. Y los símbolos no disuaden a nadie.
De ese discurso rescato una frase que resume todo: “La defensa nacional requiere preparación, estudio y organización. No puede ser resuelta por el impulso o por la urgencia.”
La guerra que no fue
Conviene no olvidar que en la Navidad de 1978 estuvimos a un paso de una guerra con Chile. Hace pocos días, el exjefe de la Fuerza Aérea chilena, Fernando Matthei, recordaba en televisión que “no teníamos nada para combatir a los argentinos”, y destacaba el valor de nuestros pilotos. Esa confesión es el espejo invertido de nuestro presente: hoy, ellos tienen capacidades aéreas superiores y nosotros seguimos discutiendo si 24 aviones F-16 constituyen una política de defensa o una operación de marketing.
Aviones sin estrategia
La compra de esos F-16 puede interpretarse como un gesto positivo, un intento inicial de recomponer capacidades. Pero no sustituye a una estrategia. Sin ley de derribo, sin radares suficientes, sin doctrina conjunta y con Fuerzas Armadas que ni siquiera tienen un sistema de salud operativo, los aviones son más ornamentales que disuasivos.
Mientras tanto, nuestros vecinos avanzan en serio. Brasil firmó en 2008 con Francia una asociación estratégica que dio origen al actual programa de construcción de submarinos: un camino coherente hacia la autonomía industrial. Chile posee hoy unas 46 unidades activas de F-16 en distintas versiones, y desde 2023 moderniza 35 de ellos al estándar M6.6, que lo coloca entre los países latinoamericanos con mayor capacidad aérea efectiva.
Es decir, Chile no compra aviones: compra tiempo estratégico. Y Brasil no construye submarinos: construye soberanía industrial. La Argentina compra ilusiones.
El Parlamento ausente
La defensa nacional es, además, una responsabilidad del Congreso. Pero cuesta pensar que de un recinto dominado por gritos, improvisación y conflictos menores pueda surgir una política seria y sostenida en el tiempo.
No soy peronista —lo repito—, pero en un país exhausto de improvisación convendría que, al menos en este punto, leyéramos a Perón. No para repetirlo, sino para aprender lo elemental: que un Estado sin planificación es un Estado inerme. Y que la defensa nacional no se construye con aviones aislados, sino con instituciones, industria, educación y un proyecto que sobreviva a los gobiernos.
Eso sí: leer a Perón no significa escuchar a los peronistas. Ahí empieza otra historia. –
Foto de Portada: Perón y el piloto alemán y diseñador del Pulqui, primer avió a reacción, Kurt Tank.
