Un Cacho de Cultura: “El Orejano”, el himno Gaucho a la Libertad

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Lo que conocemos como la “cultura popular”, contiene una riqueza no sólo sentimental sino hasta filosófica profunda. En sus letras, en sus danzas, no hay sólo música y versos, sino las expresiones más telúricas del alma.

“El Orejano” no es en mi caso, una simple composición; constituye un hilo genealógico. Su autor, Antonio Nella Castro, fue mi profesor en la Universidad y su intérprete más hondo, Jorge Cafrune, viajaba de niño junto a su hermano, Juan, en la camioneta de mi abuelo, en Perico del Carmen. Los Cafrune venían caminando desde su casita cuando el abuelo salía en su Siam celeste rumbo al hospital donde era el boticario. Se subían y los llevaba al pueblo. A la salida de la escuela –sabía contarme Juan-, “Nos subíamos a jugar y a esperarlo en la caja de la camioneta. Cuando salía del hospital nos llevaba de regreso”.

Y entre esas dos orillas -la palabra que se vuelve música y la música que se vuelve destino-, descubrí que este vals criollo me nombra. Porque “El Orejano”, en el campo, es el animal que no tiene marca, el que no pide permiso, el que camina su propio trillo. Y en esa identidad, tan austera como orgullosa, me reconozco.

La letra tiene esa mezcla justa de destino, azar, líneas cruzadas y provincias que se tocan como si el país fuera un pañuelo. Y además: cuando una obra se enlaza con la biografía propia, deja de ser cultura y pasa a ser linaje.

No nació como un vals criollo sino como un poema -como dije- escrito por Antonio Nella Castro, un salteño nacido en 1912, abogado, poeta telúrico y un exquisito cultor del regionalismo. El poema aparece por primera vez en su libro “Romancero del Valle” (1954), ejemplar que conservo firmado entre mis papeles más sentidos.

Allí retrata a ese personaje arquetípico del campo norteño: el hombre que vive a su ley, medio salvaje, medio filósofo, que no pide permiso y tampoco da explicaciones. El “orejano” es el criollo sin marca, el ganado que no pertenece a nadie, el que no se deja enlazar. Es, en fin, la caracterización más acabada del Gaucho.

Fue adoptada por el folclore como una declaración de identidad, un símbolo del carácter del gaucho salteño: libre, desconfiado del poder, fiel a su paisaje y enemigo natural del alambrado político.

Es, en algún sentido, un canto a la Libertad, un himno del hombre que quiere vivir sin obedecer al patrón.

Fue grabado por Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Ariel Ramírez, El Chango Nieto, Zamba Quipildor y muchos otros la incorporaron a su repertorio.

La identidad que le dio Cafrune

Con su voz profunda, grave como tierra seca, que lograba transmitir no sólo melancolía sino dignidad, orgullo, recelo — todos atributos del “orejano”, Cafrune le puso el sello, porque esa voz canta un grito de independencia moral.

Para muchos de nuestra generación (y posteriores) Cafrune fue un referente, un cantor que “hablaba claro”. Su versión de “El Orejano” quedó como la que singulariza la canción.

En efecto, hay músicas que se escuchan; otras, en cambio, lo revelan a uno. –