Bad Bunny y la derrota cultural: razones para una política con alma e identidad en Salta

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

La cultura ha sido, desde la antigüedad más remota, la firma del paso de una civilización por la historia. Por los testimonios del arte definimos el grado de avance que tuvo un pueblo.

Como estamos, cuando excaven nuestras ruinas y se encuentren con momias de piercing y prótesis, grafitis en alguna pared, versos satánicos como letra de canciones y demás etcéteras, dirán que nos perdimos porque fuimos decadentes.

Por supuesto, tampoco se trata de una defensa del patrimonio cultural como reliquia, sino como resistencia estética ante la disolución global.

Decimos así que la cultura resulta un signo de los tiempos que supera, y por mucho, una cuestión de gustos musicales o prejuicios generacionales. Lo que está en juego no son estilos del arte, sino ese valor social en su conjunto que llamamos cultura: la red invisible que sostiene lo que somos y nos distingue del olvido.

La llamada “derrota cultural” no ocurre por la existencia de Bad Bunny, sino por la ausencia de políticas que den batalla en el mismo terreno simbólico.

Si bien no existe una definición canónica de cultura, la más generalizada —y acaso la más humana— sentencia que “la cultura es el hombre que camina”. Traduce así a la cultura como un hecho dinámico, no sólo en su actuar sino en su transcurrir, condensando una larga tradición que va de Herder a Ortega y Gasset, de Tylor a Malraux, e incluso a Octavio Paz.

La física enseña que todo lo que avanza deja huellas: esa es la impresión del paso del humano sobre la tierra, transformando el instinto en gesto, la necesidad en símbolo. Al fin y al cabo, la cultura no es acumulación de objetos, de libros, partituras e instrumentos, sino el trazado de un camino: la cultura es memoria en marcha.

La “batalla cultural”

Esta expresión, acumulada por cierto espacio político argentino, es francamente una estupidez. Un cliché panfletario para engañar —justamente— a los incultos.

Preguntémonos: ¿cuál es la “batalla cultural”? ¿El desaguisado de una oposición política que nada tuvo de cultural y mucho de horda de forajidos lanzados a saquear el país?

Esta “batalla cultural” se acompaña con otro acertijo retórico: “las ideas de la libertad”. No tienen idea de qué se trata una cosa ni la otra. Entonces, diremos, que por este camino la verdadera batalla cultural ya la hemos perdido.

La imperiosa necesidad de una política cultural para Salta

Siendo entonces que la cultura es algo tan distinto —no un lamento sino una actividad que acompaña el vértigo social—, esto exige una presencia en el momento histórico: decisión política, recursos, pero sobre todo un horizonte hacia el cual avanzar.

En provincias como Salta, donde conviven la raíz ancestral, la voz gauchesca y una sensibilidad artística de hondura singular, la política cultural debería ser mucho más que un presupuesto o una agenda de eventos.

Salta precisa —exige— un proyecto de identidad viva, que promueva la creación local, fortalezca los circuitos culturales y acompañe a los artistas. Proyectar internacionalmente una estética con acento propio no es un lujo: es un acto de soberanía.

En ese contexto, la Casa de Salta en Buenos Aires debe ser la embajada cultural donde se expongan y exporten los trabajos de los salteños.

Porque mientras el algoritmo global dicta lo que debemos escuchar, vestir o desear, el desafío de una Secretaría de Cultura no es resistir el tiempo, sino darle forma. No se trata de censurar lo ajeno, sino de poner en valor lo nuestro; no de negar la modernidad, sino de habitarla con alma.

Quizá la derrota cultural no consista en que haya un Bad Bunny, sino en que olvidemos que también hubo un Leguizamón, un Castilla o un Falú. Y que todavía puede haber muchos más.