Sobre cómo puede Gustavo Sáenz afianzar el poder político conquistando el poder cultural

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

La mediocridad dejó de ser una desgracia local para convertirse en una tendencia civilizatoria. El mundo, que alguna vez fue conducido por estadistas que leían libros, hoy está administrado por opinadores que apenas leen correos electrónicos. Por eso, lo que vemos en Salta —la ocupación del espacio público por semianalfabetos de estrado— no es una anomalía: es simplemente la versión criolla de un fenómeno universal. La decadencia ya es global; lo nuestro es apenas su folklore.

En esta nueva barbarie ilustrada, ya no se exige formación: alcanza con simularla: powerpoints en vez de ideas, diplomas exprés en vez de conocimiento, y una gestualidad académica que reemplaza a la cultura real.

Perón se convirtió en un líder no sólo por sus cualidades naturales de conductor, sino además, porque tenía una formación filosófica, política e histórica sólida. Conocía además los Evangelios y había leído todos los documentos de la Iglesia sobre la cuestión social. Desde su frase “La única verdad es la realidad” que la toma de la “Política” de Aristóteles, hasta aquella otra “El hombre debe producir por lo menos lo que consume”, dicha por San Pablo que decía: “El que no trabaja no coma”.

En “La Comunidad Organizada”, Perón, destila toda su sapiencia filosófico-política y teológica. Un libro fundamental no sólo para los peronistas sino para cualquiera que se sienta atraído por la política.

La política comienza en la cultura

El común piensa que la política se juega en los recintos donde la voz retumba, en el hemiciclo donde se agitan los brazos o en la campaña donde las promesas se reparten como estampitas benditas de dudosa eficacia. Eso es relato para bobos que hablan de “batallas culturales” que no saben ni cómo iniciar. Los verdaderos estrategas saben que la batalla decisiva se libra en los pliegues de la cultura, donde el ciudadano deja de ser ciudadano para convertirse en creyente.

Ya no hay que pensar en campañas políticas para conseguir votos, sino en discursos y formación en los ciudadanos al estilo parroquial. Hay que enseñarles cómo se usa un voto, pero también hay que convertirlos en fieles de la laica causa de la política.

La derecha detesta a un pensador como el italiano Antonio Gramsci, fundador del partido comunista italiano, pero que advirtió que el poder no se conquista: se fabrica. No con bayonetas ni barricadas, sino con escuelas, canciones, relatos, universidades, series de televisión y hasta con el modo en que se nombra el mundo. “Hegemonía cultural”, lo llamó, como quien bautiza un barco que zarpará para cambiar la historia.

Cómo convertir ciudadanos en fieles devotos

El método es simple: si se logra que la sociedad piense una cosa antes de que la política la pronuncie, la política ya ha ganado. La hegemonía funciona así: permea el sentido común, colorea la percepción, reescribe la historia, inventa enemigos, fija lo que se considera normal, aceptable, incluso moral. Y cuando la política llega —muchas veces jadeante y a destiempo— sólo hace el trámite administrativo de confirmar lo que la cultura ya dictaminó. Paradójicamente, no es ni más ni menos, que lo hizo la Iglesia Católica con el Catecismo en la mano y los “asesores” que amojonaban esos conceptos en las mentes de los párvulos y mayores.

¿De que otra manera se construyó el relato argentino? ¿Qué fue la Ley 1420, sino el catecismo laico que formó en las mentes de principios del siglo XX el concepto de que éramos un país con un destino de grandeza? De la misma manera, desde Carlos Menem y acentuado por el kirchnerismo, se destruyó ese modo de formar ciudadanos y con la ignorancia como política pública cimentaron su poder.

De la misma manera, La Libertad Avanza, está “formando leones” para su causa. Y tienen razón, porque están formando bestias que no razonan sino que simplemente gruñen. Los conceptos cambian, pero el procedimiento es el mismo.

Una pedagogía de la política

Nuestra historia es rica en ejemplos.  Cada hegemonía local, desde las más románticas hasta las más siniestras, se construyó siempre con una pedagogía que excedió largamente la política. El liberalismo del siglo XIX no habría triunfado sin sus manuales escolares, que hicieron de Rivadavia un prócer y de Rosas un ogro. El nacionalismo militar no habría perdurado sin la liturgia del orden y la Bandera en cada aula. El peronismo no habría sobrevivido sin su épica sentimental, sus símbolos, sus canciones, su teatralidad ritual, que hicieron de un movimiento político una identidad casi antropológica. Y el progresismo académico no habría dominado las últimas décadas sin su gramática moral: un repertorio de palabras sacralizadas, otras demonizadas y un conjunto de dogmas aceptados sin mayor discusión. Todos disputan elecciones. Pero sólo algunos disputan el alma.

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En Salta, tierra riquísima en valores culturales si las hay, paradójicamente, este terreno de la cultura es un páramo. No se utiliza la cultura como herramienta política. Recordemos a Marshall MacLuhan, que enseñaba que “El mensaje es el masaje”.

Mientras tanto, los que se quejan de la “batalla cultural” suelen hacerlo desde una ingenuidad conmovedora. Creen que es un invento reciente o una obsesión de redes sociales. No advierten que toda política es cultural porque todo poder necesita, antes que obediencia, un clima espiritual que lo legitime.

Un gobierno sin relato cultural es apenas un administrador temporario; con relato, en cambio, puede convertirse en una época. El kirchnerismo es un ejemplo, y ahora los libertarios van por el mismo camino.

La política que ya comenzó a caminar en Salta exige paciencia, talento, astucia de sembrador para formar cuadros, ocupar aulas. Hay que generar literatura, producir símbolos, construir lengua y mensaje. Casi nada. Como diría San Juan Pablo II: “Tanto por hacer y tan poco tiempo”.

Quien controla la cultura controla el futuro

Basta entrar a cualquier escuela de la capital y preguntarles a los adolescentes quién fue Martín Miguel de Güemes: la mayoría repetirá una versión de dos líneas, aprendida de memoria, sin fechas, sin procesos, sin dimensión histórica. La cultura aquí no falta: está directamente interrumpida.

La hegemonía cultural no es un plan siniestro ni una conspiración masónica: es, simplemente, la ley no escrita que gobierna a las sociedades. Porque la política manda, pero la cultura ordena.

Perón, inició una revolución social sin precedentes y consolidó su poder manipulando la educación, introduciendo la doctrina peronista desde el jardín de infantes. Pero aquellos libros no sólo eran panfletos ideológicos, no; eran verdaderas fontanas de conocimiento histórico, social, productivo y por supuesto, político.

En Salta, no tenemos nada de todo esto. Nos complacemos en hablar del General Güemes, en vestirnos con el poncho, pero de esa Gesta nadie sabe absolutamente nada. Tampoco sabemos de nuestra cultura ancestral y de la importancia que tuvo -y tiene- Salta en el contexto regional y nacional.

Por eso, tenemos que dejar de caminar a ciegas, sin conocimiento, sin educación cívica, porque precisamente en esa jerarquía silenciosa que otorga la Cultura se juega la suerte de los Pueblos.