Un Cacho de Cultura: La invocación prohibida de Barber o el Adagio de la muerte

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Descubrí recientemente y de casualidad, debo confesar, esta obra de Samuel Barber, el “Adagio for Strings”. Me llamó la atención el título que lo precedía: “El hexagrama que nunca debió ser reproducido”.

Me sumergí, obviamente, en el estudio de la pieza y en escuchar algunas versiones de la misma. De esa lectura obtuve estas conclusiones de la crítica:

I.- Funciona como un oráculo emocional

La estructura del Adagio es ascendente, un único arco que sube y sube hasta el paroxismo y luego se derrumba sin redención. Es casi un hexagrama del I Ching: una figura simbólica que anuncia un destino inmodificable.

II. – Porque cada vez que se interpreta, parece anunciar una tragedia

Esta obra se adaptó a musicalizar funerales, tragedias nacionales, homenajes fúnebres y se convirtió en un sinónimo de pérdida colectiva: “Cada vez que suena, sabemos que algo grave ocurrió… o va a ocurrir”, dice una crónica.

III. – Su belleza es casi peligrosa

Hay una teoría estética —muy siglo XIX, muy Wagneriana— según la cual ciertas obras pueden desbordar emocionalmente al oyente hasta acercarlo a la desesperación. El Adagio está en ese límite: no consuela, no ilumina, no ofrece salida. Es un encantamiento que quizá no convenga invocar.

Es decir, este Adagio, está precedido de la fama de un conjuro, y uno no comprende qué se quiere decir hasta escucharlo. Hasta saborearlo…, entonces, no se puede escucharlo solo una vez, y volvemos a convocarlo. Por eso algunos lo llaman “el hexagrama que nunca debió ser reproducido”: una figura simbólica de fatalidad, un oráculo que convoca al dolor colectivo.

Su estructura musical —esa melodía en ascenso lenta, casi ritual, hasta un clímax suspendido en tensión, y su posterior desvanecimiento sobre un acorde dominante irresuelto— es como un rito pagano: ilumina un umbral del duelo y se detiene allí. Allí donde no hay consuelo, sólo el estremecimiento.

Algo se quiebra ante su sonido. La imaginación convoca un luto sonoro, un lamento ritual. Su belleza ya no es consuelo: es una campana doblando sobre la memoria.

Reconozco, con los críticos, que Barber no nos legó una melodía. Nos un conjuro. Un hexagrama. Un camino sin retorno.