POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
La traición como antípoda de la lealtad, se ha convertido en una moneda de curso corriente. Lo natural en el ser humano es la lealtad; es más, es su causa eficiente, su principio liminar para la paz interior, familiar y social. Sin embargo, en esta sociedad cada vez más laxa, la lealtad es en algunos ámbitos, particularmente el político, una especie en extinción.
Traicionar no es un hecho fáctico, voluntario y doloso que se imprime contra alguien o algo (una causa, por ejemplo), en ocasiones se traiciona por omisión. Es el modo silencioso, razonado y moderno de atacar a la lealtad. Este modo de traición es el más devastador y el más abyecto, porque quien traiciona de manera visible al menos asume su caída. El que traiciona desde el no hacer es un tibio, un pusilánime, un mediocre que ni siquiera tiene capacidad -o valor- para traicionar de frente. Es el peor, porque acompaña hasta dejar morir que un día juró defender.
Porque, como advierte el Apocalipsis, ni frío ni caliente: tibio. Y al tibio dice la Escritura en Apocalipsis 3:15-16, Dios lo vomita de su boca. Quizás por eso los traidores no arden en ningún fuego, sino que se pudren lentamente en su propia tibieza.”
La dimensión espiritual de la traición
Nadie traiciona si antes no ha quedado vacío. Este mundo materialista, privado de Dios -como quiera que sea que lo conciba-, se ha posicionado sobre un antropocentrismo más lascivo que aquel del Renacimiento que expresaba su rebeldía en los desnudos de las pinturas y las estatuas. Este “humanismo” está privado -paradójicamente- de humanidad. Entonces, el que traiciona, ya ni siquiera es humano porque Dios se ha apartado de él. ¡Pero cuidado! No es Dios quien se alejó, es el hombre que cegado por la soberbia y la codicia, retiró su mirada de la luz que lo guiaba. Toda traición es, en el fondo, un eclipse del alma. Un eclipse total.
El discurso suele ser el disfraz de los traidores. De los que prometen y obtenido aquello que buscaban, satisfechos sus intereses personales simplemente desechan al otro. En el discurso cubren su felonía con términos elegantes, cuando en realidad, sólo aprendieron a decir con elegancia que se vendieron barato.
Sobre los traidores a su causa
El traidor por definición es un ser infeliz, que ha perdido su felicidad. Nadie traiciona a otro sin primero haberse traicionado a sí mismo. Esa traición tiene un efecto multiplicador, porque quien traiciona además traiciona a su mujer -o marido-, a sus hijos, a su entorno, a la sociedad.
Es una fractura interior, un derrumbe del alma bajo la presión de lo conveniente. Algunos lo llaman “Causa”; eso es mentira, ninguna causa noble está enderezada a perjudicar; por lo tanto, la traición no es un acto político sino moral y espiritual. La causa de una traición, cualquiera sea —una idea, un amor, una fe, una patria—, es apenas el espejo donde se refleja esa rendición íntima.
Mientras la lealtad se encumbra sobre un pedestal espiritual y por ello superior, la traición se complace en un bien material. Judas traicionó por dinero. Bruto, conspiró contra César por poder; Segismundo, traiciona la verdad de su despertar. Fausto, no traiciona una causa política ni religiosa, sino la causa más íntima de todas: la del espíritu humano frente al límite. Como se ve, siempre la traición, al fin de cuentas, termina traicionando al que traiciona. Es la víbora que se engulle por su cola.
La dimensión ética
Toda traición constituye una pedagogía del cinismo desde que enseña que todo es relativo, todo es variable y todo es posible, tal vez… y sólo tal vez, incluso sea una forma de sobrevivir. Sobre todo cuando de permanecer en los cargos públicos se refiere.
Hablando, justamente de cargos públicos, en las últimas elecciones en Salta, hemos visto que la traición no sólo ha sido una forma de “seguir estando”, sino que además se ha convertido, como se diría en términos castrenses, una forma de “fuego amigo”.
Por eso, desde esa dimensión ética, el traidor Judas, es muy probable que se haya salvado, porque devolvió las monedas y el remordimiento lo llegó a colgarse de un árbol. Pero en la vida real, sobre todo política, ninguno devolvió un céntimo y si se colgaron fue del saco del ganador. Y allí están, dictando la cátedra inmunda de la soberbia.
En definitiva, diremos, que en la vida se puede ser todo, menos traidor, porque el que traiciona destruye incluso su condición de persona ya que ni las bestias traicionan, la traición es patrimonio exclusivo de los seres más deformes, aquellos que Dante Alighieri, en el “Infierno”, coloca en el último Círculo, el más cercano al Demonio, en el fondo profundo del Averno donde habitan “Los traidores a Dios, a la Patria y a sí mismos”. Porque el que traiciona no sólo cae, sino que desaparece de la memoria moral del mundo.
En definitiva, diremos, que en la vida se puede ser todo, menos traidor, porque el que traiciona destruye incluso su condición de persona ya que ni las bestias traicionan, la traición es patrimonio exclusivo de los seres más deformes, aquellos que Dante Alighieri, en el Infierno, coloca en el último Círculo, el más cercano al Demonio, en el fondo profundo del Averno donde habitan “Los traidores a Dios, a la Patria y a sí mismos”.
Porque el traidor no muere cuando lo descubren, sino cuando ya nadie confía en su palabra. Su castigo no es el infierno, sino el silencio: el de quienes ya no lo nombran. La traición no tiene sepultura digna; se pudre de pie, en el alma del que la cometió. –
